"INICIO DE HISTORIA" DE GRIS CENIZA

28 de octubre de 2009

¿No creéis que con el tiempo los recuerdos vividos se van esfumando? ¿Que si no los retienes, recordándolos día tras día, ellos acabarán por desaparecer y tú nunca tendrás la certeza de lo que pasó aquel 14 de mayo o aquel 20 de septiembre de hace unos 10 años fue real? Hay un recuerdo que nunca olvidaré, ese que me empeño en repetir para no olvidar jamás, hace exactamente 5 años, 22 días, 10 horas, aquel 3 de octubre del 2009, cuando llegó mi vigésimo aniversario.
(inicio de Azul Cielo)

Creo que por eso me tienen aquí, porqué es lo único que recuerdo. Parece que esta es mi condena, pero a la vez, algo me dice que también es mi salvación.

Me molesta esta espera. Me irrita tener que buscar tan dentro de mí. ¿Que qué busco? Ellos quieren una respuesta inmediata. La mujer que se sienta frente a mi parece tener mucha más paciencia que yo. Todavía sonríe amablemente, es su trabajo. A mi ya no me quedan uñas que morder. Miro el bidón de agua con sus vasitos de plástico.
-Amelia ¿Puedo beber agua?- el que responde con una negativa es Andrés, también es su trabajo.- No se que más quieren que les cuente. Llevo dos horas explicándoles como fue el día de mi cumpleaños una y otra vez, y les aseguro que no recuerdo nada más después de eso. Luego desperté en este sitio hace tres días, ya lo saben.
-Vamos, inténtelo una vez más, tiene que haber algo ahí dentro. Nosotros le ayudaremos a recordar- Amelia no cambia su tono suave.
-Míren, estoy cansado, no consigo sacar nada más de mi memoria. ¿Alguien me podría decir quien soy? Y no me refiero al nombre que me han dado ni a sus do-cu-men-tos ¿Y que es este lugar?- sus expresiones no cambian, ella amable, él severo.- ¿Pero que coño hago aquí?
-Ángel cálmese. Solo intentamos ayudarle- a pesar de sus palabras no me fio del tío serio. Algo le nubla la vista ¿Duda?.- ¿Que pensaría si le digo que hace cinco años que usted tiene esta conversación diariamente con la señora Amelia?- eso es imposible pero siento vértigo en el estómago y se me reseca la garganta. Aunque no se qué intenta decirme está claro que no es un farol. Mi cara tiene que haberle hecho entender algo que mi voz antes ha sido incapaz, porque me acerca un vaso lleno de agua.- Vamos Ángel, colabore, díganos que recuerda exactamente.

-Yo...les he dicho que es mi cumpleaños, cumplo quince. Mi madre me espera a la salida del cole. Se supone que tengo entreno, pero ella dice que hoy es un día especial y ha preparado algo especial para cenar con papá. Se ha pasado la mañana cocinando, ha salido antes del trabajo, y quiere darle una sorpresa a mi padre... -el cosquilleo en mi estómago es cada vez más grande. Joder, estoy sudando. Mis recuerdos son los mismos, pero ahora intuyo más detalles, lo veo todo con mayor nitidez.- De camino me compra un helado. Me acuerdo perfectamente de como el señor Alonso intenta convencerme para que me lo lleve de nata, y cuando protesto mi madre me llama maleducado. Giramos la esquina de la tienda con el helado, y cuado me entra la segunda arcada lo tiro al suelo. Mamá solo me pega una bofetada, una sola porque no está dispuesta a que le arruine su noche. Se ha puesto guapa. La falda más corta de lo normal, tanto que cuando se inclina se le ve el interior de los muslos que no cubren las medias. Por la calle los hombres la miran y se les ilumina la cara al verla, pero no me gusta su expresión. Parecen lobos divertidos a punto de saltar sobre su presa- hasta este momento no me había fijado en el escote de Amelia, claro que mi madre es mucho más joven y bonita en mis recuerdos que la rubia llena de arrugas que me mira en estos momentos.- Son sus tetas, los hombres la miran a las tetas porque las lleva medio fuera, asomando entre un encaje negro. Así que el enfado se le pasa deprisa. Supongo que debería darle las gracias a esos hombres por prometerle tantas cosas con la mirada, por confirmarle que su disfraz de carne húmeda es excelente.

-¿Que pasa cuando llegas a casa Ángel?- ¿Lo que noto en su voz es ansiedad?
-Subimos con el vecino nuevo en el ascensor, que no es demasiado grande, pero creo que no hace falta que se pegue tanto detrás de ella. Me incomoda pero es evidente que a ella no. Se sonríen durante cuatro pisos, y al final se despiden, "espero verte pronto".
En esta habitación, sus caras dicen que estan mucho más sorprendidos que yo, que mis recuerdos empiezan a aparecer y les dejan boquiabiertos. Pero yo me encuentro muy lejos de aquí, unos cinco años atrás para ser exactos. Solo se escucha la cinta de la grabadora, es posible que estos dos ni respiren, rompo el silencio con mi voz otra vez.

Entro corriendo en casa con la emoción de descubrir si mi padre ha llegado ya. Él es el refugio perfecto tras la pesadilla en que se ha convertido el camino de vuelta al hogar. En el comedor no hay nadie pero las ventanas estan abiertas como siempre que papá llega a casa. Oigo como se cierra la puerta de entrada unos metros detrás mío. Miro en su habitación y la chaqueta de su traje ya está colgada en su percha antiarrugas, así que seguro que está en casa.
Salgo disparado hacia el unico rincón en que puede estar papá. Es lo frío que está el pomo de la puerta de su despacho lo que me hace pensar que si está cerrada significa prohibido entrar. Pero es demasiado tarde, voy decidido a encontrarme con él. Probablemente esté hablando con la abuela por teléfono porque no se encuentra demasiado bien estos días. O puede que sea su asesor el que le tiene al teléfono, o quizás está revisando las facturas una y otra vez para que no se le escape nada. No pienso que importe, hoy es mi cumpleaños y tenemos que celebrarlo juntos. Necesito que mi padre me abrace y que sea mi refugio una vez más. Pero mientras giro el pomo siento que algo no está bien, que quizás papá no quiere que entre, pero ya estoy dentro.

-Vamos Ángel, lo estás haciendo muy bien. ¿Que hay en esa habitación?- así que este par siguen escuchándome...
Una bola de rencor empieza a crecer en mi tripa. Estos recuerdos son nuevos, y les empiezo a odiar por hacerme recordar. A cada segundo un detalle más se une a mi pasado, a mi único recuerdo, para hacerme ver que todo es una media verdad, que detrás de esta puerta está la gran mentira. Nunca debería haber abierto el despacho, por eso he cerrado la puerta de lo que realmente sucedió aquel día. Ellos me han obligado a que la vuelva a abrir, y a que cruce la linea que separa entrar (recordar) y quedarme fuera (olvidar).
-¿Porqué queréis saber la verdad? Yo no quiero. ¡La verdad duele! Esos ya no son mis requerdos, ¡Yo no los quiero!
-Vamos chico acaba con esto, dinos que pasó.
Este tio es el demonio. Le odio. Me levanto y sin darles tiempo a nada le parto la silla en la cara. Cae al suelo y aun me mira, parece que no termina de creerse lo que acaba de pasar. Pero de momento no va a moverse más. Solo tiembla y se retuerce como si se estubiera electrocutando. Miro como sale sangre de su frente, de una fea brecha en su cráneo ahora deformado. Lo curioso es que Amelia ni se inmuta, solo me mira hipnotizada esperando que termine mi relato. Mientras, el agente judicial se desangra, su piel va perdiendo color, y el charco de sangre es como un camino para mi que me transporta otra vez al despacho de mi padre.

Al abrir la puerta mis ojos pasan por la alfombra gris y se detienen en el sofá. Mi padre está de pie, de espaldas a mi, la camisa blanca le llega por debajo de la cintura, pero sus piernas quedan al descubierto. Parece que no nota mi presencia pero en cambio ella, puesta a cuatro patas sobre el borde del sofá se gira y me ve. Sus ojos, perdidos en un mundo de placer, tardan un segundo en enfocar, y cuando su cerebro procesa la información le hace cerrar la boca, y convierte la cadencia de los gemidos en un taco, crudo, rápido y directo, mierda.
Ahí todo se vuelve una bola de carne confusa. Sus grandes pechos siguen balanceándose durante unos segundos, se separa de su amante y veo el interior de sus muslos afeitado perfectamente, rosado y húmedo. Aparece de golpe el ariete de carne de papá, erecto como un faro guiando al barco en que se ha convertido su secretaria. Se gira y me ve. Esa mirada está llena de odio. Odio y algo más, un viejo rencor que ya no puede disimular, la punta de la lanza de la culpa. No se cuanto tiempo nos miramos pero cuando logro apartar la mirada su pene se ha transformado en un pequeño gusano arrugado.
Él grita algo mientras busca sus pantalones, pero no lo entiendo porque llega mi madre lanzando insultos. La otra mujer intenta recomponer su vestido. Es impactante lo ridícula que se puede ver una mujer elegante con el pelo despeinado y botones de la camisa desabrochados. Las manos de mi madre se funden en la melena de la desconocida y tiran con tanta furia que la hace caer al suelo. Él la abofetea para frenarla. Intentan salir de la habitación, me rozan, me empujan y me gritan, pero no reacciono hasta que mamá araña la cara de papá. Le sale sangre de la cuenca del ojo. Entonces, sin querer, mi padre, convertido en las aspas de un ventilador, me golpea en la cabeza y caigo sobre la alfombra. No se que me hizo pensar que el juego de pesas que tenia junto a mi no era una mala opción, pero tenía toda la razón. Ellos tres siguen en un abrazo triple, entre rugidos. Me coloco detrás de papá, y de un solo golpe con la pesa le abro la base del cráneo. Cae fulminado, pero no como el agente, papá está muerto antes de llegar al suelo. Mi madre ahora lo abraza sentada, lo acuna entre sus brazos. Uno, dos, tres...siete golpes con la pesa y al final ella también se calla. La otra chica apoya la espalda en el armario y se deja caer en la alfombra. Llora histérica y se derrumba sobre las rodillas, tapándose el rostro con las manos. La miro con calma. Contemplo los cadáveres de mis padres. La moqueta gris ahora es negra cubierta de sangre espesa. Ella es la culpable de todo esto, pero no tiene sentido negar que golpeandola a ella disfruté menos que con mis padres...

Y ahora Amelia y yo cara a cara, a solas.

"INICIO DE HISTORIA" DE AZUL CIELO

24 de octubre de 2009

Fuego, casa quemadas, extraño silencio, cuerpos sin vida con espadas clavadas en el abdomen, flechas atravesándoles las extremidades. Toda la ciudad quemada. El manto de la muerte se extendía por toda esa extensión habitada momentos antes… Reinaba la Muerte.
Parpadearon repetidamente los ojos para adaptarse a la luz. Lo primero que sintió al recuperar la consciencia, fue un fuerte dolor recorrerle todo el cuerpo.
(incio de Verde Maduro)

Recorrió con la mirada su frágil cuerpo, un brazo sin dueño le rodeaba la pierna derecha, mientras que la izquierda había adoptado una extraña curvatura que indicaba que se la había fracturado, seguramente en varios trozos.

Todo estaba en silencio a excepción del suave chisporroteo del fuego que aún ardía en varios puntos de la ciudad, no habían dejado nada con vida a su paso, excepto, quizás a él, que entre tanta ira desatada y tanta sangre derramada, parecería un cuerpo más sin vida.

Intentó recordar como había ocurrido todo pero lo único que le venía a la mente era aquella vieja leyenda que decía que el Escuadrón de Odín nunca dejaba ningún cabo suelto…entonces… ¿Por qué seguía él con vida?, y la respuesta le llegó antes de lo que había esperado, un par de botas ensangrentadas se cruzaron en su campo visual, se acercaban lentamente y el chico sabia que por mucho que disimulara no habría forma de esconderse, el soldado sabía que estaba con vida, y seguramente volvía para acabar con su misión, el joven cerró los ojos esperando un final que no acababa de llegar, casi lo deseaba, el dolor era insoportable, pero seguía sintiendo, el soldado tardaba demasiado en llegar.

Aquellas botas finalmente se detuvieron a escasos centímetros de él, y una melódica y dulce voz le ordeno que abriera los ojos, - un momento – pensó él – esta voz… - y sorprendido abrió los pesados parpados. Tal y como la recordaba, Ariadna, con sus cabellos de fuego ondeando al viento, y esos ojos de metal fundido que no podía olvidar, ella era la chica que se colaba en sus sueños desde hacía más de 10 años, desde la noche en la cual había muerto por primera vez.

Aquella noche llovía, y el no había podido llegar a casa a tiempo para refugiarse, el frío le calaba todos y cada uno de los huesos, no podía más, desesperado comenzó a correr, tropezó y cayó, y al levantarse vio aquella preciosa luz blanca, ya no notaba la lluvia, y de un salto se levanto y caminó hasta el portal, pero una mano blanquecina le sujeto, era la mano de Ariadna, le miraba con aquella expresión tan suya, aquella que a él claramente le decía – quédate conmigo – y perdido en sus ojos perdió aquella luz que se había presentado como una salida, ella le sonrió como solo ella sabía y se alejo corriendo, el intentó seguirla, volvió a tropezar y suspiro como si le faltara el aire, notando todas y cada una de las gotas que parecían haberse desvanecido momentos atrás, él le grito, pero ella ya había desaparecido en la espesura del bosque, pero allí estaba ella, otra vez, tan etérea como en aquel bosque.

Le tendió la mano y ya no sintió nada, ni el dolor de la pierna rota, ni el cuerpo completamente magullado, simplemente el mundo se había detenido en aquel instante, en aquellas dos sombras en medio del caos, y así como estaban, ella le explicó el porqué seguía con vida, el porqué ella se aparecía en todos y cada uno de sus sueños, el porqué ella se había revelado aquella noche en el bosque, y todo se resumía a una simple palabra: Odín, ella giró suavemente la mano que tenía cogida, enseñando la marca que el siempre había tenido pero que ahora ganaba un nuevo significado, era la señal de un guerrero.

Dos años más tarde:

Era la primera vez que salía de cacería, dos largos años de entrenamiento le habían llevado hasta aquel día, y ahí estaba, blandía su espada como si fuera una extensión de su brazo, y estaba tan afilada que solo con mirarla podías notar como cortaba, Ariadna estaba a su lado, era su mentora, su amiga, su amante, ella lo sabía todo de él, hasta lo inseguro que se sentía en aquel momento, pero ella le daba fuerzas para seguir, para cometer los mismos crímenes de los cuales había oído hablar toda su vida, pero ellos tenían una misión, tenían que encontrarle.

Una mujer se escondía en aquel callejón, podía sentirlo, y apartando un par de cajas apiladas la mujer fue descubierta, él le agarro de los finos cabellos castaños, la mujer desesperada lloraba, suplicaba, gritaba, pero nada detuvo al joven, con un movimiento seco de la espada corto la cabeza de aquella desgraciada, la miró unos instantes y la tiró un par de metros más allá, tenían que encontrarle.

"INICIO DE HISTORIA" DE PÚRPURA TENUE

14 de octubre de 2009

18 de diciembre de 2003


Ella se llevó mis miradas, mis besos y mis dedos. Me incorporé y di un par de vueltas por la desordenada casa. Ella no era nada importante porque lo era todo. Hice una mueca de resignación y volví a la cama, que estaba ocupada por una mujer de cuyo nombre no me acordaba. Le abracé pero tenía la mente en otra parte, intenté dormir pero eso era algo que no podía hacer desde que morí.
(inicio de Fucksia Anorak)

Como alma en pena, ausente y sin ganas de establecer vínculos personales con nadie, deambulaba de un lado a otro. Era capaz de trabajar más de doce horas seguidas sin apenas hablar con nadie. Ya no hacia pausas para desayunar o almorzar. Rehuía cualquier atisbo de compañía. A medida que mi pena aumentaba, subían las ventas de la empresa donde trabajaba. Era el empleado perfecto, un adicto del trabajo al que no le importaba caerle mal al resto de compañeros. Encima, mi jefe me había prometido un ascenso. “No podemos dejar pasar por alto el talento y tú tienes un gran potencial. Tu trabajo merece una recompensa”- me dijo.

Desde que Ella se fue, hace apenas un par de meses, he adelgazado 14 kilos. He de reconocer que su pérdida me vino, físicamente, muy bien. Volví a fumar y empecé a trasnochar en un par de clubs de moda en compañía de gente no muy recomendable. Las tías empezaron a echarme el ojo. Y es que, además de mi físico, mi posición económica había subido como la espuma. Moët, bourbon del bueno y coca de 140 euros el gramo constituían, prácticamente, mi dieta.

Me convertí en un auténtico hijo de puta. Un déspota durante el día con mis subordinados, mientras que por la noche me transformaba en un ser todavía más antipático, cruel. Incluso empecé a tener pensamientos homicidas. A veces, cuando alguien se paraba a saludarme, por el mero hecho de interrumpirme en lo que sea que estuviera haciendo, me irritaba hasta tal punto de que solía imaginar en cómo podría matarle. Sentía un placer extraño con estas visiones.

Ya no tenía alma, tampoco me importaba. Desde que Ella se fue, el resto de mundo, incluido yo mismo, dejó de importarme. Su ausencia precipitó mi sinsentido y aunque sabía el motivo de mi transformación, poco a poco dejé de sentir dolor. Ya no era un ser humano.

Siete meses y seis días después de que Ella me abandonara, encontraron mi cuerpo flotando en río. Me dispararon, la policía dice que fue un “asunto de drogas”, un ajuste de cuentas (ya me habían fichado un par de veces). En realidad, fue una empleada con la que me enrollé. Se quedó embarazada y yo le ofrecí dinero para que se deshiciera de ‘aquello’. Desde donde estoy ahora, no le culpo por hacer lo que hizo. Me porté como un auténtico cerdo con ella.

Dicen que cuando mueres, durante un breve espacio de tiempo, ves pasar tu vida entera, desde que naces hasta el momento mismo de la muerte. Yo sólo la vi a Ella, y tampoco nos conocíamos demasiado.
Entonces yo tenía veintiocho años y Ella acababa de cumplir veintiséis. Me la presentó un amigo en la fiesta de cumpleaños de su novia. Aunque suene a película, desde que nos conocimos, supe que Ella sería la única en mi vida.

Hablamos durante toda la noche, la verdad es que nos caímos genial. Me enamoré de su sonrisa, de su cara de complicidad y sorpresa al contarle un par de chistes malos. En ese mismo instante, el 18 de diciembre de 2003, a partir de las 23.45, supe que quería estar con Ella toda la vida.

Nos fuimos a vivir juntos al mes de conocernos. La gente flipó en colores pero nos daba igual. Todo era perfecto. Cada día era único y, aunque de vez en cuando discutíamos por algo, siempre lo solucionábamos en seguida.

Un día, Ella se despidió de mí para no volver jamás. Me besó como de costumbre, mientras yo aún dormía. Al despertar, todavía podía intuir el olor de su piel entre las sábanas. Me dejó un post-it en la mesilla, diciéndome que nos veríamos por la noche, en el bar que hay justo al lado de su trabajo. Tenía algo importante que decirme.

No sé donde estoy ahora, no puedo ver a nadie, sólo escucho cómo fluye un torrente de agua. ¿Estaré todavía en el río? ¡Dios, no! No quiero que Ella me vea así cuando venga a buscarme.

"INICIO DE HISTORIA" DE BLANCO NIEBLA

La siguió por instinto, había alguna cosa especial en la situación; era como un sueño en el que una sirena te canta una melodía de la que no puedes escapar, te mira de reojo y te sientes obligado a seguirla, sin preguntarte porqué. La vio entrar en el edificio público y se coló tras ella. Las puertas del ascensor se cerraban pero ella puso su mano y detuvo el mecanismo para que él pudiera entrar. A solas, se miraron por primera vez cuando el ascensor se quedó atascado en el sexto piso.
(inicio de Gris Ceniza)

Él la miró a los ojos y se dio cuenta, de repente, que ella sería su próxima víctima. El ascensor arrancó a los 10 segundos; 10 segundos que se hicieron interminables entre dos desconocidos, 10 segundos que se habían inundado de silencio, roto, de forma inesperada por el sonido de los engranajes.

Todas las demás habían sido elegidas al azar, la dependienta de la tienda de baratijas, aquella chica que tropezó con él en el paso de cebra que había junto a su casa, la conserje del colegio de uno de sus sobrinos… y así una larga lista de nombres y caras que pasarían a formar parte de su ya dilatada carrera. Pero esta vez era distinto, se había sentido especialmente atraído por ella, una morena de pelo corto y rasgos orientales, la verdad era que le recordaba bastante a una novia que tuvo y de la que guardaba muy buenos recuerdos.

El ascensor se abrió en la 4ª planta del edificio y la chica salió disparada hacia una de las oficinas que se encontraban al fondo. Él decidió subir un piso más, estuvo deambulando unos minutos entre los diferentes mostradores y luego bajo para re-encontrarse con su víctima. Había dejado unos minutos de margen para que no se sintiera intimidada de nuevo por su presencia. Se acercó al mostrador del fondo, recogió unos papeles y se dio la vuelta merodeando entre la gente que esperaba su turno. No la vio pero sabía que si no andaba equivocado trabajaría allí y saldría hacía las 3 de la tarde, como la mayoría de los funcionarios. Bajó a comer algo a uno de los restaurantes de comida rápida que rodeaban la plaza y la esperó sentado en un banco. A las 3 y cuarto la vio salir por la puerta giratoria que enmarcaba el enorme edificio de oficinas. Sin que ella se diera cuenta la siguió, bajó a la misma parada de metro y continuó hasta bajarse en el mismo andén. Lo tenía todo preparado y esta vez estaba más seguro que nunca. Al llegar a la esquina del parque que rodeaba a una lujosa urbanización aceleró el paso, estaba a un metro de poder alcanzarla y cuando tuvo la oportunidad la agarró del brazo, ella se giró, él supo que lo había reconocido pero daba igual, cuando lo hacía no había escrúpulos que pararan sus instintos. Le puso la mano en la boca y desapareció con ella entre unos matorrales. Era fuerte, las horas de gimnasio habían servido para algo, y la podía sujetar sin ningún esfuerzo. El ritual era el habitual, pañuelo, formol y sobre todo destreza, se creía un profesional. Le bajo el pantalón y las bragas, con eso le bastaba, y la penetró. Tras los 10minutos que duró la tortura a ese cuerpo inerte recogió sus cosas y allí la dejó, tirada como si fuera un muñeco de trapo; sabía que como a todas, alguien la recogería; también sabía que ella no sería su última víctima, le gustaba lo que hacía, él no mataba, daba a las mujeres lo que necesitaban, eso era lo que pensaba su mente depravada.

"INICIO DE HISTORIA" DE VERDE BÓSFORO

10 de octubre de 2009

Inesperadamente, desperté. Estaba conmocionada, no sabía donde estaba ni con quien, solo sabía que había abierto los ojos tras haber permanecido inconsciente sabe dios cuantas horas. Lo primero que hice fue mirarme las muñecas, ni rastro de sangre, ni rastro de las cuchillas que unas horas antes habían rasgado mi piel cuidadosamente. Me asusté, pues en el lugar donde debería de haber habido sangre o en su defecto vendas, no había nada, mis venas resplandecían tras la piel cristalina como si nunca hubieran sido degolladas a traición. Me miré, llevaba la misma ropa y todo parecía estar en su sitio. Entonces miré a mi alrededor…
(inicio de Blanco Niebla)

Cuatro personas más estaban en la misma sala, pequeña e iluminada únicamente por una lámpara de aquellas de sodio. Se miraban como si no se conocieran, con la misma expresión de asombro que yo misma procesaba. Entonces recordé. Había cogido a los niños, y sí, los maté yo misma, sus llantos no me habían dejado pegar ojo la noche anterior. A qué venían tantas quejas, son cosas que pasan, me alteré y no pude más, no recibía ayuda de nadie. Me recordarán como un monstruo porque no han sabido entenderme. ¿Ahora qué hay que hacer? ¿Esperar que alguien venga a buscarnos? ¿A dónde nos llevarán? ¿Tal vez he muerto? No recuerdo eso. Sólo tengo que esperar, alguien vendrá, siempre viene alguien.

"INICIO DE HISTORIA" DE VERDE MADURO

Parece no haber nada especial en el escenario. Una joven nerviosa contemplando un libro, un anciano observando al milímetro la actitud de la chica. Quizá ella no entienda nada o tal vez sea que no comprenda lo que el hombre quiere mostrarle, sin embargo él la absorbe con la mirada, como un niño esperando la respuesta de su madre a ese porqué. Ella se siente desnuda, tiene miedo a fallarle y es entonces cuando se atreve a mirarle y ambos se iluminan. Una conexión extraña entre ambos...
[inicio de Verde Bósforo]

Ella se siente intimidada e incómoda. Desvía la mirada. No puede aguantar esos ojos de color tan peculiar: gris, azul,… una mezcla de ambos colores. El suelo, ese entarimado de oscura madera desgastada por los infinitos zapatos que lo han pisado, la calma. De reojo, por eso, lo sigue observando.
El público se está impacientando. Es escaso, pero demasiado exigente. Entre ellos, escondidos, están a los que no se pueden defraudar en ningún momento y bajo ninguna circunstancia por más especial que pueda ser.
Ella levanta la vista, llevándola al frente, y de nuevo aparece la extraña conexión entre ambos. Una conexión unida por un invisible hilo, que solo ellos ven, como si alguien hubiera espolvoreado alguna sustancia para hacérseles visible.
Seguridad, confianza, serenidad…, esto es lo que los ojos de él muestran. Firmeza en su compostura. Bien erguido y la cabeza alta con la mirada puesta al frente, directa a la persona. ¿Miedo? Para él no existe el miedo, ni el pánico, ni el temor para él. Nada de todas estas cosas. Él, ante una situación como en la que se encuentra la chica, sólo conoce el valor y la seguridad. Esto es lo que le quiere transmitir mediante la extraña conexión formada entre ambos.
Ella cabizbaja, denotando inseguridad y debilidad, decide romper con la conexión una vez más. Mira el libro reposando entre sus manos. De él salen varios trozos rotos de papel blanco, marcando páginas, con pasajes concretos del libro. Se repasa las letras, de pálido rojo sobre un fondo ocre, de la portada de tapa dura. El pulso es inestable y tembloroso. Los nervios le pueden más que cualquier cosa.
Un carraspeo entre el público le llama la atención y de refilón mira la sala que se extiende ante ella. Contados son los espectadores. Una gran minoría del poco público está interesado en las palabas que pronto inundaran esa sala, los demás son conocidos con ansias de verla triunfar o por lo contrario verla defraudar y poder regodearse en su sufrimiento por haber frustrado y caído en el intento.
La conexión se establece de nuevo con el anciano con el que tanto tiempo ha compartido y que se encuentra allí por una única razón: ayudarla a dar el paso; darle ese empujoncito que le falta. Sigue observando esa actitud nada apropiada ante la situación. Sólo puede leer una palabra y sentimiento de todo eso: vergüenza. Intenta transmitirle lo que lleva rato queriendo hacer. Quiere cambiarla para bien, pero los nervios son traidores y él lo sabe. Demasiados años a su espalda como para no conocerlo. Decir que nunca lo ha vivido es mentirse a todo el mundo y mentirse a si mismo. En su primera vez no tenía a nadie que lo intentara aserenar, tenía que hacerlo solo, y ahora él hace lo que le gustaría que le hubieran transmitido por ese entonces, de innumerables años atrás.
Siente que esa conexión es más que algo extraño. Reconoce la mirada del hombre. Sabe lo que quiere transmitirle y no se lo piensa más. Levanta la cabeza con firmeza y se yergue con extrema seguridad sobre si misma adoptando fortaleza y vigor sacado de su interior, que ni ella misma se esperaba por su propia parte. Un rebelde mechón de pelo demasiado corto le entorpece la vista, que ha cambiado dejando de lado la cobardía y vergüenza que sentía. Con ímpetu da media vuelta y camina decidida hacia el atril. Deja el libro encima, abriéndolo por la primera página que tiene marcada. Dentro la hoja, servida como punto de libro, está escrito marcando una pequeña pauta por si la mente se le queda en blanco. Mira el auditorio con valor. Inspira profundamente y expira en un suspiro. La mirada del hombre demuestra felicidad, de la misma forma que la imperceptible curvatura de sus gruesos labios, ya envejecidos. La chica se repasa, mentalmente, el esquema preparado y empieza.

"INICIO DE HISTORIA" DE FUCKSIA ANORAK

8 de octubre de 2009

En el día que más común aparenta ser, es a veces cuando pasan cosas que cambian la vida de uno. Eso es lo que le pasó a Aiko una mañana de noviembre. Había llegado a la estación de Tokio una hora antes de la salida del tren que la llevaría a Kobe a ver a su familia, así que se quedó haciendo tiempo en una librería cercana. Allí había otra chica, más o menos de su edad, que en un momento acaparó toda su atención. Sobresaltada, se metió tras una estantería y la estuvo observando sigilosamente, intentando no ser vista. No quería parecer indiscreta y, lo que le avergonzaba más, perturbada. Había algo en esa chica que le resultaba familiar.
(inicio de Blanco Hielo)

La joven espiada compró un libro gordo, de muchas páginas y con la tapa de color verde. Seguramente sería un best-seller, pensó Aiko. Tenía curiosidad y le iba a seguir. Antes de salir de la librería, pudo confirmar gracias a un cartel publicitario que la desconocida había comprado un estúpido best-seller. Esa chica le fascinaba, había algo en ella que era imposible de describir Tal vez su austero rostro o su endeble cuerpo. O su anodina mirada. O…

De repente, Aiko se vió sentada en el tren que la llevaba a Kobe ¡ Qué casualidad! La desconocida chica a la que estaba espiando también viajaba a Kobe. Estaban sentadas frente a frente y, entonces…

-¡ Odio los best.sellers!-resopló repentinamente la desconocida

-Eh…-dijo Aiko dubitativamente

-Jejejeje

La voz no parecía de este mundo, era tan bonita y aterradora a la vez que Aiko no se atrevió a mediar palabra alguna en todo lo que quedó de trayecto. Miraba por la ventana y, con el cuello girado hacia el borroso paisaje, torcía la mirada para observar a la desconocida con gesto disimulado ¡ Era tan colosal e indescriptible! Pero ejercía en Aiko una atracción fuera de lo común. No era sexual ni nada parecido. Intentaba mirarla con su gesto disimulado pero, justo lo hacía, la extraña compañera de viaje fijaba los ojos entorno a ella. Todo el viaje fue un constante juego de el ratón y el gato, pero de miradas y gestos disfrazados.


El tren llegó a su destino y Aiko decidió proseguir su seguimiento, ya que había su familia, a la que no tenía mucho aprecio (más bien los odiaba), podía esperar. Mentía, adoraba a su tía Fujiki, pero eso es otra historia. La misteriosa chica salió de la estación del tren con paso liviano, parecía que caminaba en el aire. Giró a la izquierda de la tercera calle, caminó cincuenta metros, pasó la rotonda y torció a la derecha hasta llegar a una grisácea casa. Aiko se quedó boquiabierto: ¡era la casa de sus padres! Un nudo se instaló en su flaco cuello y no paraba de preguntarse, y ahora con nervios, ¿quién demonios era esa chica? Mientras ella despertaba de su breve colapso, la extraña entró en casa de sus familiares. Aunó fuerza y se dirigió a la puerta. Picó, pero nadie le abrió. Gritó, pero la ignoraron completamente. Estuvo alrededor de treinta minutos aporreando, gritando, llorando pero nadie le hacía caso.

La desesperación le llevó a abandonar el lugar. Sería, un sueño. Bueno, más bien, una pesadilla. ¿O estaba delirando? Aiko no paraba de pensar ¿ Puede que me hayan metido algún tipo de droga cuando tomé un café antes de entrar en la librería? ¿ O puede que fuera alguna droga que le dieron en la librería en forma de polvo o…?
Lo mejor, se decía Aiko, sería volver a casa e ir al médico. Cuando volvió en sí, después de tantos pensamientos, estaba ya en el tren de vuelta. Había gente, pero los ignoró. Cerró los ojos y no los abrió hasta que el tren llegó a su destino. Un poco más calmada y ya en la estación, decidió tomar un café, algo relajante (más bien calentito). Aiko marchaba para casa, estaba lo suficientemente calmada cómo para ir al médico. Pero pensó en entrar, otra vez, en la librería. Al fin y al cabo, todo había empezado ahí. Entró y echó un vistazo en general: todo estaba (más bien parecía) igual. Preguntó al librero si recordaba a una chica que esa misma mañana…y antes de que acabara, el librero se econgió de hombros. Aiko suspiró y se puso a mirar libros. De repente, se sintió vigilada. Intentó no mirar detrás de sus afilados hombros y cogió el primer libro que había a mano. Era gordo, con muchas páginas y tenía la tapa de color verde.

Salió de la librería con paso normal, procurando no ir muy rápido y sin hacer mucho ruido. Iba casi de puntillas. Estaba segura de que alguien la seguía. Lo notaba. Se subió en el primer tren que tuvo la oportunidad, dando la casualidad que era el tren que la había llevado y traído de Kobe. Se sentó y, justo en frente suyo, se sentó una chica. Era delgada, de rostro austero, no sabía si la estaba siguiendo o no y…

-¡ Odio los best.sellers!-resopló repentinamente Aiko

-Eh…-dijo la desconocida dubitativamente

-Jejejeje

Rió nerviosamente, tratando de disimular su pequeña trampa disfrazada. La desconocida no dijo nada del libro. A lo mejor era su imaginación o los nervios de ese extraño día. Todo el trayecto trató de reconocer la chica que tenía delante…Le recordaba mucho a la persona que había estado siguiendo, pero tenía algo diferente. Y Aiko trataba de averiguar quien era.

El tren llegó a Kobe. La chica que le seguía también. Palideció. Ahora estaba segura: la estaban siguiendo. Aceleró un poco el pasó. Miraba de refilón y la chica le seguía y unas saladas lágrimas empezaron a resbalar por las mejillas de Aiko. Miraba de un lado a otro, no sabía dónde ir. Pero, como si de un robot se tratase. Se plantó delante de casa de sus padres. ¿ Le abrirían esta vez? Aiko, arrastrando los pies, se dirigió a la puerta. Lloraba, lloraba, lloraba fuego, lloraba rabia, lloraba soledad y cuando levantó la mano para picar a la puerta, ésta se abrió y apareció su madre (y su padre, en un segundo plano) llorando y con los brazos abiertos. Y mientras Aiko se arrojaba a los brazos de su padre y de su madre, ésta última dijo:
-Te perdonamos

"INICIO DE HISTORIA" DE BLANCO HIELO

No le dio tiempo a levantar la tapa del váter. Echó la cena mezclada con el alcohol que había ingerido durante toda la noche. Vomitó sin tregua, en un lavabo de mala muerte, con su vestido de diseño y sus tacones de siete centímetros. Fuera, podía escuchar a un par de adolescentes cómo hablaban de un tío del Tuenti. “Estoy mayor”- pensó mientras miraba el pozo de porquería, esperando que viniera de nuevo la arcada. La cabeza le daba vueltas, y aunque todavía seguía demasiado borracha para avergonzarse, no podía dejar de pensar en el ridículo que había hecho durante la cena. “¿Por qué no me muero aquí mismo?”- pensó en voz alta.
(inicio de Púrpura Tenue)

Por un momento se le pasó por la cabeza la irónica idea de que, en aquella situación, parecía una imitación esperpéntica de aquella famosa escena de Trainspotting. Se metió prisa a sí misma por acabar cuanto antes, y así, al cabo de unos diez minutos, se enjuagó la boca, limpió el lavabo como buenamente pudo abriendo el grifo y se dispuso a volver a la mesa a fingir que no había pasado nada. Al salir del baño se dio cuenta de que no era capaz de enfocar bien los motivos florales orientales que decoraban las paredes de aquel restaurante de postín; parecían moverse. Hizo todo lo que pudo por mantenerse sobre los tacones mientras caminaba hacia la mesa. “Hay que ver …” - pensó - “yo que me había puesto hasta arriba de vino y champagne para ver si distendía la situación y de paso olvidaba el horrible bochorno de antes, y resulta que ahora estoy borracha y sólo voy a conseguir empeorarlo todo …”.
Llegó y volvió a sentarse en su sitio, rodeada del resto de miembros de la compañía de teatro en la que trabajaba y los directores de un conocido teatro. Todos parecían estar disfrutando de la velada que compartían compañía y dueños del teatro para celebrar el próximo estreno de la obra que habían convenido representar, sin recordar aquel comentario inoportuno que había soltado Beatriz un rato antes; sin embargo, ella creía intuir un gesto irónico en las caras de todos ellos, especialmente en la de la directora de la compañía, que había sido la más afectada por aquella metedura de pata. Sintió repugnancia hacia ella, e impulsivamente se volvió hacia Elvira, la compañera que tenía sentada a su derecha para desahogarse.
- Mira con qué jeta me mira esa perra infernal; qué asco me da con esos morros operados que lleva la muy…
- Cállate, anda, que con la borrachera que llevas te me estás poniendo deslenguada y te va a oír en cualquier momento- le interrumpió Elvira.
- Encima no me digas que me calle, que bastante tengo con aguantarla todos los…
- Anda, ven al baño y me lo cuentas si es que lo tienes que soltar, que como sigas soltando esas perlas aquí delante de todo el mundo, todavía arreglas lo que has dicho esta noche, guapa.
Elvira cogió su copa de champagne y la agarró del brazo. Se excusó ante el resto de los presentes y tiró de Beatriz hacia el baño de señoras del que acababa de salir.
Elvira llevaba ya unos cuantos años en la compañía. Era algo mayor que Beatriz, pero en seguida había sido quien más confianza le había brindado, y pronto se habían hecho más o menos amigas dentro de ese mundillo que Beatriz consideraba lleno de falsos modestos, de falsos bohemios, de poses, de trepas y de hipócritas.
- Bueno, como te iba contando, que si no fuera porque es la que me paga todos los meses y porque si no me hubiera cogido yo no estaría ahora actuando, te digo que yo a esa le decía cuatro cosas, o le escupía en la cara esa de estirada que tiene, o yo qué sé…
- Cómo se nota que eres nueva por aquí, guapa - rió Elvira.- En realidad Patricia no pinta nada aquí. La compañía era de su padre, que la llevaba junto a Ángel, el marido de ella. Al morir, dejó a su hija en la dirección, pero ella en realidad no sabe nada de lo que es este mundillo, sólo pone la cara bonita porque es una figuranta y ya está. El que maneja el cotarro sigue siendo Ángel, vamos, menudo es ese. A la chita callando, y aunque le deje a ella llevar siempre la voz cantante, él es el que está forrado, y el que mueve los hilos detrás de todo ésto, claro. De todas formas no te preocupes, que tu problema de tener que verle la cara a la asquerosa de doña Patricia se va a acabar pronto. Supongo que te imaginarás que después de la de esta noche, estás fuera de la función que nos acaban de dar.
- ¿Qué dices?
- Deberías haberte atado un poquito la lengua. Llevo años aquí y sé cómo funciona. Has puesto en ridículo a la compañía; Patricia está indignada, y podría asegurarte que Ángel en seguida despachará a quien vaya poniendo obstáculos. Créeme que le conozco bien…
Beatriz se echó a llorar desconsoladamente y a lamentarse, con la frente apoyada sobre la pared y dándole golpes.
- Bueno, mujer, no te pongas así, que tampoco es algo definitivo… ya veremos que puedo hacer por ti, ¿eh? - le consoló Elvira mientras le colocaba suavemente el palabra de honor para que no fuese enseñando el sujetador por encima del escote.
Volvieron al comedor cuando Beatriz se hubo secado las lágrimas y arreglado el maquillaje. Allí seguían todos haciendo la sobremesa. Entonces Beatriz se fijó en el tal Ángel, que se encontraba discretamente sentado al lado de su escandalosa mujer y su vestido de leopardo. Estaba callado y con aspecto tranquilo, escuchando la alocada charla de su esposa con los dueños del teatro donde iban a representar. Fumaba despacio un cigarrillo que acababa de sacar del bolsillo de su traje gris marengo, combinado con una corbata naranja. “Con ese aspecto y tan recogido en su segundo plano, cualquiera diría que es el que parte la pana aquí” pensó Beatriz, “a lo mejor lo que acaba de decir Elvira está un poco exagerado”.
El lunes siguiente, Beatriz llegó al teatro a ensayar como si llevase unas pesas sobre los hombros. Mientras abría la taquilla que le habían asignado para dejar sus cosas durante el ensayo, esperaba que llegase en cualquier momento su querida doña Patricia por detrás a comunicarle su despido. Estaba abatida y de hecho había dormido poco aquel fin de semana de darle vueltas a cómo un estúpido comentario inoportuno había arruinado su soñada oportunidad para ser actriz.
Al abrir la taquilla encontró un sobre grande dentro. “Ya está, aquí lo tienes, por metepatas”, pensó. Sin embargo, por fuera del sobre no había nada escrito. Lo abrió y sacó de él otro sobre en el que ponía: “Ya está todo arreglado. Sigues en la obra. Serás la estrella revelación, seguro”. Al abrir ese sobre encontró dentro una corbata naranja, junto a otra nota en la que ponía: “Ahora te toca a ti devolverme el favor…”. Debajo pudo leer la firma de Elvira.