"Cuadro" según Gris Ceniza

26 de marzo de 2008



La primera vez que Calixto las visitó no sabía que se iba a encontrar. Llegó a la hora en la que nadie se atreve a pisar ese lugar, justo antes de que se oculte el sol. Se arrodilló dónde los ancianos dicen que empezó la maldición. La piedra estaba cubierta de un extraño musgo oscuro, resbaladizo, inquietante como todo el estanque. Los nenúfares flotaban indiferentes a él, creando una cama verde sobre la cristalina superficie en calma. Se arrodilló tal como le habían aconsejado y sumergió una mano en el agua. Cerró los ojos y con un susurro invocó su presencia.
Nada parecía moverse a su alrededor. Miraba los arbustos, se giró hacia el camino por el que había venido, buscó más allá del estanque, pero todo parecía estar esperando una respuesta, como él.
De repente el tiempo se frenó, y Calixto sintió como la bilis le subía hasta la boca, sus tripas se revolvieron, los ojos querían salirse de sus orbitas.
Desde debajo del agua una mano emergió con una suavidad asombrosa y le sujetó la suya. Al principio sintió miedo, pero el contacto era tranquilizador y apaciguó sus instintos de salir corriendo. Bajo el agua, una maraña de pelo se alzó del agua y dejó paso a una ancha frente de piel blanca. Le seguían los ojos más sinceros que nunca había conocido; le miraban fijamente haciéndole sentir como en el útero al principio de sus días. En ese instante mágico, otras seis criaturas igual de bellas que la primera, habían emergido y se encontraban frente a él, observándolo con curiosidad.

El oráculo. Las siete hermanas. La lucha de la fe, las líneas del destino, el horror de la verdad.

En los oídos de Calixto resonaban ahora las palabras de su mentor: “Se dice que el destino está escrito y nada lo puede cambiar. Pero el oráculo nos conduce a través de las huellas del futuro. Siete hermanas nacidas antes de lo que nadie puede recordar, capaces de ver diversas visiones de varios futuros distintos. Puede que cada una de las hermanas vea una línea temporal nueva, abierta desde ese momento, y ellas están convencidas que mediante sus consejos pueden diseñar a su antojo la vida de los mortales. Al menos así ha sido durante los últimos siglos en los que han gobernado la vida de todos los habitantes de la grandiosa Essys”.

Sin soltarle de la mano, la hermana mayor seguía mirándole fijamente. Sus ojos ciegos no podían verle la cara pero le destripaban el alma. Una voz de adolescente le preguntó algo, a lo que él solo pudo responder que necesitaba saber si debía ir a visitar al Greopheno. El resto de hermanas empezaron a parlotear entre ellas en una desconocida lengua que Calixto no pudo entender. Algunas parecían histéricas, o furiosas; sus rostros se contraían en oleadas de rabia que debía ser expulsada de su cuerpo. Otras emitían un sonido parecido al llanto, como si estuvieran asustadas, o tristes, o desoladas… Alrededor del humano se hizo un estridente coro de voces agudas que intentaban alzarse cada una por encima del resto. Usaban un lenguaje que alternaba constantemente siseos agudos y rápidos, con largas y lentas palabras guturales. Calixto se soltó de la mano bruscamente y se tapó los oídos, dolorido. La hermana mayor lanzó un único grito que silenció en seco a las demás.

-¡Callaos! Mis ojos no ven el futuro, como tampoco ven al hombre que tengo delante, pero puedo ver que lo estáis asustando, ¿o acaso las ciegas sois vosotras? ¡Malditas seáis! Decidme que os muestra vuestro don.

-Yo veo que Calixto muere en su visita al Greopheno…
-¡No, no! Volverá a visitarnos, por tanto sobrevivirá.
-Hermanasssss, este hombre es el que terminará con nosotras. La profecía así lo dice… ¡mandémosle a visitar al Greopheno, y que éste ser inmortal se lo coma antes que él acabe con nosotras! ¡Es el portador de nuestro fin! ¡La plaga que…
-Puede ir a verlo porque según mi visión, el monstruo se negará a recibirlo
-Pero yo veo una segunda visita suya…

-Ya he tomado una decisión. Soy la voz del oráculo, la única capaz de hablar por todas nosotras. Ciega, pero tal vez la más sabia- sus ojos se volvieron a encontrar con los del humano-. Calixto, hijo mío, debes visitar al Greopheno. Si el monstruo deja algo de aliento en tu cuerpo, acude a vernos de nuevo.

Las otras se miraron, mudas de incertidumbre, y todas a una se sumergieron bajo las aguas del estanque otra vez.

A los pocos días se produjo la segunda visita del joven. Vestía las mismas ropas, y no mostraba ningún rasguño, ni signo de violencia. Había acudido a ver al monstruoso Greopheno y éste le estaba esperando. Tumbado sobre un altar enjoyado, y rodeado de lujosos objetos, el monstruo agonizaba. Le resumió como su dios protector había perdido su custodia, y antes de verle sirviendo en el bando de su rival, había decidido quitarle la vida. Sin dolor, lentamente, con una calma agónica para cualquier humano, pero un suspiro para el semidiós. Lo único que le pidió a Calixto fue que cogiera una de sus afiladas garras y visitara cargando con ella al oráculo, su viejo enemigo. A cambio podría quedarse con todo su tesoro. Pero eso no lo sabía ninguna de las siete hermanas…

Se arrodilló por segunda vez en su vida en la oscura piedra, y con la mano sumergida, las volvió a invocar. El oráculo emergió y los ojos ciegos se le clavaron en su mente. Pero no le llegaron a hablar. Empezaron a discutir entre ellas, con su idioma siseante, subiendo el tono, lanzándose amenazas, lloriqueando, desafiándose unas a otras, pero sin apartar la mirada a la enorme uña de Greopheno que Calixto portaba.
Hasta que la que se encontraba más a su izquierda se levantó sobre unas finísimas patas, cuatro delicados y mortíferos aguijones que nacían bajo su vientre, y le atravesó el cráneo a la que tenía más próxima. Cerca, la tercera, se echaba el pelo sobre los hombros mientras lanzaba una furiosa maldición para destrozar a la asesina. A su lado la cuarta hermana le agarró por el hombro para intentar calmarla, pero lo único que consiguió fue que la maldición cayera sobre ella, y se desintegró al instante sobre el agua. Los mortíferos aguijones se lanzaron luego sobre Calixto, pero éste los esquivó, y usando la gigantesca uña a modo de espada le rebanó dos patas de un solo tajo. Ella perdió el equilibrio y cayó de bruces, con la cabeza sobre la piedra, delante del humano. Él no dudó en pisotearla, asta que varios crujidos le indicaron que allí dentro no quedaba nada. La que había lanzado la maldición seguía con la vista perdida dónde instantes antes se encontraba su hermana. Desesperada se agarraba la cara, escondiéndola de vergüenza. Tocaba sus propias lágrimas, las secaba de sus labios, las saboreaba en su paladar. Hipnotizada por el dolor empezó a tirar de su boca, de los labios hacia fuera, reventándolos, agrietándose la cara, dejando al descubierto encías, piel y músculo. No se detuvo y se arrancó la piel del rostro a tiras; se clavó los dedos en los ojos para dejar de ver a su hermana desintegrándose, y entre gritos, terminó hundiéndose para morir bajo el agua.
La que se encontraba más cerca de la piedra agarró a Calixto de la ropa, y de un salto lo derribó, cayendo sobre él. Sus rodillas daban paso a unas cortas piernas terminadas en dos fuertes garras que se clavaron en el suelo. Abrió la boca y deslizó una lengua ancha como cuatro dedos y que parecía no tener fin. Buscaba la cara del joven, le lamía el pecho, los hombros… le llenaba de saliva espesa y caliente. El humano soltó como pudo uno de sus brazos de debajo del cuerpo de ella y le agarró la lengua, tiró y le hizo levantar la cabeza asta que pudo moverse mejor. Cogió con la otra mano la uña del Greopheno y le atravesó la garganta una y otra vez, bañándose en sangre asta que le costó respirar y la soltó.
Del resto de hermanas, la quinta, que apenas hablaba y se había mantenido más alejada que el resto, huyó nadando, y desapareció bajo el agua haciendo bailar a los nenúfares por dónde ella pasaba.
Ya solo quedaba la ciega. La sabia. La voz del oráculo. Como portavoz, le pidió que terminase de cumplir su destino. Ella aceptaba el suyo, estaba escrito que al oráculo le llegaba su fin, así que debía morir. Calixto, recubierto de sangre se negó e hizo ademán de irse, pero ella lo amenazó con maldecirlo para siempre. La decapitó, y mientras la cabeza se hundía no dejó de mirarlo con aquellos ojos ciegos ni un solo instante.

Mientras Calixto lloraba sin entender nada, una risa, como un trueno, se alzó entre las nubes, y el joven entendió y no olvidaría jamás, que los hombres y mujeres no son más que títeres de otras fuerzas mucho más poderosas…

3 comentarios:

vomiton dijo...

juer, quien iba a decir que se podía hacer una aventura del cuadro!! Mola!

cápsula de albal dijo...

(L)

me encanta la historia, como siempre, tan sorprendente..sigue asi

Anónimo dijo...

me ha encantado el estilo aventurero con mitología incluída.
y el final, perfecto ^^