"Matar a alguien" según Púrpura Tenue

17 de agosto de 2008



Aquélla era la caja en la que estos últimos días había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que deberían ser olvidados. Una carta con olor a lirios blancos, un anillo de turquesa montando en plata y su querido violín de pino.
Jan inspeccionó cada uno de los objetos con detenimiento, deleitándose en los pequeños detalles, despidiéndose de ellos para siempre. Releyó la carta una y otra vez. Pensó que aquellas palabras de papel, junto con el intenso perfume a flores, le acompañarían durante toda la eternidad. Se imaginó perdido entre la inmensidad de Tiempo que le aguardaba, esperando, quizá, una nueva oportunidad para sacar todo lo que llevaba adentro.

Afortunado por encontrarte, aunque tú jamás me has visto. Dichoso por compartir contigo un pedazito de cada mañana, aunque tú no nunca te has percatado de que existo. Feliz por contemplarte durante unos pocos minutos, aunque tú sólo tienes ojos para tu libro. Agradecido por rozarte durante un instante, aunque tú seguro que no has sentido nada…



Hace apenas unos meses, Jan solía coger el metro en South Kenton hasta Marylebone. Llevaba ya un tiempo haciendo el mismo recorrido, desde que ganó, hace poco más de un año, una beca en su Ucrania natal para estudiar en la prestigiosa Royal Academy of Music de Londres.

15 minutos de trayecto. Tiempo más que suficiente, -solía pensar-, para evadirse y dejar de un lado las clases y el estrés que supone pertenecer a una de las escuelas artísticas más duras y competitivas del mundo.

Por aquella época, Jan estaba contento, era feliz. No todo el mundo tiene la oportunidad de estudiar en un sitio así. Jamás lo habría imaginado. De hecho, nadie habría apostado un duro por él, sobre todo, teniendo en cuenta su origen. Jan nació prematuramente un 18 de diciembre de 1991, en un pequeño pueblo situado a 180 kilómetros de Chernobyl. Su vida siempre estuvo marcada por el estigma de la radiación, la violencia y la tristeza.

Aunque prematuro y con un solo pulmón, Jan consiguió, contra todo pronóstico, sobrevivir. Pronto se convirtió en un icono de esperanza para el resto de la gente. Sus vecinos comenzaron a verle como la oportunidad que esperaban para salir adelante y enfrentarse a la realidad que dejó tras de sí el terrible accidente nuclear de Chernobyl.

Desde muy pequeño, Jan empezó a mostrar un interés y una habilidad especial por la música. Un talento que no pasó por alto Marie, su querida profesora de la infancia, quien, con gran esfuerzo, convenció a sus padres para que no descuidaran su educación musical. Fue así como Jan se enamoró del hipnótico y melancólico sonido del violín.

Como si del cuerpo de una novia se tratara, Jan acaricia su violín con delicadeza, busca la postura perfecta, se dispone a tocar la última melodía. Su aséptica habitación se vuelve cada vez más lúgubre. Fuere llueve. El estremecedor sonido de su violín empieza a actuar a dúo con la lluvia que golpea rítmicamente el cristal de la ventana. No le queda tiempo, su operación está prevista para las 17:24. Pronto, tal y como dicta el procedimiento que tan bien le explicaron, vendrá una enfermera a afeitarle la cabeza. Luego, ya sólo tendrá que esperar.


A esas horas de la mañana el metro está lleno. La gente se dirige al centro. Estudiantes, trabajadores, turistas… todos forman una masa homogénea con la que Jan suele entretenerse tratando de adivinar la vida de cada uno. Desde hace unas semanas no puede quitarle el ojo a una mujer, unos diez años mayor que él, morena y muy atractiva que coge el metro en Queen´s Park, compartiendo con cientos de pasajeros más, cinco minutos de rutina.

A Jan le gusta ir de pie, sostener su violín de 20.000 libras entre sus piernas. Algunas veces imagina qué pasaría si alguien intentara robárselo. Echaría a correr, como alma que lleva el diablo detrás del ladrón. Se moriría sin su violín, su pasaporte a la vida normal que ahora empezaba a disfrutar. ¿Y si trataran de robar a la morena desconocida? Correría todavía más, enfrentándose, por supuesto delante de ella, al malhechor. Le excitaba aquella idea.

Mientras divaga en sus pensamientos, Jan observa a la desconocida. Es una mujer elegante: lleva ropa cara, las uñas cuidadas y huele increíblemente bien. A pesar de su aspecto perfecto, parece triste. Sus ojos brillantes y enormes romperán a llorar de un momento a otro, justo cuando se abran las puertas y el sonido ‘mind the gap’ invite a subir al vagón a otra multitud anónima. Entonces Jan ya no podrá hacer nada, su querida desconocida se habrá perdido entre la masa de autómatas en busca de una salida.

Le gustaría hablar con ella, sacarle una sonrisa, acariciarle su pelo negro. Pero Jan se ve incapaz, jamás podrá poner en marcha el diálogo que ha estudiado la noche anterior con su querida desconocida. Cuando la ve, sus rodillas no pueden hacer otra cosa que empezar a bailar. – “Le escribiré una carta y se la daré justo antes de que se marche”-, piensa.

El anillo turquesa lo compró en Camden Town Market, en un puesto de antigüedades relacionadas con el Antiguo Egipto. “Azul eterno, lejano como los ojos de su desconocida”. Ensimismado en sus pensamientos y con el anillo aún en la mano, fue interrumpido por una voz grave: “La turquesa, según los antiguos egipcios, simboliza el cielo, la luz del amanecer. Es el renacimiento, el color del sagrado pájaro Fénix. Muchacho, si buscas un regalo inmortal, ése es el anillo”.

Jan no dudó, sentía que aquel era el único regalo que podría hacerle a su querida desconocida. Estaba nervioso, impaciente y excitado imaginado un momento para entregarle la carta y el anillo. ¿Pero, cómo lo haría, cómo reaccionaría ella? ¿Cómo regalarle algo a una desconocida y no parecer un psicópata? “Mañana, mañana será el día” – se repite Jan cada noche. Pero el día nunca llegó.

A Jan apenas le queda una hora. Hace unos minutos que la auxiliar de enfermería vino a afeitarle la cabeza. ‘Tic, tac…’ el tiempo corre. Aparte de sus preciados objetos no tiene a nadie de quien despedirse. Ni un abrazo, ni una voz cercana que le consuele. Está solo. Si al menos hubiera entablado amistad con alguna enfermera… Pronto vendrán a buscarle, le dormirán para siempre y él no habrá podido despedirse de su querida desconocida.

La última vez que la vio, llevaba la carta y el anillo en el bolsillo, aguardando. Sabía que las oportunidades se le terminaban y que su vida pronto sería un recuerdo repartido entre aquellos tres objetos.

Un día, Jan se sintió con la suficiente valentía para acercarse a la desconocida y entregarle la carta. Cuando estaba a casi medio metro de distancia, un tipo con prisa tropezó bruscamente entre los dos, obligando a la mujer alejarse al otro extremo del vagón. Por primera vez, Jan sintió unos inmensos ojos azules, infinitos, observándole. Jamás volvería a verlos.


Jan entró en el quirófano a las 17:15 horas. Tenía un extraño tumor cerebral. Al parecer algo excepcional para la ciencia. Los médicos vieron en él una oportunidad única para estudiar aquel atípico comportamiento celular nunca visto hasta ahora, aunque para ello primero habría que matar a Jan. Además, su único y atípico pulmón había comenzado a debilitarse y su esperanza de vida empezaba a ser una quimera.

… Something I feel you are an angel, or maybe you could've beenSomething out here, you are an angel or maybe you could've beenSee how they run, see how they runAll the same, all the same; Something out hereYou are an angel… -Canta Jan mientras la anestesia hace efecto.
… I put my hands where your wings should be, I put my feet where the earth should beAnd I can't see very far, and when you said that you were dead I hung on…
Entonces sus ojos se cerraron para siempre y su milagrosa existencia se convirtió en un sueño eterno.

5 comentarios:

naranja venenoso dijo...

Sencillamente precioso Purpura!! Mil Felicitaciones!! De verdad!! Me ha gustado mucho!Me ha emocionado molt y que decirte... me ha llegado muy muy pero que muy profundo!! Tic plorant, pero me gusta mucho llorar por cosas bonitas y a la vez duras como esta que has escrito! Muchas gracias!

Anónimo dijo...

me alegro de que te gustara. Al final me salen historias un tanto trágicas... En fin... Nos leemos. Saludos

Púrpura

Anónimo dijo...

Joer... llorar no, xo vaya como las gastas Púrpura. Si tu intención era crearnos un nudo en la garganta enhorabuena.

vomiton dijo...

qué potito!!

Lena dijo...

es una historia preciosa...tragicas o no me gusta tu estilo... acavo de descubrir este sitio ^_^ y seguire leyendo.