"Superhéroe" de Gris Ceniza

3 de agosto de 2008

Era considerado un héroe por las veces que había salvado al mundo. Un ser excepcional, por encima de todos los demás debido a su don, un superhéroe. Querido y adorado por la humanidad, tenía de su lado a la gente, a la prensa y a los gobiernos.
A pesar de todo eso vivía él solo en una torre abandonada, en medio de un valle húmedo y lejos de la civilización, porque nunca terminaba de acostumbrarse al resto de la gente.

La altísima torre era completamente circular. Se elevaba entre la hierba como apuntalando la salida del sol. Aquel día, de buena mañana cuatro coches estaban estacionados delante de la puerta principal, dónde dos de los presidentes permanecían dentro de sus vehículos, y los otros dos esperaban delante de la única entrada. Frente a la puerta de la torre un alto hombre de pelo largo peinado hacia atrás y espeso bigote (ambos de un blanco amarillento), protestaba indignado por aquella falta de respeto. Siempre que se reunían habían encontrado la puerta abierta, y ahora se sentían confundidos y menospreciados. Esta vez ocurría algo distinto, estaba seguro. Su confidente, el pequeño presidente del oeste le apremiaba para que bajase la voz, no fuera a oírles el héroe y se enfadase con ellos, cosa nada extraña teniendo en cuenta los últimos cambios de humor de “su alteza”. El viejo tuvo que admitir que el enano tenía razón. Asintió con un gruñido mirándole a la cara, que le quedaba a la altura de las rodillas, se volvió a poner el sombrero de copa y levantó la vista hacia alta construcción.

La pulida pared de piedra reflejaba la luz con un extraño tono verdoso. A su alrededor, como esparcidos por un impreciso capricho sobresalían restos de lo que fueron balcones siglos atrás. Solo uno, casi en la parte más alta de la torre permanecía entero. Se podía acceder a el únicamente desde dentro, desde los aposentos de “su majestad”. Estos consistían en una habitación del tamaño de toda la planta, coronada con una inmensa bóveda de hierro y cristal.
Las puertas del balcón eran las únicas en toda la estancia, ya que se entraba desde una trampilla en el suelo. Los viejos tapices de la habitación seguían perdiendo color, cada vez más tristes y apagados. En la pared opuesta a las puertas, un cuadro contaba la antigua leyenda sobre la llegada del hombre a la Luna. Completaban el mobiliario una enorme cama sin sábanas ni almohadas, una butaca hecha jirones, una pequeña librería, y un desordenado escritorio. Colgada del techo, de manera que pudiera verse desde la cama, una gigantesca pantalla de televisión que funcionaba sin descanso desde que la instalaron años atrás.
En uno de los laterales de la cama la pared estaba teñida de recortes de periódico y fotografías. Allí estaba “su alteza” contemplando, consciente de que los presidentes le esperaban en la puerta, pero sin poder quitar la vista de aquellos retales del pasado. Fotos junto a su hermano de cuando solo eran niños, fotos del día de su graduación, otras junto a sus padres… Recortes de periódicos de sus hazañas: desde el día que se dio a conocer al mundo, de cuando derrotó a aquel intento de villano, o de cuando estalló la última guerra nuclear y él obligó a gobiernos a entenderse y a crear el mundo que hoy en día conocemos. Incluso también había colgado una página que mostraba la manifestación mundial pidiéndole que fuera el único gobernador del mundo. Él solo acepto que le llamasen “alteza” o “su excelencia”, pero no quería dirigir, ni salir en la televisión, solo pedía paz, y que le dejasen vivir en aquella torre aislada.
Claro que cada cierto tiempo sonaba aquel maldito teléfono y le requerían para alguna cosa. Cada vez menos, porque nadie se atrevía a causar problemas mientras él estuviera en activo. Pero aquella vez les había hecho mandar él a ellos.

Cuando las puertas se abrieron, el diminuto presidente del Oeste fue el primero en entrar. Medía unos cuatro palmos y arrastraba su túnica verde al andar. Lucía su característico gorro, apretado en la frente y creando dos cuernos en la parte trasera del cráneo que llegaban hasta los hombros. Tampoco se quitaba nunca aquellos grandes anteojos metálicos (parecidos a dos coladores) que le cubrían casi media cara.
La segunda en entrar fue la presidenta del Sur. Su piel negra contrastaba siempre con sus vestidos a rayas de colores. De su maraña de pelo rizado colgaban cascabeles y otros complementos. Varias cintas atadas a su cintura, peleando contra la gravedad, bailaban al son del continuo meneo de sus caderas. Su chofer le abrió la puerta del coche, y ella lo hizo acompañarla hasta la puerta, para después ordenarle que le esperara dentro del vehículo.
Al ver que la mujer de color entraba, el presidente del Este abrió la puerta de su vehículo con impaciencia porque no quería ser el último en entrar. Sudaba abundantemente y su pelo grasiento se le pegaba en la frente. El torso desnudo mostraba su prominente barriga, sus casi ciento ochenta kilos eran motivo de orgullo para él. Una corta y holgada falda, y unas sandalias atadas a los tobillos completaban su atuendo. La barba bien recortada y el cuerpo excesivamente peludo le daban el aspecto de un oso. Así entró en la torre, resoplando y con paso firme.
Cuando estuvieron los otros tres dentro, el hombre del pelo blanco amarillento, que había vuelto al coche, soltó el volante de su viejo descapotable, cogió su bastón, y salió con paso rápido. Seguía enfadado pero sabía que debía calmarse. Se paró justo en la puerta, se sacó el sombrero de copa, sopló en su cima para quitarle el polvo en un gesto que era casi un tic, y se lo volvió a poner. Pintó una sonrisa en su rostro y entró casi con timidez.

La planta de la torre era completamente circular, de unos veinte metros de diámetro. El techo se encontraba a gran altura, y era allí dónde se encontraba la otra estancia de la torre, los aposentos privados de su alteza. La única manera de poder subir hasta ellos era mediante una larguísima escalera que nacía en el suelo y se enroscaba girando por encima de sus cabezas, dando vueltas por las paredes interiores de la torre, sin ninguna barandilla o pasamanos.
Antiguamente colgaba del techo una versión gigante de un reloj de bolsillo, pero tras varios siglos, la cadena que lo sujetaba había cedido y ahora flotaba el artefacto a escasos metros del suelo, dificultando el paso al entrar. Las agujas se habían quedado clavadas en las 17´22h, pero la segundera sobrevivía intentado desatascarse sin éxito, en un gesto eterno.
En el centro de la sala, cuatro sillas plegables vacías estaban dispuestas, orientadas hacia un torcido sillón, dónde sentado esperaba su alteza. Los ojos tristes, la barba mal afeitada, y el pelo desordenado. Aun y así desprendía poder. Los cuatro presidentes se acercaron en silencio, pero el superhéroe no les prestaba atención, tenía la vista perdida en algún punto inconcreto.

El anciano del norte miraba con rabia a aquel ser. No entendía como podía comportarse así el hombre más poderoso del mundo. Se quitó el sombrero, y se peinó el pelo hacia atrás sin dejar de sonreír ni un instante.
La mujer del sur miraba tristemente a su alteza, pero su mirada era severa, como si no estuviera de acuerdo con alguna cosa.
En cambio, el obeso del este miraba con desprecio a las sillas. De nuevo volvía a reírse de él, los rebajaba a todos, pasaba por alto quienes eran ellos. Se secó el sudor de la frente, y miró impaciente la entrada para ver como aparecía su sirviente acompañado de una joven desnuda, cubierta apenas con una suave gasa azul transparente.
El pequeño hombre del oeste se encaramó con dificultad a la silla hasta quedar sentado, y contemplaba la escena expectante.
En aquel momento llegó la chica desnuda y se arrodilló cerca de la silla libre, extendió la gasa sobre su delgado cuerpo, y apoyó las manos en el suelo, quedando a cuatro patas. Entonces el hombre-oso del este se sentó sobre su espalda, usando a la joven de silla, y dejando a la vista por debajo de la corta falda su pene, tirado por la fuerza de la gravedad y dos arandelas de grueso acero hacia el suelo.

Una vez estuvieron todos sentados el superhéroe se levantó. Parecía distraído, ausente, y dio unas cuantas vueltas sobre si mismo, incómodo. Cuando empezó a hablar y les miró directamente volvió aquella poderosa mirada que lo había hecho famoso.

-Presidentes…seré rápido y directo- sin formalismos y lejos del protocolo que tanto adoraban los otros cuatro-. He salvado el mundo muchas veces. He salvado tantas vidas que es imposible contarlas. He creado un mundo en paz- todos asintieron en silencio-. Nunca he pedido nada de nada, ni oro, ni fama, ni he tenido caprichos. Pero ahora tengo un problema, y por tanto ustedes y el resto de la humanidad también. Me siento vacío. Necesito un nuevo reto- el oso se secaba el sudor desesperado y los demás se removían incómodos en sus asientos-. Les doy treinta días para que reúnan a sus equipos y me den una nueva razón para seguir viviendo. Hagan lo que quieran, pero denme un nuevo desafío. Creen un supervillano, por favor.

La sureña se quedó con la boca abierta, el viejo parecía apunto de estallar de tanto que le temblaba el cuerpo, y el oso apenas podía tragar saliva. Fue el enano el que tomó la palabra, diplomáticamente, con calma.

-Alteza, eso que nos pide… No podemos hacer algo así, es inmoral crear algo que pueda dañarnos. Nunca podr…
-¡Me da igual lo que penséis! Si no lo conseguís entonces destruiré yo mismo el planeta. Lo haré despacio, para que así, a través del miedo y el sufrimiento se os ocurra algo.
-Pero señor, aunque quisiéramos, es imposible crear algo de tal poder…
-¡Hagan algo o lo destruiré tooodoooo!- enrojeció en un ataque de ira, incluso se le alteraron las facciones. Derribó el sillón de una patada.

El presidente del este se incorporó de la chica dispuesto a salir corriendo en cualquier momento. El viejo se puso en pie temblando, dudaba entre lanzarse al cuello de su majestad o empezar a gritarle. La mujer de color tenía la cabeza hundida entre sus manos. Pero el enano ni se inmutó, tomó la palabra de nuevo.

-Alteza hace tiempo que tememos algo así. Por eso trazamos un plan B, por si no termina de entrar en razón- soltó una corta risita y miró hacia la puerta de entrada.

A los pocos segundos apareció bajo el arco de la puerta un nuevo personaje. Iba embutido dentro de un ceñido traje azul. La mirada fija en el superhéroe. Sonreía malévolamente, con orgullo. Sus ojos, también poderosos, lo desafiaban como dos puntas de lanza.

-Nunca hemos podido clonarte, ni crear nada que pudiera hacerte sombra, ni pararte los pies, por si algún día te descontrolabas. Pero hace pocos meses dimos con una nueva llave. Conseguimos despertar ciertas fuerzas dentro de un ser bastante conocido por ti…

Los dos seres poderosos se miraron fijamente, interrogándose, midiéndose, hasta que el recién llegado habló.

-Y bien hermanito, ¿tienes algo que decir?

3 comentarios:

naranja venenoso dijo...

BRAVO, BRAVO, BRAVISIMO!!! GENIAL!! ESPELUZNANTE!!! jejeje me inclino hacia su alteza!! mi amo y señor de la torre!! Tiene usted toda la razón... Estoy a puntico de finalizar... así que no se me desespere... ANTE TODO MUCHA CALMA, BROTHER!!! Me ha encantado el relato, y por supuesto no vamos a acabr con el mundo!! Y si hace falta pues cedemos el testigo otra vez... y que sea lo que dios quiera!! Ya me ofrezco yo voluntaria... Y si alguien se queja pues, que se queje o que sujiera nuevos desfíos... o simplemente de la vuelta al que ya está en vigencia y que le dé su propio toque!! Y si no se pueden cumplir los plazos a tiempo pues un poco más tarde, q más vale tarde que nunca!! Ahi queda eso dicho!! UnSaludo para tod@s!!!! Te has superado está vez, con tu directa poco sutil... JAJAJA, a las 17'22... a quién pretendias matar???? juas juas... KISS!

vomiton dijo...

joder, muy buena ambientación y muy buenas descripciones. Bravo!

naranja venenoso dijo...

El mago de oz y Bola de drac y el Padrino too mezclao!! mas el pendulo de Edgar Allan Poe!! Que nivel que nivel Gris!!