"INICIO DE HISTORIA" DE VERDE MADURO

10 de octubre de 2009

Parece no haber nada especial en el escenario. Una joven nerviosa contemplando un libro, un anciano observando al milímetro la actitud de la chica. Quizá ella no entienda nada o tal vez sea que no comprenda lo que el hombre quiere mostrarle, sin embargo él la absorbe con la mirada, como un niño esperando la respuesta de su madre a ese porqué. Ella se siente desnuda, tiene miedo a fallarle y es entonces cuando se atreve a mirarle y ambos se iluminan. Una conexión extraña entre ambos...
[inicio de Verde Bósforo]

Ella se siente intimidada e incómoda. Desvía la mirada. No puede aguantar esos ojos de color tan peculiar: gris, azul,… una mezcla de ambos colores. El suelo, ese entarimado de oscura madera desgastada por los infinitos zapatos que lo han pisado, la calma. De reojo, por eso, lo sigue observando.
El público se está impacientando. Es escaso, pero demasiado exigente. Entre ellos, escondidos, están a los que no se pueden defraudar en ningún momento y bajo ninguna circunstancia por más especial que pueda ser.
Ella levanta la vista, llevándola al frente, y de nuevo aparece la extraña conexión entre ambos. Una conexión unida por un invisible hilo, que solo ellos ven, como si alguien hubiera espolvoreado alguna sustancia para hacérseles visible.
Seguridad, confianza, serenidad…, esto es lo que los ojos de él muestran. Firmeza en su compostura. Bien erguido y la cabeza alta con la mirada puesta al frente, directa a la persona. ¿Miedo? Para él no existe el miedo, ni el pánico, ni el temor para él. Nada de todas estas cosas. Él, ante una situación como en la que se encuentra la chica, sólo conoce el valor y la seguridad. Esto es lo que le quiere transmitir mediante la extraña conexión formada entre ambos.
Ella cabizbaja, denotando inseguridad y debilidad, decide romper con la conexión una vez más. Mira el libro reposando entre sus manos. De él salen varios trozos rotos de papel blanco, marcando páginas, con pasajes concretos del libro. Se repasa las letras, de pálido rojo sobre un fondo ocre, de la portada de tapa dura. El pulso es inestable y tembloroso. Los nervios le pueden más que cualquier cosa.
Un carraspeo entre el público le llama la atención y de refilón mira la sala que se extiende ante ella. Contados son los espectadores. Una gran minoría del poco público está interesado en las palabas que pronto inundaran esa sala, los demás son conocidos con ansias de verla triunfar o por lo contrario verla defraudar y poder regodearse en su sufrimiento por haber frustrado y caído en el intento.
La conexión se establece de nuevo con el anciano con el que tanto tiempo ha compartido y que se encuentra allí por una única razón: ayudarla a dar el paso; darle ese empujoncito que le falta. Sigue observando esa actitud nada apropiada ante la situación. Sólo puede leer una palabra y sentimiento de todo eso: vergüenza. Intenta transmitirle lo que lleva rato queriendo hacer. Quiere cambiarla para bien, pero los nervios son traidores y él lo sabe. Demasiados años a su espalda como para no conocerlo. Decir que nunca lo ha vivido es mentirse a todo el mundo y mentirse a si mismo. En su primera vez no tenía a nadie que lo intentara aserenar, tenía que hacerlo solo, y ahora él hace lo que le gustaría que le hubieran transmitido por ese entonces, de innumerables años atrás.
Siente que esa conexión es más que algo extraño. Reconoce la mirada del hombre. Sabe lo que quiere transmitirle y no se lo piensa más. Levanta la cabeza con firmeza y se yergue con extrema seguridad sobre si misma adoptando fortaleza y vigor sacado de su interior, que ni ella misma se esperaba por su propia parte. Un rebelde mechón de pelo demasiado corto le entorpece la vista, que ha cambiado dejando de lado la cobardía y vergüenza que sentía. Con ímpetu da media vuelta y camina decidida hacia el atril. Deja el libro encima, abriéndolo por la primera página que tiene marcada. Dentro la hoja, servida como punto de libro, está escrito marcando una pequeña pauta por si la mente se le queda en blanco. Mira el auditorio con valor. Inspira profundamente y expira en un suspiro. La mirada del hombre demuestra felicidad, de la misma forma que la imperceptible curvatura de sus gruesos labios, ya envejecidos. La chica se repasa, mentalmente, el esquema preparado y empieza.

4 comentarios:

Blanco Hielo dijo...

Bienvenido, verde maduro! qué buen debut! veo que tú no has estado tan dubitativo/a como la chica de tu relato :)
Está muy bien, la larga descripción le tiene a uno en tensión todo el rato, y hasta llega uno a aliviarse al ver que la cosa acaba bien ^^

vomiton dijo...

un buen texto...Saludos!

verde bósforo dijo...

gracias por ese final!!!

Gris Ceniza dijo...

Olé, muy buen debut Maduro!!

Has adoptado el inicio como si fuera tuyo, felicidades!!

Bienvenido!!!!