"Sant Jordi" por Verde Bósforo

24 de abril de 2009

Érase una vez un príncipe sin castillo, sin tronos ni cortesanos. Este príncipe tuvo que marchar pronto del seno familiar pues su pueblo acechaba desde hacía tiempo a las puertas del castillo reclamando lo que les pertenecía y amenazando con degollar a toda la familia real pues no dejaban opción al diálogo mientras se aferraban a los bienes agenciados. Así es como el príncipe perdió su castillo, o el castillo le perdió de vista a él.

Cabalgó durante días a lomos de su caballo blanco, a diferencia de las sirvientas de la corte éste nunca se quejaba cuando lo montaban y el camino era demasiado largo como para hacerlo uno sólo. Teniendo que ganarse el pan día tras día pues se había gastado sus últimas monedas en un bonito traje de terciopelo azul bordado por el famoso modisto de la zona, sir David Linch, tuvo que aprender a seducir a los nobles caballeros que paseaban a horas noctámbulas en las que uno sólo busca compañero de lanza, pues nuestro príncipe no había aprendido profesión alguna pese a haber asistido a los más prestigiosos collegues.

Cierto día soleado recibió una especie de carta allá donde se alojaba, una pequeña y miserable pensión, sin ventanas ni hilo trovador que olía a Aragorn, regentado por un enano que no se lavaba los pies. Fue todo un problema pues la carta no se entendía apenas, escrita a modo pergamino hablaba sobre algo que denominaban ‘casa madre’, probablemente un punto estratégico de encuentro para delincuentes organizados lo cual le llamó la atención pues bien sabida era la precariedad de su trabajo, buscaba algo más estable con lo que poder mantener como mínimo cierto ritmo de vida al que se había acostumbrado antes de perder el resplandor en los ojos que le había hecho tiempo atrás tan irresistible a aquellos hombres de deseo insaciable, de bonitas promesas y firmes brazos.

Sin embargo, a medida que seguía leyendo la carta, esta era cada vez más críptica, usaba cierta terminología temporal, muy recurrente a lo largo de toda ella, hacía referencia a un denominado santo, ¡pero qué santo! ¡Sant Jordi! ¿Quién era ese?

¡Por Dios todopoderoso, veneran a un hereje! El príncipe empezó a atar cabos, después claro de haber acudido a la hemeroteca del feudo y consultar extensas bibliografías encontró la respuesta al enigma de ese nuevo santo, Jordi, por lo visto en ciertas tierras de la lejana Hispania se creía en un héroe que tiempo atrás había matado a un dragón para obtener a cambio como recompensa a una princesa, uso y disfrute de esta con pleno consentimiento de su padre, incluso según sus investigaciones, era bastante probable que el mata dragones se quedara también con el reino del padre de la mujer-ofertón. El príncipe, no acostumbrado a la lectura, se sumió en un profundo sueño, en este recordó un viaje estival con su familia cuando sólo era un infante en costas valencianas donde con asombro acudieron como invitados a un gran evento.

Siendo sólo un niño le habían quedado grabados en llama aquellos recuerdos, toda la muchedumbre aplaudiendo a un hombre que brillaba en medio de una plaza de arena al acabar con la vida de un hermoso y soberbio animal despojado de esperanzas, era el héroe nacional, su Sant Jordi, que mata sólo por reafirmación viril. De repente, en su sueño, los vítores que iban dirigidos al matador de toros gritaban al unísono Jordi, mientras éste en medio de la plaza brillaba más que nunca. El ruido cada vez era más distorsionado y Jordi brillaba más y más, las resplandecientes escamas de su traje de luces adquirían formas más pronunciadas y sin darse cuenta ahora Jordi no era humano, era un ser alargado, una especie de pez enorme y brillante con largos bigotes que se enroscaba sobre si mismo y dormía placenteramente ajeno al ruido de la plaza.

El príncipe despertó y comprendió lo que pasaba, había un motivo por el cual era a él y sólo a él a quien había llegado aquella carta, cifrada, encriptada, ¡un palimpsesto que sólo él entendería!

Camuflado con vulgares alusiones a princesas, hadas y demás sexo barato al que cualquiera se hubiera tirado de cabeza, el dragón había querido ponerse en contacto con él, le había citado en un lugar y a una hora para poder escapar juntos y soñar con un futuro mejor, libre de impuestos y gonorrea.

‘La hora en la que se ponga el Sol, en la casa madre...’mmm como todo el mundo sabe la casa madre de un dragón es China, pero éste es el reino donde el Sol sale, no se pone... de hecho nuestro príncipe no conocía las tierras donde se ponía el Sol pues aún faltaban unos años para que naciera el señor Colón.

Así es como de este criptograma dedujo que debía ir galopando hasta China, la tierra madre del Sol, y ponerse de opio hasta las cejas hasta que por fin encontrara a su amado dragón quien le sacaría volando de este terrible desierto circular que le asfixiaba el alma, juntos atravesarían las nubes más hermosas.

Lo que el desgarbado príncipe no sospechó nunca fue que esa carta no iba dirigida a él sino al líder de una secta que todavía estaba por nacer, una vez más el Dr. Who se había equivocado de destinatario...

2 comentarios:

GrisCeniza dijo...

Jajajajaja
Viva la locuraaaaa, viva disneylandia, y viva San Jordi!!!

Es un texto q huele a "fucksia", eh? Va bien ver q tienes varios registros V.B.

Felicidades x haberlo terminado a tiempo!!!!!!!

Verde Bósforo dijo...

Thak you so much!!!

Sí, intentaba desguazar estilos, y creo que seguiré probando hasta que no llegue la inspiración, o el tema adecuado.