CANCIÓN de GRIS CENIZA

27 de diciembre de 2009

Llevaban cuatro días idénticos encerrados allí. A través de la ventana veía la luz gris y la fina lluvia con su inacabable goteo. El paisaje era una masa opresiva de grises: asfalto, edificios, y cielo plomizo, en el que era imposible distinguir donde empezaba uno y donde terminaba otro. A sus ojos se fundían las piedras con la lluvia. Seguía con la vista perdida en el laberinto que eran las nubes, mientras un cigarrillo más se había consumido entre sus dedos, sin llegar a sus labios.
Una sacudida de sus tripas le hizo mirar dentro de la minúscula habitación. La cama, la mesita de noche, la sucia alfombra, y la ropa de los dos esparcida por el suelo. Se dirigió al baño, descalzo, y pasó por delante de la cama echándole un breve vistazo; ella seguía ahí pero él no sonrió.
Vomitó de una forma rápida y brusca, pero no se sintió mejor. Registró el pequeño mueble del baño y terminó destrozándolo. Al mirarse en el espejo que había roto se dio cuenta de que estaba llorando. Volvió y se sentó en una esquina de la cama tapándose la cara con las manos. Llorar le provocaba dolor en la mandíbula, la tensión se acumulaba en los labios y en la garganta.
Luego, apartó las sábanas del cuerpo de ella, dejando a descubierto sus muslos llenos de pinchazos, sus nalgas grisáceas, y un brazo mal doblado debajo del cuerpo. Buscó su mirada, y aunque ella tenía los ojos abiertos, no logró encontrarla.
En la mesita esperaba la última dosis. Ella se lo hubiera impedido, y ahora, irónicamente, aquellos ojos abiertos casi parecían exigírselo. Dejó la hipodérmica en el marco de la ventana y volvió junto a la cama. La cogió por debajo de las axilas y tiró. El peso muerto hizo que terminaran los dos en el suelo. La arrastró como pudo hasta la ventana y logró sentarse en la silla abrazando el cuerpo sin vida de la mujer.
Lloraba. Lloraba sin poder parar. Ella no había querido empezar, pero él la había conducido a su mundo. Llevaba muerta todo el día, y él sentía que aun estaba en la habitación, reprochándole haberse ido ella primero, como si exigiese justicia divina. La imaginaba delante suyo, enfadada, gritándole en la cara, insultándole con aquella extraña voz que le quedaba siempre que se daba un viaje.
Y la mecía entre sus brazos, llorando a solas. Nunca se había sentido tan solo como en aquellos momentos. Se le había escapado la vida mientras viajaban juntos abrazados en la cama. Él la quería por encima de todas las cosas, y había muerto por su culpa. Ella tenía razón, debería haber muerto él.
Echó la cabeza hacia atrás escuchando su propio dolor, el sonido de su lucha por sorber el alma, que rota, se le escapaba en forma de lágrimas. Le dolía la cara, y la garganta le iba a explotar, por eso no sintió como la aguja entraba en sus venas. Al instante se sintió mejor, y la vio a ella empujando el líquido hasta el final. Empezaron a reír los dos juntos. Se miraban, eran cómplices, no existía la soledad. Volvía a ser como antes, como cuando estaban juntos... Pero la risa de ella fue cambiando y se convirtió en algo molesto. Él se calló, pero ella cada vez era un personaje más grotesco. ¡Estás loca! le gritó.
Y entonces se dió cuenta de que ya no había vuelta atrás. Cerró los ojos e intentó borrar de su mente aquella parodia, aquella falsa copia loca. Pensó que iba a reunirse con su amor, y se dispuso a disfrutar de aquel último viaje que le llevaría junto a ella.

Cuando dos días después entró el malhumorado casero, acompañado de la policía, se encontró con que los dos cadáveres le sonreían.





*Inspirada en "While Oceana Sleeps" de "Sparta"

CANCIÓN de FUCKSIA ANORAK

En un pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme, había una persona llamada Tiempo que sabía toda respuesta a cualquier pregunta que le formularan. Todo el mundo, desde los habitantes del pueblo hasta foráneos que venían del reino de los hielos, traían sus preguntas, a veces divertidas, otras ingeniosas.
Un borroso día, una chica esbelta, bella en forma y en sonrisa le formuló una pregunta que anonadado le dejó:"¿Quieres pasear conmigo?". El Tiempo, que estaba realmente sorprendido, le dijo que sí. Y pasearon, y mientras lo hacían se miraban a los ojos.Luego fueron a bañarse al viajo lago,y cada vez sonreían más.
Un día de otoño, estaba el Tiempo paseando cuando un extraño le preguntó que día era y él le contestó:"No lo sé". Y, entre las sombras, una desconocida figura sonreía y decía"¡Lo he conseguido!"



*Inspirado en "Someday never comes" de "Creedence Clearwater Revival"

CANCIÓN de PÚRPURA TENUE

Por aquella época todavía era un chiquillo aunque, sin lugar a dudas, era bastante bajo, un ‘enclenque’ para su edad. Para sus compañeros de clase era ‘la nena’.Se burlaban de él porque llevaba el pelo largo, y su cuerpo era frágil, como el de una muñeca.
Aquello le traumatizaba, sobre todo, en clase de gimnasia. Siempre era el último al que escogían sus compañeros cuando había que formar un equipo. En esos momentos sentía un calor horrible recorriéndole por todo el cuerpo, incluso podía notar cómo su cara se ponía roja como un pimiento cuando, en mitad de la cancha, sólo quedaban la niña asmática y él.
Al final, siempre elegían a la niña con problemas respiratorios antes que a él. Allí, en mitad del mundo que le rodeaba, que conocía, cerraba los ojos intentando desaparecer de una vez por todas.
Aparte de los sofocos, sentía vergüenza de sí mismo, de su físico abigarrado, de su carita de niña pero, sobre todo, sentía rabia al no poder enfrentarse a los charlatanes cuando, incluso delante de él, le criticaban sin pudor.
Tenían razón, sólo era una “niña asustadiza”, que merecía todo lo que le pasara- pensaba mientras el hipo consumía todo su aliento.

Muy lejos del colegio y después de cerciorarse de que nadie le ve, llora. Llora a raudales, de pura rabia, como lo hace un recién nacido al darse cuenta de que ya no puede volver al abrigo del útero matero.
Con los ojos rojos, hinchados por el berrinche y la vergüenza, mira su casa aun sabiendo que la noche, todavía, puede ser peor.

Sin saber apenas nada de la vida, intuye que el peor crimen del mundo le acecha. Ya no grita, tampoco hay nadie que le escuche. Su madre trabaja toda la noche y los vecinos están demasiado ocupados con sus problemas como para querer preocuparse de los demás.

A veces, él le tapa la boca y le susurra palabras sin sentido al oído. Huele a rancio, a alcohol y a orín. El monstruo jadea mientras palpa su cuerpo infantil, casi de niña.

Cuando la suerte está de su lado, el chiquillo suele soñar con un caballo blanco. Mientras pasa ‘todo lo asqueroso’, el niño imagina que está en un prado verde. Aunque hace calor, la brisa atlántica acaricia cada poro de su piel. Por primera vez en su vida, no tiene las presiones del colegio, se siente libre, como el animal al que acaba de conocer. Está a salvo. Toca y mima al caballo como si fuera la única criatura viva del mundo.
Ambos se relajan. Es la primera vez que ve algo puro, hermoso, en toda su vida. Ya no tiene ganas de llorar.

Aunque de naturaleza salvaje, el caballo se arrodilla y se deja montar por el chiquillo que parece una niña. Cabalgan juntos miles de kilómetros, libres del mundo que les rodea. El chico, al igual que el animal, ya no siente dolor. Vuelan por el mundo, ayudando a otros que como él intentan escapar de la depravación del mundo.

El chiquillo se coge fuerte a la almohada y aprieta los párpados como si así su sueño fuera un poquito más real. Balbucea, a veces grita pero nadie responde. Da igual, él ya es libre. Mientras, los árboles del jardín, movidos por el primer viento del otoño, golpean con fuerza el cristal.



*Inspirado en “Don´t let daddy kiss me” de "Motorhead"