Desafio Encadenado

23 de julio de 2009

Se quedó helada al llegar a casa. El se encontraba sentada en el sofá, con el inequívoco rastro de miles de lágrimas que horas antes habían surcado cada poro de la piel de su blanquecino rostro. Lo miró, no sabía qué decir ni qué hacer; hacía años que no sabía nada de él, y, de repente, un día 12 de agosto de 2010 se presenta en su casa, la que antes era de ambos. Lo primero que se le pasó a ella por la cabeza fue que debía de haber cambiado la cerradura el día que él decidió marcharse de casa. Impávida, se acercó al sofá y se sentó junto a él que no apartó la vista de la pantalla del televisor.

El insoportable comentarista deportivo chillaba emocionantes sucesos que nada parecían tener que ver con lo que ocurría realmente. Ella también miraba hacia la pantalla, aunque sólo para buscar la cara de él reflejada en las ocasionales zonas oscuras. Su expresión era totalmente neutra, podría haber sido un martes cualquiera después del trabajo. Y como para corroborarlo, de pronto él dijo:
Estoy hambriento.

No hacía falta decir más. Con un reflejo largamente adquirido, la mujer se levantó de un respingo para correr hacia la cocina y ponerse a cortar mecánicamente unos trozos de queso y algunas rebanadas de pan. “¿Habrá vuelto para quedarse?” se preguntaba angustiada, y su mente dibujaba continuamente un “por qué, por qué, por qué…” .
Colocó el queso y el pan en un plato y, sin soltar el cuchillo, se dirigió hacia el salón, donde él, de espaldas a la puerta, esperaba tranquilamente.
Por un momento no pudo traspasar el umbral. Se quedó de pie, con el cuchillo en alto, mirando la nuca de su marido.
Se imaginó a si misma traspasando su mórbida piel con facilidad, como trinchando un pollo algo crudo, salpicando sangre en el sofá, el suelo, la lámpara de pie e incluso la dichosa televisión. Pero no hizo nada parecido. Se limitó a llevarle el tentempié de media tarde y a sentarse a su lado en silencio.

"En su mente empezó a sonar una melodía. Era un dulce y optimista piano. Se sorprendió escuchando “Easy” de Faith No More mientras se empezaron a dibujar planetas y en ese momento empezó a relacionar lo que estaba sucediendo. Recordó que en el último capítulo de Redes el maestro Punset se había dedicado a discernir sobre una teoría llamada el Multiverso. No tenía nada que ver con crossovers entre Marvel y DC ni con que algún día Guardiola fuese el presidente del Real Madrid. Hablaba de que existían infinidad de universos y por tanto infinidad de posibilidades de que se repitiese el momento que estaba viviendo. Quizá en este punto del espacio había sentido perfidia sobre sí misma pero estaba segura que en otro lugar no sucedía esto. Una voz le despertó:

- Vaya mierda de bocadillo que me has preparado, joder… ¿Echamos un Street Fighter?
- Claro que sí, cariño.

Recuperó el cuchillo y lo degolló con una amistosa sonrisa.

- Haduken, amor…"


Ahora, sentada en el banco del parque, no le quitaba ojo al bocadillo recubierto de papel de plata. Sentía una especie de calma interior con lo que había hecho, pero no entendía porqué, en un acto reflejo, había rellenado el pan con la mano de su marido, anillo de compromiso incluido. ¿Y ahora que haré? Viajar, ancha es Castilla.
Comenzó a andar y a los pocos metros encontró un joven sentado en el suelo mendigando unas monedas, el rostro y las manos llenos de mugre. Éste vio como se le acercaba la mujer, y sin decir nada le lanzaba un bocadillo a sus manos

Dentro del bocadillo había un anciano con un rojo cachirulo que no paraba de preguntar la hora. Se quedó unos instantes para ver si se lo comía o no. Se cansó de esperar y siguió caminando hasta que llegó a su destino. “Yo…” dijo nada más entrar pero no lograba recordar qué hacía allí. Miró las paredes, el suelo, el techo….todo le era conocido y desconocido a la vez. Cerró los ojos y los volvió a abrir.
Apareció en un saco de dormir rodeado de cucarachas y gacelas. Se levantó cuidadosamente y…


Un hambre voraz se apoderó de cualquier intento de raciocinio. Atrapó y comió todas las cucarachas que estaban a su alrededor mientras las gacelas observaban indiferentes la escena. De repente un olor muy sutil le resultó familiar, tanto que en su cabeza sonó aquella canción que nunca era capaz de recordar. Recordaba su infancia, con sus padres y aquel negocio familiar agropecuario y otra vez ‘…so please…’, el olor, pese a nauseabundo le había trasladado a aquella época. Entonces volvió a abrir los ojos y entendió que lo que acababa de comer no eran cucarachas, entonces lloró.


Por un instante se acordó de sus primeros años en el monasterio, cuando su fe todavía permanecía intacta, pura. Luego vendrían tiempos realmente difíciles donde el hambre, la pobreza y la enfermedad tiñeron de negro muerte la gran ciudad.
Había muertos todos los días, las calles eran un ir y venir de cajas de madera con cuerpos malogrados y pestilentes. Los callejones estaban repletos de gente enferma y moribunda. No había nada que comer; hacía ya bastante tiempo que no se veían ni gatos ni perros. Los chiquillos, famélicos, buscaban insectos y sabandijas que echarse a la boca. Cucarachas, ratas, arañas, lagartijas… cualquier cosa susceptible de ser alimento podía valer y aumentar así, durante un poco más de tiempo, la lenta agonía de aquellas vidas.

Fue entonces cuando abandonó las creencias que con tanta ilusión había adoptado a lo largo de los años y se convirtió en un sacerdote secular. Las últimas experiencias vividas, el sufrimiento de tantos seres humanos, le habían hecho darse cuenta de que su Dios venerado jamás podría darle una respuesta de por qué tanta inmundicia, de por qué tanto dolor, de por qué tantas preguntas sin respuesta abofeteándole la cara y lanzándole las respuestas en ángulos imposibles de alcanzar. La pérdida de fe le alcanzaba como un rayo directo al corazón, le desgarraba, le partía en mil pedazos, se introducía en su cuerpo lacerándolo como una sonda anal en un examen médico de bastante mal gusto.

Y de rodillas, hueco e incapaz de acto alguno, abrió el paraguas de las tristezas largas y se hizo de tripas corazón.

“Eso es lo que haría Naranja Pasado”.

Y sobrevivió.


Sobrevivió porque su fe superaba con creces a todo lo acontecido. Porque, aunque no se hubiera percatado durante el proceso, en aquel largo tiempo su corazón había experimentado cambios que lo habían hecho completamente invencible. Nada ni nadie podría volver a herirle nunca más, y todos sus propósitos podrían ser alcanzados tarde o temprano; así es como él lo sentía, y como era en realidad. La adversidad le había fortalecido, y aunque en ese momento se encontraba derrumbado y exhausto, dentro de él palpitaba el orgullo y la felicidad enraizada de quien ha retado al destino y, aunque maltrecho, ha conseguido vencer. Ahora la sangre de sus heridas corría por el suelo mezclada con el agua de la abundante lluvia que estaba cayendo, y que mojaba sus rodillas y sus pies. Se acurrucó bajo el paraguas, y sin dejar de acordarse de Naranja Pasado, se quedó allí mismo dormido, esperando a que amaneciera.