"MEMORIA" de OCRE DE OTOÑO

15 de diciembre de 2011

Voy a contarlo todo tal y como sucedió. O al menos tal y como yo recuerdo el orden de las cosas. Me pediste que jugara. Me costó decidirme pero al final acepté. Jugamos en la calle, cerca de tu casa, en un banco, un viernes a las nueve de la mañana. Cuando la ciudad ya llevaba horas despierta, nosotros todavía no nos habíamos acostado. No nos habíamos acostado. Jugamos en tu cama. Jugamos a palas a las tres de la madrugada en medio de la calle Aragón. ¡Qué bien nos lo pasamos! Me acuerdo como si fuera ayer...
También jugamos en el Hotel Coronado de Poble Séc. ¿Recuerdas? Fuimos al teatro de improvisado y, al no encontrar la dirección exacta, se nos pasó la hora. Decidimos ir a cenar. A la Bella Napoli, en la calle Margarit. Allí me volviste a pedir que jugara en una tentativa mía de pedirte tiempo muerto. “Juega”, me dijiste. Acepté cuando salimos del restaurante. Acepté porque me acorralaste en un portal, como si tuviéramos quince años, y me robaste uno de nuestros últimos besos. De esos besos tuyos embriagadores. De esos besos que hacen girar el mundo alrededor. De esos besos que hacen perder la conciencia. Que desmayan. Que cortan la respiración.
“Está bien, juego”. Mi condena. Pronunciar aquellas palabras fue mi condena. Corrimos de la mano calle arriba hasta toparnos con el Hotel Coronado. Una luz en medio de la noche. Una luz en una esquina en medio de la noche. Nos paramos en seco. Nos miramos. Tanteamos el terreno. Y entramos. “Habitación para dos”. ¿Te acuerdas? Veinticinco euros tú. Veinticinco euros yo. Subimos en ascensor. Las paredes rojas. Entramos en la habitación. Una habitación rosa. “Rosa, como los moteles de carretera en Estados Unidos”, creo recordar que pensé. Y entonces jugamos en aquellas camas. Nos enredamos en una maraña de besos y abrazos. Tu pelo con el mío. Tu olor con mi olor. Tu risa y mi risa. Nuestra respiración. La respiración. Tus besos me cortaban la respiración.
Voy a seguir recordando, mi memoria a veces me juega malas pasadas. Voy a seguir contando todo tal y como creo que sucedió. Pero antes quisiera preguntarte algo. ¿Quién -y repito, ¿Quién?- te va a idolatrar tanto como yo? Bien. No lo sé. No lo sé.
Recuerdo jugar hasta el último momento, el 24 de diciembre de 2010. Todo el día pegados. Apegados. Inseparables. Comimos a las cinco de la tarde porque se nos pasaron las horas volando. A tu lado, todo volaba. Hasta las promesas, volaron. Nos costó despedirnos. Yo te regalé un libro con una nota dentro. ¿Recuerdas? “X, ets molt guapo”. La leíste meses después.
Y nuestro último encuentro. El 29 de diciembre. Viniste a despedirte a la puerta de mi casa. Marchabas de viaje durante cuatro días. Para mí, esos cuatro días significaban una eternidad. Viniste a despedirte para cuatro días. Yo sabía... bueno, en realidad yo no lo sabía, algo me lo decía en mi fuero interno. Sabía que aquello era una despedida real. Una despedida para siempre. Los lazos, rotos. Te quiero, te quiero, te quiero. Hubiera querido decirte tantas veces te quiero. Jugué, jugamos hasta el último momento.
Volviste de tus cuatro días de vacaciones y decidiste dejar de jugar. Yo estaba a punto de marcar gol y tú dejaste de jugar. Paraste el tiempo. Te llevaste el campo. Los espectadores, los aficionados, los jugadores. Lo apartaste todo. Me quedé sola. Las puertas cerradas. Todos salieron. Yo no fui capaz. No he sido capaz. Te quiero. Te quiero. Te quiero.
Leíste la nota meses después, ya no jugabas. Yo seguía en el campo. Sigo en el campo. Quisiera arrancarte de mi memoria.