"Cuadro" según Negro Sable

20 de marzo de 2008




Salgo por la mañana a trabajar. Subo al transporte público y procuro evadirme. Me paso tantas horas como el capullo de mi jefe quiere encerrado en mi pequeño despacho. Salgo por la puerta de la oficina cuando ya no quedan rayos de Sol en el cielo. Camino un rato, miro el triste paisaje a mi alrededor. Vuelvo a coger el transporte público y regreso a casa, sin energía.

En casa, comienzo a ver las facturas acumuladas. Me paso las noches en vela haciendo números para pagar el piso, el coche, la comida… en resumen, para poder llegar a final de mes. Sin solución aparente, sigo cavilando. Me agobio por si podré mantener mi asqueroso trabajo, que a fin de cuentas, es el que tengo y el que me hace falta.

Llega el fin de semana, y me dispongo a dar un paseo. Las calles me parecen cada día más y más sucias. A mi alrededor, un ruido incesante que no soy capaz de procesar. La gente choca entre sí sin tan siquiera mirarse a la cara. Me cruzo con miles de personas en pocos minutos y veo pobres tirados por las aceras, drogadictos que sin pudor se meten mierda en público, borrachos mostrando el límite del patetismo humano, niñatos jugando a ser adultos, adultos comportándose como niñatos y por supuesto, muchísimos rostros anónimos que como yo, no destacan en nada y que sencillamente se limitan a pasar por la vida.

Sigo paseando, pero no logro la tranquilidad. En cualquier esquina, me puede estar esperando un ratero dispuesto a llevarse mi cartera, con el poco dinero que me queda para pasar el mes. O como tenga mala suerte, algún temerario al volante que se me llevará por delante con su coche tuneado o un “colgao” que creerá que le he mirado mal y me dará una paliza.

Por la noche, hablo por teléfono con mi hermana pequeña. Me cuenta que en el colegio ha aprobado un examen por los pelos, y que sus amigas han roto con el novio, se han ido a la discoteca cual, que menganita fuma y que fulanita se ha quedado preñada.

Lo único que me mantiene con ánimo son sus caras, omnipresentes en mi vida desde hace varios días. Rostros perfectamente trabajados para atraer las miradas, palabras con carisma para levantar los ánimos.

Son como ninfas de río o sirenas de mar. Me cantan y me atraen. Me susurran al oído que me vaya con ellas, que les de mi amor para que puedan solucionar todos los problemas. Me acarician y sonríen. Me hacen ver que en cuanto me sumerja en sus mágicas aguas, mi mundo cambiará.

No volveré a preocuparme de la hipoteca, no volveré a quedarme sin trabajo, mi hermana estudiará mil idiomas y volverá a conocer el respeto en las aulas, los malos se esfumarán y en general, todos iremos por la calle felices, dándonos los buenos días y apretando nuestras manos como en un musical de Broadway. Todo eso, con tan solo entregarme, con darle mi amor a la más bella de las sirenas.

Me intrigan sus cantos. Me excitan sus movimientos. No puedo más que contemplarlas a todas. “Se preocupan por mí”, pienso en mi interior. “Ya no volveré a sufrir”, me digo mientras esbozo una sonrisa. No puedo evitar acercarme al día D, a ese límite que marca la diferencia entre el prosaico suelo que piso a diario y las aguas aromáticas en las que dicen moverse cual poesía decimonónica las sirenas.

Me inclino y extiendo mi brazo para tocar a la diva que va a convertir mi vida en un sueño. Ellas se acercan a mí. Se pelean entre ellas para que yo sea su hombre. No me lo puedo creer. Sin darme cuenta, mi cuerpo se adentra en las aguas y consigo abrazarme a la sirena de más bello canto. De repente, todas se ríen. Me señalan, empapado y con cara de tonto, tras lo cual salen nadando. Y allí estoy yo: solo, desengañado y manipulado.

Cuatro años más.

2 comentarios:

vomiton dijo...

jo, qué bajón!

Anónimo dijo...

la grandeza del taller, cada uno a su bola!!!