"Sueños prestados" de VERDE ANTÁRTICO

12 de mayo de 2013


Es el quinto este mes. No entiendo como la gente puede seguir cayendo ahí, ya es prácticamente una leyenda urbana en la ciudad. El ascensor del centro comercial.
Joder, digo yo que podrían señalizarlo o algo, pero de todos modos, ¿quién es tan imbécil de caer por el hueco de un ascensor vacío? Ya lo decía mi madre, de subnormales está el mundo lleno.
Lo más curioso es que nunca he visto a alguien caer, es decir, en plena caída.Trabajo como vigilante de seguridad, debería haber visto alguna de ellas al menos  Es más, llegaron a hacerme reforzar las vigilancias en el punto del ascensor para poder prevenir este tipo de accidentes.
Pero pese a todo, siempre caen cuando yo estoy en otro lugar.
Como si conmigo no fuera la cosa.
De hecho, la cosa, nunca va conmigo. No soy más que un "segurata" decentro comercial, de esos a los que el uniforme les viene grande y provocan más risas que temor en la gente.
 Me han ordenado que vaya a echar un ojo, para ver si hay algo que pueda ser el detonante de tantas caídas  Así que hacia allí es adonde me dirijo ahora mismo, para ver cómo está la zona.
Nada fuera de lo común, un ascensor averiado hace tiempo. En unos grandes almacenes que antaño fueron concurridos pero que a día de hoy ni tan solo pueden costearse la reparación. Es por eso que el hueco está vacío.
Me giro, dispuesto a volver al vestuario y quitarme ponerme la ropa de calle, salir de una vez de esa cárcel de consumismo que me atrapa y me muestra cada día, a una muchedumbre que me ve invisible.

- Te necesito.

No reconocía la voz. Ni falta que me hacía.
Sonaba a madre complaciente.
A amante apasionada.
A esposa dedicada.
A amigo inseparable.
A persona de confianza.
Sonaba a todo aquello que nunca había escuchado. A miles de voces que había soñado millares de veces sin la esperanza de que se presentaran ante mi.
Estupefacto, me volví hacia el hueco del ascensor, de donde provenía aquella llamada y sin pensarlo un segundo, me lancé en su ayuda.
Durante la caída no sufrí pánico alguno. Ni dolor, ni angustia. Me hallaba feliz conmigo mismo, con quién había sido y con lo que había ofrecido. Al fin tenía mi recompensa.
El aire fregando contra mis pelos cambió cuando estos se volvieron plumas.
Mi respiración se torno más lenta y pausada cuando mi nariz se tornó pico. Mis piernas se retrajeron y achicaron, escondiéndose bajo mi vientre plumado.
Mientras mi antiguo cuerpo caía, sin otro destino que el de estamparse en el suelo, yo eché a volar.
Nadie echó en falta al “segurata” de gafas y uniforme inmenso.
Todos repararon en que aquella noche un halcón surcaba los cielos del barrio. Algo extraño sin duda.