"Cuadro" según Púrpura Tenue

20 de marzo de 2008


Cuando cumplió los 21 años, Lavell, cansado de la compañía de los humanos, se refugió en el lugar más remoto del mundo. Caminó cien días seguidos y durmió cien noches a la intemperie hasta encontrar el sitio perfecto donde establecerse y empezar una nueva vida. Inspeccionó el territorio, rastreó hasta el último rincón y subió al punto más alto hasta cerciorarse de que no existía rastro de civilización alguna por los alrededores.
Por primera vez en su vida, Lavell lloró de alegría, pensó que sería feliz al abrigo de aquel lejano e idílico lugar creado por los dioses. Se construyó un pequeño refugio en la copa de un árbol y con las hojas más grandes que encontró esparcidas por el suelo confeccionó una cama donde pasaba la mayor parte del tiempo. Le gustaba acostarse boca arriba, con los brazos extendidos y contemplar la metamorfosis del cielo, desde el amanecer hasta la noche. ¿Cuántas personas estarían viendo en aquel mismo momento semejante maravilla? ¿Cómo harían los dioses para conseguir aquel espectáculo de colores? ¿Le echaría alguien de menos? Tres atardeceres después, sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de unas risas de fondo. En un principio, Lavell pensó que era el hambre, que le hacía desvariar. Con todo el jaleo, desde su repentina huída hasta la construcción de su refugio, apenas había comido en condiciones. Miró a su alrededor y, aunque no alcanzaba a ver a nadie, las risas y murmullos continuaban. ¿Se estaría volviendo loco? Como los ermitaños que vivían a las afueras de su aldea, gente de la que, cuando era chico, su abuela le contaba historias, personas que sin poder hablar con nadie, terminaron por perder el juicio, asustando a las muchachas y chiquillos que pasaban por los alrededores. Lavell se desesperó y pensó que no podría estar ocurriéndole a él. No, él no quería terminar convirtiéndose en un ser huraño, en el monstruo del cuento que aterra a los niños. Desconcertado, decidió seguir las voces y demostrarse así mismo que aquello no podía ser una fantasía de su mente. Con los pasos de un cazador se adentró en la espesura de su paraíso particular. A medida que avanzaba, el sonido empezó a hacerse más cercano. Ahora Lavell podía distinguir diferentes voces, todas femeninas y curiosamente extrañas. En cuclillas, escondido tras unos matorrales, descubrió a un grupo de muchachas bañándose en un manantial. Sin poder quitar ojo, permaneció como una estatua sin atreverse casi a respirar y sin perder detalle de los movimientos de las jóvenes que parecían danzar en el agua. Seis días seguidos contempló el ritual. Cada muchacha portaba un candil, un pequeño fuego que Lavell identificó con el alma de un mortal en su recorrido al más allá. Emocionado, empezó a sentirse atraído por una de las mujeres, la que parecía no encajar con las demás. Sin apartar la mirada de la joven, vio cómo acariciaba el candil, sonriéndole y acercándoselo al rostro, jugando con la llama y murmurándole unas palabras que Lavell, desde su escondite, no alcanzaba a comprender. Desolado pensó que no tenía ninguna oportunidad, que aquélla, debía ser una criatura divina, a años luz de su condición de mortal y que, para poder acercarse a la muchacha, tendría que morir y rezar para que sólo ella transportara su luz hacia el más allá.
Aquella noche, Lavell no pudo dormir, su lecho se había convertido en un compañero hostil y el manto del cielo, abandonado por las estrellas, se presentó más oscuro que nunca. Como un autómata se dirigió hacia el manantial. Ya no tenía ganas de esconderse más. Había pasado mucho tiempo sólo y pensó que, después de estar acechando a las muchachas del agua durante días, lo justo era presentarse. Sentado en la orilla sonrió al imaginar la cara que pondrían. Entonces cayó en la cuenta que, por primera vez, ella le vería. Se sintió desfallecer. Tumbado en la hierba soñó que la muchacha dibujaba pequeños surcos en su pelo mientras le besaba los párpados. La piel se le erizó al notar una caricia. ¿Acaso seguiría soñando? Lavell se incorporó y cuando vio cómo los brazos de la joven le invitaban a seguirla pensó que sólo podía estar muerto.

2 comentarios:

vomiton dijo...

Muy bonito. aunque por lo que veo, a todos nos ha salido la cosa un poco tristona, no?

Anónimo dijo...

Brrrr de lo mejor escrito que he visto x aqui:
Genial Púrpura.