"fin de año" según Gris Ceniza

2 de febrero de 2009

El Perdón.


El invierno ha empezado tarde pero una vez se ha dejado sentir ha golpeado la ciudad sin piedad. El paisaje se tiñe de blanco, la nieve cubre las montañas en el horizonte, pero también se acumula en el puerto. Al pie de las pasarelas de los barcos algunos hombres se mueven lo más deprisa que pueden, intentando terminar lo antes posible su trabajo porque nadie quiere perderse "el perdón". Acaban de descargar unas enormes cajas de madera, amontonan alimentos y desembarcan a los últimos animales, que andan agitando las cabezas para sacudirse los pocos copos que hoy caen.

El frío invita al gentío a tomar pociones ardientes, (como ellos las llaman), vino especiado caliente, una bebida que templa el cuerpo y aviva el corazón. Todos están animados. Además es el último día del año y la preparación de los festejos hace que estén los barrios llenos de vida: gente adornando las calles y ventanas, grupos de niños jugando, y risas y canciones que se escapan del interior de las casas.

El mercado ya se está quedando vacío, los tenderos recogen un poco antes hoy. Con los últimos rayos de sol llegará "el perdón" y nadie se lo quiere perder, es el momento cumbre del fin de año. Primero las autoridades harán el sorteo entre todos los presos de los calabozos. Uno quedará libre, será perdonado por sus crímenes sean los que sean, cenará y beberá con ellos uniéndose a los festejos, y más tarde, ya de madrugada, lo invitarán a que abandone las murallas de la ciudad. Es la tradición.

Pero este año es especial. En el ambiente flota algo denso, oscuro, maligno... Nadie parece darse cuenta excepto ellos tres.

Dos de ellos son forasteros, pero el tercero es uno de los hijos predilectos de la ciudad, lo llaman Sanoph. Desde que tiene uso de razón que asiste a “el perdón”, y ya de muy joven participaba activamente en los festejos, especialmente en la parte final, dónde invitan al ex-preso a abandonar la ciudad. Su pasión y su carácter son un ejemplo para el resto de ciudadanos que ven en él la reencarnación del espíritu de Cerceo, el gran héroe que dio nombre a la ciudad siglos atrás. Sanoph es conocido por la cantidad de barriles de pócimas ardientes que puede beber y por sus contagiosos gritos alegres, pero hoy permanece más callado de lo normal, y no deja de buscar, inquieto, algo más allá detrás de los hombres del ejército. Su enorme mole contrasta con la manzana que mastica con desgana, mientras apenas devuelve los saludos de los que se cruzan con él; cualquiera diría que no es el Sanoph de siempre, pero él les contestaría que todo va bien...simplemente tiene una sensación extraña.

El primero de los forasteros ha llegado a última hora porque desea pasar desapercibido. Se cubre la calva coronilla con una gran capucha, pero la larga cabellera que le crece desde medio cráneo hacia atrás, cae por debajo de los hombros como una cascada de nieve sucia. El anciano no está acostumbrado a las multitudes y se aparta a un lado, incómodo, con los ojos entrecerrados observándoles a todos como si fueran una amenaza. En uno de sus bolsillos internos esconde un medallón del tamaño de una moneda muy grande. Sus dedos juguetean distraídamente con el metal y no dejan de tocarlo ni un instante. Su mirada no se detiene ni un segundo en nadie, porque lo que él anda buscando se dejará sentir antes que ver, así se lo dijeron las estrellas y así lo cree él. Con un escalofrío se encoge dentro de su capa y se apoya en su bastón, como cualquier viejo desdentado ya demasiado mayor para participar en la fiesta.

Ingüdhsen es el tercero que presiente algo especial. Ha oído hablar del fin de año en Cerceo pero algo lo ha arrastrado hasta allí en contra de su voluntad. Un extraño encuentro que lo ha guiado hasta la ciudad, aunque como decía su mentor: "el camino de las nubes no se ve si vas mirando el suelo"; lo que vendría a ser algo como: "solo es verdad si realmente lo crees". Días atrás cuando divisó una aldea dónde podría comer algo decente, una anciana salió a su encuentro por el camino. Su voz era era como un susurro pero la escuchaba con toda claridad: "Debes volver por dónde has venido..., tienes que seguir el camino que te muestran las nubes,...¡haya el fin de año en Cerceo!". Entonces, la vieja empezó a correr a una velocidad imposible para alguien de su edad, él agarró los pomos de sus armas gemelas, pero ella se plantó de un salto delante suyo. Podía olerle el aliento a podrido, y mientras ella le chillaba le salpicaba de apestosas babas, "Fin de año, ¡El perdón!".

Tan de cerca la vieja parecía un saco de piel curtida, y cada vez que escupía una sílaba, los huesos de su rostro se apretaban más contra la escasa carne, como si un pergamino mojado se le pegara a su cráneo reseco. Y sus ojos, cada vez más hinchados, más abiertos, más grandes, terminaron por salirse de sus cuencas y cayeron al suelo, rodando con vida propia alejándose del lugar. Entonces la vieja se deshinchó como si la hubieran absorvido desde dentro, y cayó a sus pies convirtiéndose en una superposición de ropa y piel. Pero su hedor seguía allí, y él tardaría muchos días antes de quitárselo de encima.

Ingüdhsen permanece en la fiesta atento a todo, pero come y bebe como si fuera uno más. Tiene curiosidad, pero también miedo, aunque a esas alturas ya no puede negar su destino. Aquí va a pasar algo terrible y él tiene que estar presente...




[*] Continua próximamente en: http://greycinder.blogspot.com/

"fin de año" según Fucksia Anorak

Érase una vez una niñita que estaba muy muy nerviosita. El año se acababa, el jolgorio en su casa era notorio y, lo más imporante, quedaba apenas una aburrida semana para que los reyes magos le agasajaran con regalos que ella había demandado.

Como cada fin de año, su familia se reunía y celebraba...pues no sabía exactamente el qué, pero ella veía que estaban felices y con eso ya bastaba. Además, ese día comía cosas que durante el resto del año no degustaba.

Después de la copiosa cena, todos estaban alegres y felices, cantaban y bailaban sin coordinación, y la niñita estaba muy nerviosa pues quedaba una semana para sus queridos reyes magos y el tiempo no avanzaba. Así que se fue a dormir a su habitación y, mientras su madre le arropaba mirando hacia el salón, nuestra protagonista apretó los ojos fuertemente para poder dormir sin ningún retraso.

Al día siguiente, la madre fue a despertarla pero la niñita no lo hizo: respiraba pero no abría sus verdes ojos. Avisó a su marido, que se sacudió las legañas y fue corriendo al coche mientras la madre bajaba a su hijita para llevarla al hospital.

En el hospital no supieron darle diagnóstico alguno, y es así como la niñita y su familia volvieron a casa sin haber encontrado alguna solución.

Y el tiempo pasó. Hubieron guerras mundiales, hubieron épocas de bonanza y épocas de crisis, hubieron epidemias y asombrosos descubrimientos...Y la niñita aún dormía.

Entonces, pasados sesenta años, la niña abrió los ojos y preguntó: ¿ Dónde están los reyes magos ?. Movió nerviosamente sus inquietas pupilas y vió a la madre, decrépita, con una barba postiza y una corona oxidada sentada en una silla que decía: "¡Uh! ¡ Hola niñita!". La habitación estaba derruida, el polvo lo acariciaba todo. Nuestra niñita se cruzó de brazos y dijo indignada :" ¿ Dónde están los regalos que he pedido ? "

"fin de año" según blanco hielo

Para el Dinosaurio.

A principios de 2008, yo residía muy lejos de aquí: en el círculo polar Ártico. Compartía una pequeña casita azul de madera a las afueras de Reykjavik. Incluso la desolación del paisaje, eternamente nevado y gris perla, se vivía como un sueño desde la calidez de aquél hogar en el que me había establecido de cara a pasar allí el resto de mis días.Un día de marzo me desperté con más frío que de costumbre, entre una nieve que no me resultaba familiar. Entonces me di cuenta de que ya no estaba allí, sino a muchos miles de kilómetros: me habían deportado a Siberia. Sin una maleta, sin una explicación… la verdad es que nunca llegué a comprender muy bien las leyes por las que se rige Islandia, pero bueno, aquél tampoco era momento para reflexiones: me encontraba sola, herida y perdida en mitad de una tundra que en ese momento creía infinita. Así que eché a caminar. A veces andaba, a veces saltaba, a veces corría y a veces me arrastraba dejando un rastro de sangre y lágrimas a mi paso sobre el hielo, pero siempre lo importante era avanzar. Avanzar hacia donde fuese; dejar atrás cuanto antes aquél desierto de desamparo y desengaño.

A medida que fueron pasando las semanas, los meses y los kilómetros, el frío se fue atenuando. Ví pasar por mi lado las ciudades, los ríos y las gentes de Europa, pero sin detenerme ni un momento; aquellos sitios no eran mi hogar. De hecho, estar tan tierra adentro resecaba mis pulmones Así que un día, sin pensármelo dos veces, tomé la mano de un muchacho que se cruzó en mi camino y me dejé conducir hacia el Manchester de 1965 que sus ojos verdosos me prometían. Pero aquello sólo era una ciudad industrial envuelta en la lluvia fina y la niebla; incluso preguntamos a un lugareño por la fecha que buscábamos, y nos contestó que hacía cuarenta y tres años que ya no vivía allí. Aquel viaje, amago de reconstruir el hogar perdido, no había cumplido ni la mitad de las expectativas que yo tenía en él. Así que, con los ojos y los pies cansados, decidí emplear el mes de mayo en reemprender la vuelta a mi ciudad natal y olvidar por un tiempo mis fantasías de independencia.

He de decir que, a mi regreso, las noches que pasé por el sur de Francia no se vieron escasas de diversiones y alivios momentáneos entre la oscuridad y los focos, pero aquello seguía sin ser el tipo de vida que me hubiera gustado llevar, por lo que tampoco detuve mi paso en aquellas ciudades durante más de alguna que otra noche con alcohol de por medio.

Pero al cruzar los Pirineos no quise seguir hacia el sur. No sólo necesitaba reposo para mi cuerpo, sino también cura para mis heridas y aire puro para respirar; por lo que giré hacia el oeste y me dirigí hacia el que desde hace años ha sido mi refugio por excelencia. Un lugar donde el aire húmedo es como el algodón que me envuelve y amortigua cualquier golpe; donde, haga lo que haga y piense lo que piense, siempre tendré la comprensión y -por qué no- el amor de mi lado, en forma d verdes prados y de días junto al mar.

Sin embargo, mientras convalecía allí, algunas cartas me llegaron que me incitaban a regresar a Madrid, así que eso fue lo que hice en cuanto me ví suficientemente recuperada. Después de tanto tiempo vagando por tierras frías, llegué a septiembre y a la capital con aspecto de norteña. Y después de haberme recorrido todo el continente en busca de un hogar, me di cuenta de que no hacía falta irse hasta el círculo polar Ártico para encontrar una casa y con quién compartirla, sino que aquí, mucho más cerca, en la dirección que remitían todas las cartas, estaba el sitio del que no me gustaría moverme jamás. Las cartas habían ido tomando forma, primero de voz y después de presencia, hasta llegar a convertirse en la cálida placenta que hoy me nutre y me protege, a día 31 de diciembre.

Después de un 2008 de cicatrices, búsquedas y travesías, sólo me queda pedirle al nueve que, ahora y siempre, tu piel verde de gruesas escamas siga siendo el único límite de un mundo mucho más inocuo y confortable, que tú y sólo tú has sabido mostrarme.