"ZOMBIES/NO-MUERTOS" de MAGENTA OBSTINADO

25 de abril de 2010

Todavía no eran ni las doce del mediodía cuando Gabriel decidió parar el coche en el primer pueblo de más de cuatro casas junto a la carretera con el que se cruzó.
Llevaba un par de horas conduciendo, intentando recordar detalles de su infancia, pensando que tal vez así reconocería algún camino hacia la casa en la que había pasado los primeros años de vida con su abuelo. Pero en el fondo sabía que tarde o temprano tendría que parar a preguntar. Aparcó en la calle principal y se puso a caminar hacia lo que supuso era el centro, donde veía asomar las torres de una iglesia. Curiosamente, no había ni un alma en la calle. Era domingo, cierto, pero todas las puertas estaban cerradas, las persianas bajadas y el único bar que vio, tenía las luces apagadas y un grueso candado en la puerta.
Tal vez fuera un lugar muy religioso y sus habitantes estaban en la misa de la mañana, así que continuó su camino hacia lo que empezaba a distinguir como un campanario, que debía estar a punto de sonar para dar las doce.
Llegó a una plaza pequeña con una fuente cuadrada en el centro, la iglesia en un lateral y lo que parecía ser el ayuntamiento, enfrente. Uno de los lados del espacio rectangular, estaba abierto a una larga carretera que llegaba a la falda de una montaña cubierta de árboles hasta su misma base. Al mirar con atención, se dio cuenta de que de entre los últimos árboles ya más separados, parecía salir una comitiva que se dirigía directamente hacia él.
Por eso no había nadie. Debía ser una fiesta popular como tantas otras que todavía pervivían en lugares pequeños y alejados de las ciudades como aquel. Decidió sentarse en el borde de la fuente a esperar, para abordar a alguna persona de cierta edad y preguntar por Fontiña, un lugar que posiblemente a día de hoy no existiera como tal, pero que al menos pudiera guiarlo hacia su antigua localización.
Mientras la hilera de hormiguitas se acercaba lentamente, sacó de la mochila de la cámara de fotos, una libreta de dibujo y un rotulador fino y se puso a trazar en unas cuantas líneas un esbozo de la iglesia que tenía delante. Siempre que dibujaba, ponía en orden sus pensamientos. Hoy lo asaltaban recuerdos fugaces de su abuelo pintando en el salón una y otra vez el paisaje que veía por la ventana. Llegó a tener cientos de cuadros de la misma vista en distintas estaciones del año. Decía que si algo era perfecto, por qué buscar más lejos. Y para él, cada cuadro era completamente distinto al anterior.
Ahora que se sentía más cerca de su abuelo que en los últimos treinta años, recordaba con más detalle cómo de pronto su salud había empezado a deteriorarse y cómo su pulso ya no le permitía pintar, ni prácticamente levantarse de la cama. Una mujer empezó a ir todos los días a cuidar de ambos y todo fue a peor en muy poco tiempo. Su abuelo fue la primera persona que le habló de la muerte. Le dijo que moriría pronto y que él por fin podría volver con sus padres, unos desconocidos que a Gabriel poco le importaban. Para hacerlo sentir mejor le contó que en un pueblo cercano habían descubierto la forma de despertar a los muertos, que él mismo lo había visto cuando era pequeño, cómo se levantaban de sus ataúdes y volvían a la vida. Pero cuando un día ya no despertó y la enfermera le cubrió la cara con la sábana, nadie lo hizo levantarse ni lo devolvió a ningún sitio. Lo odió por hacerlo desear verlo despertar el día del entierro.
Estaba tan concentrado en sus recuerdos que no fue consciente de la cercanía de la comitiva hasta que el ruido de cientos de pasos lo sobresaltó. Un gran grupo de personas precedidas por un cura con una cruz en la mano se dirigían hacia la iglesia portando ataúdes abiertos con sus muertos dentro, con las manos cruzadas sobre el pecho y los ojos cerrados, arreglados para el gran día. Le pareció una costumbre bastante macabra y prefirió hacerse a un lado para no estar tan cerca de los ataúdes, no tenía el mejor de los ánimos para contemplarlo en toda su plenitud. Aunque sí quiso sacar la cámara y hacer algunas fotos, para que no creyeran que estaba loco cuando volviera a casa.
El cura llegó el primero a las escaleras de la iglesia, y como un director de orquesta, hizo gestos con las manos para que los portadores dejaran los ataúdes en el suelo, cosa que hicieron obedientemente. De pronto, todos los vivos se pusieron de rodillas, juntaron sus manos y se pusieron a rezar, a media voz, cada uno a su manera y sin seguir una oración común, mientras el cura mostraba a todos la cruz que tenía en la mano y se acercaba a los muertos, ataúd por ataúd y les tocaba los ojos, la boca, la frente y les posaba la cruz sobre el corazón, ante lo cual, el difunto abría los ojos, se levantaba y entraba directamente en la iglesia. El párroco repitió exactamente los mismos movimientos ante cada uno de los féretros, hasta que todo el que allí estaba congregado pudo alardear de hallarse entre los vivos.
Los orantes entonces se levantaron y también comenzaron a entrar en la iglesia, pero esta vez el cura iba detrás, ayudando a levantarse a las personas de edad que lo necesitaran, cerrando el grupo para ser el último en entrar. Al levantarse de recoger un clavel del suelo, vio a Gabriel, medio escondido tras una columna del ayuntamiento, con los ojos muy abiertos y cara de espanto. Le hizo señas para que se acercara. Por algún motivo, fue incapaz de no obedecer y fue hacia él despacio, mirándolo fijamente.
Lo has visto todo, ¿verdad? – dijo simplemente él.
Gabriel no contestó. El cura le puso el brazo sobre el hombro cariñosamente para conducirlo hacia la entrada de la iglesia.
Ven conmigo. Debes olvidar tu vida anterior. Ven. Ahora te quedarás con nosotros. Ven…
Entraron en la iglesia. Y cerraron la puerta.

"EMPACHO" de GRIS CENIZA

No podía comer nada más. pero apartó al perro a un lado y cogió el último pedazo del pastel. Ese fue el detonante para que su organismo decidiera rebelarse en su contra. Empezó a encontrarse mal, sudaba, le rugían las tripas. Unos calambres horribles le pellizcaban las entrañas y se sentó en una silla sujetándose la barriga. Le costaba respirar. El corazón intentaba salirse de su pecho, le golpeaba los oídos, la cabeza a punto de estallarle.
El miedo duró unos instantes eternos. Su alma peleaba por abandonar aquel cuerpo y no sabía por cual de aquellos dolores decidirse. Fue como si le estirasen desde dentro en todas direcciones hasta el límite de romper su cordura. Se desmayó y nunca más volvió a despertarse.

Empachado, así murió Oscar Castillo, como si de una broma de mal gusto se tratase.

Ahora estaba allí, desnudo, sentado en un comodísimo sillón. Pensó que debería estar preocupado, o asustado, pero el miedo había quedado atrás junto a su cuerpo sin vida. Tenía que aceptar las cosas; estaba muerto, ¿y qué? Cualquier cosa le parecía mejor que aquellos instantes durante los que su alma abandonaba su cuerpo. Había sido una muerte estúpida, de eso no dudaba, pero tampoco le preocupaba demasiado. No tenía parientes cercanos, ni novia, ni buenos amigos. Estaba arto de su trabajo y de su jefe, y no creía poder seguir pagando su coche ni su factura de internet durante otro mes.
Echó un vistazo a su alrededor. No alcanzaba a ver el alto techo que se perdía en la luz blanca que lo iluminaba todo. El suelo estaba forrado de algún material elástico agradable al tacto de sus pies descalzos. La estancia era gigantesca; las paredes una interminable muralla de color ocre que se perdía más allá de donde podía ver.
A lo lejos se acercaban dos extraños personajes balanceándose pesadamente de un lado al otro al andar, como patos. Eran dos hombres muy obesos, con los pliegues de su carne envolviéndoles todo el cuerpo, capas y capas de grasa superpuesta. La cabeza y la cara tenían la apariencia de una vela de cera derretida; la frente y las mejillas enormes, los ojos, diminutos, perdidos en un borrón de carne mal definida, y ni un solo pelo en la piel amarillenta. Como Oscar, también iban desnudos, pero al contrario que su desnudez natural, aquellos seres parecían obscenos, cada uno de ellos con unos genitales masculinos y unos femeninos, deformes, hinchados, retorcidos. Llegaron hablando distraídamente entre ellos, la lengua gruesa asomándose como si tuviera vida propia. Uno sujetaba un cuaderno y varios papeles. Se detuvieron frente a él y siguieron con su charla sin prestarle demasiada atención. Leía en voz alta el bloc:

- Oscar Castillo. Hombre. Blanco. Treinta y seis años. Pelo castaño y corto. Mal afeitado. Sin pendientes ni tatuajes- al final, los ojos de ambos dejaron de pasearse del papel a su figura y se posaron en él-. ¿Cómo se encuentra? ¿Desorientado?

Oscar se encogió de hombros. Aquellos personajes seguían sin prestarle verdadera atención. Pensó que era como estar en el dentista, te examina mientras tú le cuentas tus problemas y él finge escucharte, interesado únicamente en qué gran tesoro va a encontrar esta vez en tu boca.

- Muy bien Oscar, tenemos que hacerte unas preguntas. Responde con pocas palabras y de la forma más rápida y concreta que puedas. ¿Sabes por qué estás aquí?
- Estoy muerto.
- Bien. ¿Qué crees que te pasará ahora?
- No lo sé.
- ¿Fuiste bueno durante tu vida?
- Creo que si...
- Vamos, seguro que hay algo de lo que no estás orgulloso ¿no?
- Mmm, no.
- No puedes mentirnos.
- Bueno, una vez le deshinché las ruedas al coche de una profesora. Cuando lo puso en marcha perdió el control a los pocos metros y se fracturó la nariz y alguna costilla- se miraron los dos personajes y estallaron en una incontrolable carcajada mientras Oscar los observaba asombrado.
- Jajajaja- las dos masas de carne no podían dejar de reír-. Oscar... era una broma- intentaban frenarse secándose las lágrimas de los ojos. El interrogado no podía creérselo.
- ¿Pero qué hago aquí?
- Tú no haces las preguntas amigo, solo respondes.
- No entiendo nada. ¡Decidme que hago aquí!
- Estás muerto- un silencio, luego otra explosión de risas-. Oscar, ¿crees que hay alguna cosa que debas terminar al otro lado?
- Creo que no.
- ¿Algún ser querido que te necesite?
- Pues...- pensó en su perro, pero no se apreciaban demasiado uno al otro.- ¿Para qué es todo esto? ¿Por qué tanta pregunta?
- Tranquilízate Oscar. Estamos aquí para averiguar si mereces una segunda oportunidad. Hay alguien por aquí que quiere enviarte de vuelta a tu vida, puede que tengas un billete de vuelta. Es algo largo de contar y, sobre todo, muy complicado de entender. Hay demasiados intereses sobre las almas. Ellos dos se divierten muchísimo con sus apuestas.
- ¿Ellos dos?
- Si. "ELLOS".
- Oh.
- No tenemos demasiado tiempo. Contesta con una sola palabra. ¿Qué sentiste al morir?
- Dolor.
- ¿La luz que viste estaba enfrente o detrás tuyo?
- Mmmm no lo sé, creo que...
- Oscar...
- ¡No tengo ni idea! ¡Me estaba muriendo! No me fijé...
- ¡Una palabra! ¿Delante o detrás?
- ¡No lo sé!
- Bueno, sigamos. Di un color.
- Gris.
- Un día de la semana.
- Miércoles.
- ¿Matarías por algo?
- No.
- Vamos, piénsalo. ¿Por que serías capaz de matar?
- Supongo que por hambre.
- Si volvieras a la vida ¿que es lo primero que harías?
- Llamar a mi madre y decirle que la echo de menos.
- Perdona, tu madre está muerta...
- Contrataría a una médium.
- Oscar, los vivos no pueden comunicarse con los muertos a menos que....
- Tampoco se puede morir y volver tras una entrevista como si nada hubiera pasado, ¿no?- ambos lo miraron indignados.
- Creo que la conversación ha terminado- se miraron entre ellos y se fueron por donde habían venido

Oscar se sintió muy cansado. La luz le molestaba, brillaba tanto que se hizo insoportable. Cerró los ojos y se sintió mejor, en paz. Cuando los volvió a abrir estaba en la cocina de su casa. Era una fría noche de marzo en la que el temporal y la lluvia lo habían retenido todo el día sin salir. Sin nada mejor que hacer había pasado la tarde viendo películas y comiendo porquerías. Pizza, Pulp fiction, palomitas, el club de la lucha, helados, Memento, pasteles, y Saw.
Dio un sorbo de agua directamente de la botella y clavó sus ojos en la última porción del delicioso pastel de chocolate. No podía comer más, pero apartó al perro a un lado y cogió el superviviente pedazo de pastel. Se lo acercó a la boca, y cuando lo iba a morder, el perro se lo arrebató y salió corriendo de la cocina. Pensó que la escena la había vivido antes, pero alguna cosa había cambiado.
Cuando iba a apagar la luz de la cocina se lo pensó mejor y abrió la nevera. Sacó una fuente de arroz con leche y la atacó con avidez. Tras varias cucharadas empezó a encontrarse mal, sudaba, le rugían las tripas. Unos calambres horribles le pellizcaban las entrañas y se sentó en una silla sujetándose la barriga. Le costaba respirar. El corazón intentaba salirse de su pecho, le golpeaba los oídos, la cabeza a punto de estallarle.
El miedo duró unos instantes eternos. Su alma peleaba por abandonar aquel cuerpo y no sabía por cual de aquellos dolores decidirse. Fue como si le estirasen desde dentro en todas direcciones hasta el límite de romper su cordura. Se desmayó y nunca más volvió a despertarse.

Empachado, así murió Oscar Castillo, como si de una broma de mal gusto se tratase.

"CANCIÓN" de NARANJA PASADO

19 de abril de 2010

Me mintieron tus besos. Me mintieron tus abrazos. Me mintieron todas las promesas escritas con vaho sobre cristales rotos. Me mintiÛ tu mirada de doble direcciÛn, la que unas veces decÌa “ven” y otras veces decÌa “hueco”. Me mintiÛ tu tono de voz, con esas inflexiones que a ratos me volvÌan loco y otros me hacÌan desear no haberte conocido nunca.
Los dÌas se convierten en agujas, y se me clavan bien hondo a su paso. Vaya si se clavan. Como cuando veo tus llaves sobre mi mesa, o tu monedero viejo y descolorido, o tu frasco vacÌo de perfume que nunca tuve el valor de tirar.
Todo me huele a ti. Y ese olor me golpea en la sien a cada momento, pill·ndome totalmente desprevenido, y extrayendo de mi cada mÌnimo atisbo de energÌa. Me desgastas sin estar presente.
Miro por la ventana, sin fijarme realmente en nada. Recordando todas aquellas respuestas esquivas a preguntas que no me atrevÌa a formular de puro miedo a verme sepultado por verdades como puÒos o mentiras como cuchillos.
“Dormir bajo las estrellas” es lo que escribo con la yema de mis dedos en tu lado, ahora vacÌo, de la cama.
Y de tinta utilizo lágrimas.






*Inspirada en "Agree to stay" de "Liquido"


"Pesadillas" de NARANJA PASADO

Abres los ojos de repente.

Te incorporas baÒado en sudor. El corazÛn, desbocado, parece que intenta saltar de tu pecho. Tus manos tiemblan dÈbilmente: pareciera que tu pulso se fue de paseo y no tiene intenciones de volver pronto a casa. El nudo en la garganta se siente tan profundo que hasta parece que provoque dolor fÌsico. Est·s seguro de que si intentas gritar no saldr· ni un solo sonido de tu boca.

Mientras te levantas a por un vaso de agua, miras por un instante la hora. Cinco y diez de la maÒana. Demasiado pronto para levantarte ya pero demasiado tarde como para engaÒarte pensando en que vas a poder descansar.

Bebes agua. Te calmas un poco. Vas al lavabo y miras tu cara soÒolienta en el espejo. Las im·genes de lo que has soÒado aun vibran en tu mente. Personajes con dedos como cuchillos persiguiÈndote por las habitaciones de una casa en penumbras. Tus gritos, desgarradores, desesperados, podrÌan haberse clavado como agujas en los tÌmpanos de cualquiera. Desafortunadamente, como en todos los sueÒos, no habÌa nadie allÌ para ayudarte. Y tras un buen rato de huÌda un dolor intenso que te ha hecho despertar. Ha sido todo tan real…
Tras lavarte un poco la cara y lamentarte por las ojeras que lucir·s maÒana al despertar, te giras y sales del lavabo. A ver si descansas un poco, te preguntas de camino a la cama.

Es una suerte que al salir no te hayas visto los araÒazos de la espalda reflejados en el espejo.

"Pesadillas" de FUCKSIA ANORAK

Día dos

A ver si hoy puedo dormir mejor, ayer fue un horror

Día 3

Todo está oscuro, pero veo a lo lejos, escondido, al diablo rojo. Al mirarme, ni sonríe ni me rechaza ¿Quién eres?

Día 8

Siempre aparece en la noche y está en una esquina sin decir nada. El diablo rojo se limita a refunfuñar, creo. He visto como ha desplegado una afilada y translúcida ala roja.

Día 9

Al abrir los ojos, he visto la pupila del diablo rojo a escasos centímetros de la mía. Se ha ido gritando y destrozando todo por el camino.

Día 15

Déjame, por favor. Déjame.

Día 16

Le voy a arrancar las alas. Lo tengo decidido.

Día 17

Hoy no ha aparecido

Día 30

Otra vez el diablo rojo hace acto de presencia. Me señala con el dedo, acusándome de algo que no logro entender. Mueve el huesudo dedo violentamente. Procuro ignorarle.

Día 31

No está. Pero, al mirarme mis manos al taparme, he visto que las tenía rojas. He corrido hacia el espejo y yo era un diablo rojo. Al volver a la cama, he visto a un desconocido en ella. ¿Quién será? Me ha arrebatado mi lecho en un instante. ¿Quién puede ser?

"Pesadillas" de BLANCO NIEBLA

6 de abril de 2010

De fondo “the only moment we were alone” de Explosions in the sky, entre los dedos un cigarillo consumido y la mirada perdida en algunas de las grietas que tenia el techo de su diminuta habitación, a su vez, trinchera y refugio anti-aéreo; era como si las paredes de aquel cuchitril fueran a salvarla de cualquier catástrofe exterior, mientras permaneciera dentro de ellas sería ella misma y nadie podría discutirle nada, allí, entre esas 4 paredes era ella en estado puro, no había límites que la frenaran; solo al atravesar el umbral que la separaba del mundo real volvía a ponerse el disfraz de plomo que la aplastaba y la oprimía contra lo que los demás llamaban “la vida real”; pero ella prefería sus pesadillas antes que enfrentarse a ese mundo, en ellas podía expresar todo lo que sentía, podía gritar, llorar, correr a través de bosques infestados de arbustos puntiagudos, ser perseguida por alguno de los desconocidos que se encontraba cada mañana bajo las quirúrgicas luces de cualquier vagón del metro, las pesadillas le hacían sentir viva, mientas que la vida real la machacaba, despedazando cada parte de ese ser intoxicado en el que se había convertido. Ahora solo vivía para y por las pesadillas que la mantenían viva.

Aquella noche, como casi todas desde hacía más de medio año se quedó dormida mientras miraba al techo, era el único momento de paz, ese segundo antes de cerrar los ojos, la antesala a una noche de pesadillas; se repetían una y otra vez al igual que un reloj marca día tras día todas las horas, una tras otra y así hasta el infinito… se despertó con el tintineo de la música de fondo, un cigarrillo menos y una sola imagen en la cabeza, ella, vomitando un grito estremecedor en un callejón oscuro. Sabía que era una imagen aterradora y aún así se sentía privilegiada pues aquellas pesadillas eran el vivo reflejo de su persona, aquello que no podía sacar de ente las 4 paredes de su habitación, quería ser la chica de la pesadilla y poder gritarle al mundo todo cuanto sabía, quitarse de encima todos los miedos, tener la fuerza suficiente como para ser ella misma, que todo el mundo supiera que era ella la que gritaba y no la otra, la que vivía fuera de las cuatro paredes de su habitación.

"Zombies/no-muertos" de VERDE MADURO

Andaba por la calle concurrida de la ciudad. Todos corrían: turistas buscando un lugar para aposentarse, después del día de visitas por los monumentos de atracción turística, gente haciendo compras de última hora, otros, terminada la jornada laboral, volvían a casa y reencontrarse con los suyos; Ella no corría, iba a cámara lenta comparado con el resto.
La gente no se preocupaba de su alrededor ni de si faltaban al respeto a algún otro transeúnte. Todos estaban pendientes de sus cosas y nada más había cabida en sus cabezas. Ella tenía un objetivo, pero no fijaba el recorrido para llegar. Pasaba entre la gente desapercibida, esquivando y escabulléndose entre todo ese bullicio en constante movimiento.
Una sombra pasó por delante de sus ojos como un rayo cayendo del cielo en plena tormenta. Luego sus ojos vieron el cielo con sus nubes teñidas de sangre del tardío sol y finalmente la oscuridad propia de la negra noche.

Una sola oscura iluminada por escasas antorchas proyectando espectrales y alargadas sombras en el suelo de tierra y las paredes de mármol trabajado al estilo de los antiguos. Era ancha y de alto techo. Estaba ocupada por varias figuras vestidas de túnica negra con capucha, cubriéndoles la cabeza y bañando el rostro por las sombras, y Ella.
Estaba tumbada en un altar de mármol –igual que el de las paredes–, atada por las extremidades con pesadas argollas de hierro oxidado. Se despertó cansada y como si su cuerpo arrastrara una gran resaca. Intentó moverse, pero su cuerpo no correspondía a sus órdenes, se sentía pesada y entumecida.
Se hallaba a su lado una persona que recitaba algo en un idioma desconocido y que todos los demás a su espalda, también, recitaban a coro como poseídos; por inercia.
Del grupo se separó una figura. Su forma de andar le recordaba a como andaban los zombis de las películas. Se detuvo justo al lado de Ella y después de escuchar unas palabras del otro, levantó un puñal trabajado con oro y pedrería roja en la empuñadura.
Sintió el frío del hierro en su abdomen desnudo y un pinchazo. Notó como la afilada punta del puñal subía por su abdomen, vientre, cuello… y se detuvo en la garganta. Quería moverse y salir corriendo, pero se movía tan poco que ni los grilletes resonaban al moverse. Tragó saliva. El puñal seguía quieto hasta que con un rápido movimiento se deslizó por esa blanquecina piel provocando un pequeño corte del que empezó a brotar sangre rápidamente.
Lo siguiente pasó demasiado rápido para la simple vista del ojo humano y Ella sólo supo articular la boca para gritar, pero no salió ningún sonido: Ambas figuras se inclinaron encima de ella. Sonrieron ampliamente, dejando ver la blanquecina dentadura. Los dos personajes misteriosos, cada uno, se abalanzaron sobre la chica, clavando los dientes en la herida que le había producido el puñal. Largos segundos después, Ella perdió el conocimiento.

"Zombies/no-muertos" de FUCKSIA ANORAK

¡Llévatelo!¡Llévatelo!¡Por favor!



Volvió a la ciudad. Pasó unos dos meses en las frías montañas, sufriendo por cualquier ruido, sin tener noticias de nada ni de nadie. Volvió a la ciudad, las posibilidades de sobrevivir en ella poco le importaban, buscaba un tipo de salvación, de esperanza. En los peores momentos la esperanza, aunque fuera ficticia, era lo único que quedaba.

Coches volcados, bolsas de plástico flotando en el aire, pequeños fuegos y cenizas decoraban el arcaico paisaje. Entró en la ciudad. Entrar siempre era más fácil que salir. Se encontró con un par de zombies que caminaban dando tumbos, por suerte eran de los lentos. Pasó corriendo y gruñeron. Corrió lentamente, oteando las tiendas que estaban a ras de suelo. Vio un 7 eleven hacia él se dirigió. Cogió una larga vara metálica que había en la entrada de la tienda y miró a través de los cristales. Se acercó para ver mejor y, de repente, un rostro masculino se cruzó con su mirada.

Saltó hacia atrás reprimiendo un grito. Se recompuso e intentó entrar en la tienda.

-Lo siento, no puedo dejarte entrar-dijo la voz masculina

-Mira, tengo hambre y sueño. Puedo partir con la vara cristal.

-Adelante.

Alzó la vara metálica y vio unos tres intentos anteriores que no habían fructificado.

-Son cristales blindados de esos-dijo el hombre. En ningún momento volvió a asomarse. Estaba escondido detrás de un estante de sopas en lata.-Lo siento, pero no puedo dejarte entrar. Me ha costado mucho encontrar este sitio-continuó diciendo con una voz aparentemente tranquila.

-¿Cómo te llamas?

Tras un minuto de silencio, el hombre escondido dijo.:” David”

-Bien, David, espero que te pudras en el infierno.

Dio la vuelta al edificio en busca de otra entrada o algo similar. Pero era imposible. Había que reconocer que el misterioso hombre había encontrado un oasis en medio de este sombrío paraíso. Caminó ese día unas tres horas, sin desprenderse de la vara metálica. La ciudad ofrecía una imagen desoladora. Prácticamente todo estaba roto, los coches, los cristales de los edificios, el cielo…se encontró en su travesía varios zombies. Solamente en una ocasión tuvo que golpear la cabeza de uno de esos sucios y asquerosos bichos. Hasta que llegó a una pequeña plaza inundada de zombies y, lamentablemente, había unos de esos que eran veloces. Tuvo un segundo para mirar alrededor suyo y elegir su espontáneo refugio. A la derecha nada y, a la izquierda, vio a una mujer corriendo con un bebé entre los brazos que entraba azarosamente en un tienda de ropa. Él se dirigió velozmente y, por suerte, la mujer no cerró la puerta, cosa que él sí hizo. Respiró. Tímidos golpes retumbaban a su espalda. La mujer yacía temblando delante de él y no paraba de repetir: “Por favor, por favor…”

La tranquilizó mintiéndole acerca de su vida. Le explicó lo desoladora que fue su escueta vida en las montañas, sus teorías acerca del origen de la plaga de zombies…la mujer se relajó, incluso esbozó una leve sonrisa. Él se acercó a ella y acarició al bebé. Pero, de repente, el escaparate de la tienda cedió debido a la presión que ejercían cientos de zombies y éstos consiguieron entrar. Uno de los rápidos se abalanzó sobre la mujer, que no le dio tiempo a levantarse.

¡Llévatelo!¡Llévatelo!¡Por favor!

Tendió su bebé con desesperación. Reaccionó instintivamente, soltó la vara metálica y cogió a la menuda criatura, ya que la madre abrazó con fuerza a sus horrorosos caníbales. Otro de los zombies veloces intentó asirle pero lo pudo por un rápido movimiento de cuerpo que hizo él. Le dio un codazo y marchó hacia la parte trasera de la tienda, por instinto, alguna salida trasera tenía que haber. Encontró una puerta que era la de la salida de incendios y ésta daba a un callejón con una verja de unos 3 metros. Miró detrás suyo y vio a tres zombies veloces que estaban a punto de darle captura.

Un segundo. Un momento. Un segundo. Un momento. Un segundo. Un momento. Un segundo.

Gritando, soltó al bebé y se lanzó a escalar la verja. Detrás suyo, un eterno llanto de bebé retronaba por todo el callejón. Desde lo alto de la verja se dejó caer y se fue corriendo sin mirar atrás. Tuvo ganas de vomitar, pero el corazón latía sin descanso. Bien, David, nos pudriremos en el infierno.