"Conversación de dos prostitutas en un bar" de BLANCO FUTURISTA

16 de marzo de 2013

Si no fuera por un pegote de rimel, tan experto como fruto de la descuidada repetición, por un camino en la media delator de la falta de ilusión del disfraz aquel del "estar guapa"; Si no hubiese ocurrido el accidente de la ira hace un par de noches y del negro al verde, al morado y amarillo su ojo no se hubiese mudado; si no, si nada si nunca; Estela podría pasar esta noche por una chica normal. Por unas o por otras trastadas divinas, por aquellas lecciones magistrales que gustan de esconderse en los detalles; Estela parecía hoy tan puta como ayer como hace un mes y así sucesivamente y hacia el pasado. Allí, en la barra aquella, manoseando el frío mármol que la traía a casa, a un hogar sin puertas ni ventanas y acostumbrándose a ese olor que la llevaba de vuelta a la familiar sordidez; era el centro y la luz de todo el oscuro bar. Si era una mirada inexperta la que, atraída por esa luz ensayada a fuerza de ser denigrada como mujer y respetada como diosa, la que se detenía sobre ella; podría por un instante parecer una chica, sin más, sin el pliegue de un mapa que dejaba en su semblante las latitudes de sus vergüenzas. Pero ahora no era la inexperiencia de un chicuelo curioso, ni la lascivia de un egoísta sexual la que detuvo en este momento su atención en Estela, sino otra puta más, llamada, para mortificarla: chica de vida alegre. Rosa era casi antagónica en esencia a Estela, pero el espectador embrutecido por una vida de perseguir deseos sin percatarse de sus sombras, no captaría el abismo entre las dos, cayendo en la simpleza de: otra puta más. Tetas deseando intimidad, caderas des-divinizadas , templo convertido en vulgar iglesia. Rosa era más de lo que ella se permitía creer. Se intuía, a poco que se gustase verla, unos ojos de sótanos y trasteros, un mirar como de puerta entornada que no puede cerrar. Mirada de mazmorra húmeda. Titiritera de ella misma supo siempre, adaptativa, involutiva, hacer pasar su mirar como "mirada profunda", "ojos misteriosos" , dejando de serlo, por otra parte, ante la acuosidad suplicante que Rosa no había sido capaz de esconder. En los ojos siempre queda un pequeño reducto que ni el más poderoso de los miedos puede aniquilar. Así, Rosa y Estela, puta y mujer, diosa y ramera, hablaron de sus cárceles, de sus acorazados fuertes, de sus más profundos miedos, y lo hicieron con la sinceridad que ofrece el relámpago de la primera mirada. Se hicieron íntimamente amigas, hermanadas por un instante de verdad poco habitual, por otra parte, en sus vidas. Tras esta electricidad fugaz, sus miradas se rearmaron, atrincheraron, reclutaron a sus ejércitos de fantasmas y, la una y la otra, cada cuan en su parte del bar, acordaron sin palabras que se odiarían para siempre.