"Conversación de dos prostitutas en un bar" por Gris Ceniza

23 de marzo de 2012

Lleva un rato mirándola sin saber que más decir. La situación es insoportable, ni le habla, ni le mira, ni le explica para que la ha hecho venir. En el bar los clientes entran y salen, se renuevan, pero ellas dos siguen con la misma pausa desde que, al llegar y verla así, le preguntó con tono urgente que le ha pasado.
Sira permanece callada, sorbe los mocos y mira el montón de pañuelos usados que ha dejado sobre la mesa. El cigarrilo se consume entre sus dedos y se lo lleva a los labios una vez cada muchos minutos. Así ha encendido ya varios, con sus manos temblorosas, con la vista perdida en el infinito.
Son sus ojos lo que la alarman. Se le saldrán de la cara y le caerán en la taza del café, piensa. Es evidente que lleva días sin dormir, llorando a todas horas. Se ha metido en algún lío, seguro, porque loca no está, se ha peinado y maquillado con su maestría habitual, pero por dios ¡que cara de loca tiene!.
Cuando ya cree que no le va a contar nada y se dispone a coger su bolso para irse, Sira empieza a hablar. La voz sale grave, rota, con la opresión de las lágrimas en cada sílaba.

¿Recuerdas a Germán, el viejo que durante tantos años me pagaba solo para hablarme de su esposa, y me daba charlas sobre la vida?. El filósofo lo bautizamos. ¿Recuerdas? -pero Sira no espera una respuesta, ni siquiera mira a su amiga-. Siempre estaba obsesionado con la importancia de cada decisión, de las cosas que quedan atrás o de los hechos a los que nos tenemos que enfrentar. Cada pasito es un empujón a una decisión, a un futuro u otro, decía siempre.
En los últimos tres años lo había visto cuatro veces, me llamó y lo visité en su casa cada una de ellas. Le encontraron cáncer y le operaron. El hombre se fue consumiendo y cada vez podía moverse menos. A sus ochenta años se resistía simplemente a irse, pero la única cosa que le funcionaba bien era la cabeza. Hablamos, hablamos más que nunca, y ya sabes que yo siempre he tenido mucha paciencia con este tipo de cliente, pero algo en él empezó a irritarme. Germán estaba alterado, decía que no podía morir sin volver a sentirse vivo. Insistía en que yo podía ayudarle, y la última vez me hizo una proposición que casi ni escuché. Me fui de allí pensando que si había perdido la cabeza ya estaba muerto.

A los pocos días me llamó. Se puso un notario al teléfono. Me dijo que me dejaba todos sus bienes, que yo iba a ser la única heredera de un Germán convencido de que habían llegado sus últimos días. Luego volví a escuchar su voz al otro lado del auricular, apenas un susurro envuelto en los filtros de la máquina que le ayudaba a respirar. Me confirmó que todo sería para mi, que no tendría que volver a trabajar en muchos años, pero que como condición me pedía pasar un día entero conmigo. No un día, sino El día. El último día de su vida. Había decidido apagar la máquina que lo mantenía en vida, y no había vuelta atrás. Conmigo o sin mi. Me dieron una semana para pensarlo y pasar a firmar.

Me costó mucho tomar la decisión. Lo primero que pensé es que si estaba con él durante sus últimas horas me tocaría cargar con su fantasma el resto de mi vida. No era una cuestión ética, sino un pensamiento egoísta, algo relacionado con la huella que dejaría sobre mí la tristeza de esos últimos momentos de su vida. Me convencí de que no lo haría.
Al ver como se acercaba la fecha empecé a hacerme preguntas, ¿que pasaría si lograba justificar estar a su lado en su último día? ¿no era más triste que muriese solo, sin familia, sin nadie cerca, que si yo le tendía mi mano? ¿no descansaría en paz con alguien a su lado haciéndole el fin más liviano? Llamé al notario y me informó con todo detalle de en qué consistía mi herencia. Si te digo la verdad, era la mejor oferta que podría hacerme el destino. Después de tantos años de mierda me podía pasar algo bueno. Muy bueno. Que asco de vida.
Todo se basaba en una decisión, como él siempre repetía, la importancia de las decisiones. Un paso adelante o atrás marcaría el resto de una vida. Y se trataba de mi vida, que nunca ha pintado bien, joder, ya lo sabes.
No se si fue por lástima, por interés, o por avaricia, pero esa misma noche lo llamé y firmé los papeles en plena madrugada.

La casa olía a hospital. A productos químicos mezclados con sudor, a ropa limpia que sigue impregnada del roce con la muerte. El notario se fue deprisa y sin darme ninguna instrucción. Germán descansaba en su cama. Respiraba con dificultad, y se que respiraba por los silbidos de la máquina que le empujaba los pulmones, sino hubiera pensado que ya era un cadáver. Intentó decirme algo, y tuve que pegar mi cara a su fétido aliento para entender que sólo quería que me tumbara a su lado. Eso hice, me puse cómoda y me tumbé sabiendo que no íbamos a conversar. Tenía la sensación de que en cualquier momento iba a dejar de respirar. Se iba a morir tumbado a mi lado, estaba segura. Pero eso era lo que él quería y para eso había ido yo hasta allí.
Me quedé mirando el techo, en silencio, escuchando únicamente los silbidos de la máquina. El cansancio, la tristeza, el olor deprimente... todo me empujaba y aplastaba mis nervios sin piedad. Pero poco a poco conseguí aislarme en un rincón solitario de mi mente. Intentaba olvidarme de todo aquello y creo que lo conseguí. Me aislé hasta que el techo apareció como una mancha borrosa ante mis ojos. Debí quedarme dormida, porque me sobresaltó la sensación de que no estábamos solos en aquella habitación. Algo iba mal. En un momento dado noté un movimiento a mi lado. Mis ojos seguían fijos en el techo y me costó un horror poder girarme y ver qué era. Mi cabeza no había conseguido moverse en realidad, sino que alguien entró en mi campo visual. Me estaba mirando a mi misma. Estoy segura que intenté gritar pero lo único que conseguí es que la máquina silbara más deprisa. Intenté levantarme pero fue imposible, mi cuerpo era una lápida bajo las sábanas. Mi cuerpo ya no me pertenecía porqué lo vi de pie frente a mi, y entonces me di cuenta de que yo estaba dentro del cuerpo de él.

El cabrón sonreía. Me habló tranquilamente, muy educado, tal como hablaba él cuando estaba en su propio cuerpo. Me voy, pero tranquila que volveré en unas horas. No, cariño, no temas nada, cálmate. Cuando regrese te devolveré tu cuerpo y podrás irte feliz, con la vida resuelta por delante. Tengo que sentirme vivo por última vez antes de morir. Se que lo entenderás, eres una buena persona. Te lo agradezco Sira, de verdad.

Se impacienta cuando la otra se calla. El cigarro hace tiempo que se ha consumido en sus dedos. Se da cuenta de como le tiembla su cuerpo. Le da miedo respirar por si interrumpe a la narradora. Durante ese silencio vuelven los sonidos del bar, se mezclan las otras conversaciones con la música de la radio de fondo. Pero todo desaparece otra vez cuando Sira sigue hablando.

No te puedes imaginar como me sentí, no tengo palabras. Estaba acojonada, el terror más puro me congeló. Era como si me hubieran enterrada viva. Notaba impotente como mi corazón iba a estallar. Lo vi irse. Vi como mi cuerpo se alejaba de mi alma, y me puse histérica. En algún momento perdí el sentido, y durante las siguientes horas navegué entre los sueños y la consciencia, despertándome y volviendo a caer en un pozo sin fondo, sin poder distinguir si seguía soñando o si todo aquello era real.

Por primera vez en toda la tarde Sira le mira a los ojos.

Te juro que quería morirme. Sentía el cuerpo viejo muriéndose conmigo dentro. Notaba como se escapaba toda la energía de aquella prisión de carne y hueso. Se me rompió el alma. Era como sentir que estás cayendo al vacío y nunca llegas al final aunque veas el suelo. Sólo deseaba que aquello terminara.

Contrariamente, durante esos últimos instantes, llegué a comprender a Germán, y a todas las personas que conviven con situaciones como ésta. Entendí que pidan que alguien termine con sus vidas. Y cuando entendí esto me tranquilicé. Comprendí que solo podía esperar en la cama a que la máquina programada se apagara y aquel cuerpo dejara de funcionar, o que Germán cumpliera su promesa y volviera.

Se calla el tiempo justo de encender un nuevo cigarrillo, luego continua, y se la ve más calmada, como si al contarlo se hubiera quitado un peso de encima.

Al final volvió. Me pidió perdón mil veces. Me dijo que iba a apurar aquellos últimos minutos y se tumbó a mi lado. Me contó todas las cosas que había hecho; cosas sencillas, cosas que nos parecen las cosas más simples del mundo. Me contó que salió a correr por la calle. Que se tomó una ducha de pie, el solo sin necesidad de ayuda. Se sentó en un banco a fumarse un cigarro al sol. Dijo que se miraba en cada reflejo que encontraba, y que aunque no era su rostro, le recordaba que bella y efímera es la vida. Me gritó entre risas: tienes que disfrutar cada minuto que te quede, vive, vive con ganas, no lo olvides nunca. ¡Vive!

Luego se quedó callado y volvieron a reinar los silbidos de la máquina, cada vez más pausados, más bajos, más silenciosos. Ahí yo ya no tenía miedo. No sabía ni en que cuerpo estaba, pero me daba igual, me gobernaba una paz absoluta. Me encontré conmigo misma. No se cuanto tiempo estuve flotando en mi propio nirvana, solo que en cierto momento, otra vez, sentí que había alguien más ahí con nosotros, y me dio miedo, pero cuando me volví para ver quién era solo puede ver la pared del dormitorio. En el otro lado de la cama Germán descansaba para siempre, con una expresión de plácido descanso en su rostro.

Desde ese día no he podido volver a dormir. Cada vez que el sueño se me acerca tengo la sensación de que algo va mal, que hay alguien más ahí conmigo, y me da pánico esa presencia. La lección que me quiso dar Germán es muy bonita, pero creo que esa presencia es algo maligno. Creo que así consiguió hacer el cambio de cuerpo, con la ayuda de ese ser, o de esa energía. Germán pagó su parte con su vida, pero algo me dice que yo aun tengo que pagar.

Ahora es ella la que aparta la mirada de Sira, y espera que nadie repare en su piel de gallina. Sus ojos han enrojecido, y con el dorso de la mano se seca las lágrimas que le han ido resbalando por la cara. Con un suspiro maldice para sí a su amiga por haberle contado todo aquello.

"Conversación de dos prostitutas en un bar" de Fucksia Anorak

8 de marzo de 2012

Prostituta morena-¿Cuánto corazones arrancaste ayer?

Prostituta calva-Ninguno...Bueno, uno. O casi. ¿Y tú?

Prostituta morena-Ayer no trabajé, tenía el día libre. Aunque el móvil no paró de sonar.

Las dos rieron

Prostituta calva-¿Qué les das?

Prostituta morena-Serás capulla, ya lo sabes

Prostituta calva-Ya ya

Prostituta morena-Ufff, no mires, hay un gordo mirando.

Prostituta calva-Esos son los mejores, 2 minutos y fuera

Las dos rieron

Prostituta morena-Bueno, pues para ti. Tiene pinta de oler mal

Prostituta calva-¡Qué mala eres! Además, va trajeado. Seguro que tiene dinero.

Ring,ring

Prostituta morena-Un momento que me están llamando

Cinco minutos después

Prostituta morena-Bueno, guapa, me tendré que ir. Era un cliente muy majo que me ha dicho si podíamos quedar.

Prostituta calva-¿Sabes que el gordo me ha preguntado por ti?

Prostituta morena-¿Y qué le has dicho?

Prostituta calva-Qué eras un travesti

Las dos rieron

Prostituta morena-¡Qué zorra eres! ¿Y qué ha dicho?

Prostituta calva-Pues que nunca lo había probado con un hombre pero que no le importaría

Prostituta morena-¿En serio?

Prostituta calva-

Prostituta morena-Joder...En fin, me tengo que ir. Hablamos más tarde.

Prostituta calva-Muy bien, guapa, cuidate. Cualquier cosa, llama.

Prostituta morena-Vale, besitos, guapa. Ciao