"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN BLANCO NIEBLA

23 de enero de 2008



Aquella era la caja, en la que estos últimos días, había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que debían ser olvidados. Había decidido guardar aquella caja en el sótano que teníamos en la cabaña de mi abuelo, nunca nadie podría imaginar qué secreto guardaban aquellas cuatro paredes.

Como cada mañana me desperté a las 6:30am, con esa musiquilla típica de los terminales móviles chirriando en mis oídos; le robé unos minutillos más a la cama y me desperté dispuesta a pegarme una ducha rápida para poder ocupar mucho más tiempo en el desayuno que como cada mañana estaba compuesto de tostadas con mantequilla y una buena taza de café. No podía pasar el día sin café, era el que me mantenía despierta durante toda la dura jornada de trabajo, como tampoco podía pasar sin el cigarrillo mañanero, algún día dejaría de fumar, algún día. Todos mis movimientos estaban cronometrados, desde que me sonaba el despertador hasta que salía por la puerta de casa dispuesta a coger el metro. Tenía media hora hasta la puerta del trabajo y no podía perder el tiempo, los minutos corrían en mi contra.

Allí estaba, plantada frente a las puertas del estudio fumándome mi último pitillo antes de entrar a mi despacho. Tenía un buen puesto dentro de la empresa, había luchado con uñas y dientes para conseguir aquel ascenso y ponía toda la carne en el asador para que todo saliera como era previsto, para que todo estuviera a punto. Mis padres me habían pagado una carrera, querían que fuera abogada, pero el destino y mi cabezonería quisieron llevarme por un camino totalmente distinto, el del espectáculo. Nuestra empresa representaba a actores y actrices de todo el mundo, estaba presente en las mejores producciones, en los mejores festivales y en las mejores salas, éramos líderes en el sector y no nos podíamos dormir en los laureles, teníamos que seguir siendo los mejores, y eso, en parte, dependía de mi y de mis conocimientos; era, sin duda, un gran peso…de ahí derivaban quizás mi dependencia al tabaco y a la cafeína, necesitaba algo que calmara mis nervios y creía que así lo conseguía.

A las 8:30 estaba ya en mi puesto de trabajo, cogiendo llamadas, atendiendo a productores enloquecidos, a actores en paro y a guionistas noveles, todo el mundo quiere un hueco en la gran empresa que es el cine pero el camino es largo y difícil y muy pocos consiguen lo que esperan. Aquella mañana no era diferente a las demás, todo transcurría con normalidad, teníamos varios actores dentro de las mejores producciones que se estaban realizando en ese momento y nuestro gabinete de guionistas estaba realizando varios proyectos, entre ellos uno para Guillermo del Toro; se auguraba un otoño movidito pero económicamente beneficioso para la empresa; en los pasillos se respiraba felicidad aunque también nervios y mucho movimiento.

Como cada día me quedé a comer en el comedor comunitario, mi jornada laboral terminaba a las 15:00pm pero siempre salía más tarde debido a la cantidad de trabajo que teníamos. El reloj marcaba las 17:22pm cuando salí por la puerta; había quedado con el doctor a las 19:00pm así que me tomé mi tiempo y fui paseando hasta la consulta.

El doctor Ibáñez me había ayudado mucho con mis problemas, me había sido recomendado por un amigo y la verdad es que no me arrepiento de haber acudido a su consulta. Desde muy pequeña he tenido pensamientos absurdos, como que si no hacía algo, por ejemplo, encender la televisión en un momento dado, salir de casa a una hora exacta, etc., un desconocido vendría y acabaría con mi vida; sí, ya se que es un pensamiento absurdo, pero estos mismos pensamientos me hacían enloquecer y estar atada al tiempo, a las saetas del reloj, en definitiva, a mi misma. Si, sufro de crisis paranoicas agudas y no se lo deseo a nadie. A medida que han ido pasando los años las crisis han disminuido pero son de mayor grado cuando suceden. El doctor me receta fuertes medicamentos pero estos solo consiguen adormilarme; lo que más me llena son las conversaciones con él, es lo que más me tranquiliza, por eso no he dejado de acudir a su consulta.

Después de una hora y media hablando con el doctor, salí a la calle, hacía un magnifico día así que volví caminando a casa, no quería encerrarme otra vez en el metro, me agobiaba estar rodeada de tanta gente; además de que eso no era nada bueno para mi terapia.

Estaba a unos 10minutos de mi casa, eran las 21:00pm y extrañamente las calles estaban desiertas, solo se oía el ladrido de un perro y el viento que arrojaba las hojas secas de los árboles contra mi cuerpo; no me acordaba que toda la manzana estaba en obras y el paso para los peatones se hacía dificultoso, así que en contra de lo que había decidido anteriormente me dispuse rezagada a coger el metro; estaba a dos paradas de mi casa. Bajé a la estación, quedaban 10minutos para la llegaba del siguiente convoy, “10minutos!!” en la vida había esperado tanto. Estaba sola en la estación, no se oía ni un alma, tan solo el viento al circular por los viejos y oscuros túneles. De repente, una persona bajó las escaleras y se puso a unos 2metros de mí, lo miré, me miró e hizo un gesto de aprobación.


Tendría unos 45 años, vestía informal, pantalones vaqueros, bambas y polo a rayas, la verdad es que su visión no me disgustó, pero había algo que me incomodaba, estar a solas en una estación de metro vacía con aquel extraño me hacía sentirme desprotegida. De repente el chico se giró y empezó a hablarme, los segundos no pasaban, la espera se me hacía interminable.

-Hola Eurídice, que nombre más bonito. Seguro que tus padres tenían muy buen gusto. ¿A ti te gusta tu nombre?

Me giré desconcertada.

- ¿Cómo dice? ¿Cómo sabe mi nombre?
- Yo se muchas cosas sobre ti, Euridice
- Déjeme en paz, no sabe nada sobre mí, ¿Cómo sabe mi nombre?
- Eso ya no importa, el nombre es lo de menos, ahora lo que importa es que vas a morir
- ¿¿Qué??
- Lo que oyes, que vas a morir
- Usted está loco
- No tanto como tu, Euridice


¿¿Era producto de mi imaginación o aquel hombre estaba dispuesto a acabar con mi vida?? ¿¿Qué estaba ocurriendo en aquella vieja estación de metro?? ¿¿Por qué a mí?? Miles de preguntas desbordaron mi cerebro y comencé a gritar, a pedir que me sacaran de allí.

- Soy el que te ha acompañado desde que eras pequeña, el dueño de tus pesadillas, el dueño de tu locura, y ya es hora de arrancarla de cuajo.
- ¿pero que dice?
- Euridice, yo soy el causante de todos tus miedos, el causante de tus paranoias y no quiero que sufras más, yo seré el que se encargue de eso.

Intenté correr hasta la salida pero el hombre me agarró por el pelo y me tiró al suelo, yo intenté resistirme pero aquel ser, fuera humano o fuera lo que fuera, tenía más fuerza que yo. De repente oí que se acercaba el tren, tenía muy poco tiempo, estaba dispuesto a arrojarme a las vías. Me retorcía, intentaba pegarle patadas pero todo lo que hacía eran en vano, no entendía porqué ese final, que era lo que estaba pasando, no entendía nada. Veía ya las luces del convoy y tenía la cabeza en el suelo, aplastada por las manos de aquel hombre. No se cómo pero de repente sus fuerzas flaquearon y cuando iba a arrojarme a las vías conseguí echarme hacia atrás y fue él el que calló como un muñeco roto bajo las entrañas del tren. Me quedé sentada en el suelo, el metro paró pero nadie bajo ni subió y siguió su camino hacia la siguiente estación, nadie se había percatado de que en el suelo de la estación había una chica sentada con la cara llena de sangre, la camiseta desgarrada y múltiples arañazos en los brazos, era como si en aquel instante el mundo se hubiera fraccionado en dos realidades muy distintas, la de la estación de tren y la suya junto a la de aquel hombre que ahora aparecía descuartizado y aplastado entre las vías.

Lloré, me tumbé en el suelo y miré con miedo hacía el hueco que dejaban las vías. No sabía que hacer, por un momento pensé en limpiarme la cara y marcharme como si no hubiera pasado nada, también podía llamar a la policía y explicarles qué había pasado, pero quizás no me creerían, era una historia demasiado rocambolesca y además con mi expediente médico era como meterse en la boca del león. Lo que no podía hacer era dejar el cuerpo allí, alguien lo vería y llamaría a la policía, entonces la noticia llegaría a la prensa y todo el mundo se enteraría de lo ocurrido, mis huellas aparecerían en el cadáver y no habría escapatoria. Lo que hice a continuación no se me olvidará nunca.

Miré por toda la estación, extrañamente no había nadie, las obras del metro habían hecho que los vecinos no cogieran el transporte, pues días antes un socavón se había abierto a una parada de allí y había un miedo generalizado a que volviese a hundirse el techo. Junto a la cabina del revisor había unos sacos llenos de papeles; el basurero de la estación debía de habérselos olvidado. Los vacié y me los llevé junto a las vías. Mi reloj marcaba las 22:45pm, había pasado mucho tiempo desde que empujé a aquel hombre a las vías. El servicio de metro se interrumpía a las 23:00pm, así que solo tenia que esperar un cuarto de hora para tener la vía libre y así poder recoger el cadáver tranquilamente.

A las 23:00 pasó el último convoy y fue entonces cuando decidí bajar a las vías a recoger pedacito por pedacito del cuerpo mutilado de aquel desconocido que había intentado acabar con mi vida. El hierro de las vía todavía estaba caliente tras el paso del último tren, las piernas me temblaban y las luces de emergencia de la estación no me daban mucha visibilidad.
Todo estaba lleno de sangre y de vísceras quemadas. El olor a cuerpo chamuscado se había mezclado con el olor a metal y combustible de la estación e inundaba mis orificios nasales impidiéndome respirar correctamente. Comencé a introducir los pedacitos del desconocido en el primero de los sacos, el olor pestilente a sangre, venas y vísceras me hacía saltar incluso las lágrimas, el tacto de la carne me ponía los pelos de punta, y eso que todavía no había empezado con lo peor; una vez hube recogido todos los pedacitos que pude, cerré el saco y lo subí al andén. Me dispuse a recoger los pedazos más grandes, los que más asco me producían y los que peor olían. Un pie, un dedo, incluso una parte de sus genitales, todo aplastado, quemado, explosionado al contacto con el tren; pero lo más asqueroso vino cuando tuve que recopilar los pedazos de su cráneo, los trocitos de cerebro se pegaban entre mis dedos como si estuvieran cubiertos de pegamento; escalofríos recorrían mi cuerpo, bocanadas de aire contaminado de sangre llenaban mis pulmones generando arcadas de dolor e incertidumbre. Me agaché con impotencia para recoger a puñados todo lo que mi mano pudiese abarcar; el vómito recorría mi laringe y vio la luz 2 o 3 veces seguidas. Una vez tuve todas las partes de aquel muñeco roto en el saco lo subí junto al otro. Ya tenía todo bajo control, o eso creía, porque ahora lo más difícil iba a ser decidir dónde escondía aquellos dos sacos llenos de vísceras humanas. La sangre seguía cubriendo aquel trozo de vía pero nadie vería ya el cuerpo descuartizado de aquel hombre, todos pensarían que pudiera tratarse de un animal que había caído a las vías, si, un animal.

Salí de la estación, no había ni un alma, todo estaba en silencio, hacía mucho frío y la gente se refugiaba en sus casas esperando una jornada más de trabajo. Arrastraba los dos sacos como podía, el miedo hacía que fuera todo lo ligera que podía ser. Nadie me vio y si alguien lo hizo no me dijo nada. Llegué a mi piso y me tiré en el suelo a llorar desconsolada, qué podía hacer, tenía un buen marrón, había asesinado a una persona, aunque esa persona había querido asesinarme a mi, no era un asesinato en toda regla, pero yo era la culpable y nada me exculpaba. ¿Dónde podía esconder aquel cuerpo para que no fuera encontrado jamás? El olor de la carne putrefacta lo inundaba todo. No sé ni cómo pude conciliar el sueño, sería por el cansancio. Me desperté e imaginé que todo lo ocurrido la noche anterior había sido una pesadilla, pero el olor que exhalaban los sacos que había en el comedor me devolvió a la más cruda realidad; no había sido una pesadilla, era una realidad.


Llamé al trabajo y le dije a mi adjunto que no iba a ir esa mañana, que no me encontraba muy bien, que me tomaba un día de fiesta para poder descansar del agobio de toda la semana. Me senté en el sofá con los ojos irritados, sin parar de fumar, hinchada de pastillas, estuve a punto de llamar al doctor Ibáñez, pero no, no era una buena idea, tenía que solucionar todo este tema yo solita, no iba a involucrar a nadie. Me puse a pensar, dónde podía esconderlo para que nadie lo viera jamás.

Se me ocurrió una idea estupenda; mi abuelo nos había dejado a mi hermano y a mi una cabaña en la montaña, aislada de toda civilización, la cabaña tenía un sótano donde mi hermano y yo nos escondíamos para jugar al escondite, sí, era una buena idea, allí no lo encontraría nadie. Mi hermano hacía tiempo que no iba, tenía mucho trabajo y no tenía tiempo libre como para ir a pasar unos días de relax a la cabaña del abuelo, como aquel que dice, la cabaña era de mi propiedad, pues yo si que había ido alguna vez a relajarme y a aislarme de la civilización.

Saqué el coche del garaje, subí los sacos como pude pues el olor era lo peor que había olido nunca. Al llegar a la cabaña del abuelo me invadieron numerosos recuerdos de infancia y de juventud. No me hubiera gustado tener que esconder aquel secreto entre esas cuatro paredes pero no me quedaba más remedio; todas las demás opciones no eran lícitas y en todas corría el riesgo de ser descubierta. Dejé el cuerpo, o lo que quedaba de él, en el coche y me dispuse a entrar en la cabaña, todo estaba tal y como lo recordaba; me di una vuelta por sus alrededores y respiré el aire puro de la montaña que tanto añoraba. Al pasar por la parte trasera de la cabaña, donde mi abuelo guardaba sus utensilios de labranza me percaté de que había un cofre enorme, una caja de madera. Era perfecta para esconder los sacos, pues no podía dejar los sacos tal y como estaban, necesitaba un recipiente donde arrojarlos y así ocultarlos mejor.

Saqué los sacos del coche y los arrojé dentro de la caja de madera, la cerré y como pude la bajé al sótano, la tapé con unas sábanas viejas y le puse encima numerosos cacharros que por allí había. Allí nunca sería descubierto el cuerpo y en el peor de los casos, si alguna vez el cuerpo fuera descubierto, ya sería pasto de los gusanos, pero esto nunca se me pasó por la cabeza. A partir de entonces mis visitas a la cabaña fueron constantes, todo permanecía en orden y la caja de madera se convirtió en mi mayor fetiche, la caja donde había guardado mis peores recuerdos, un pasaje de mi vida que no quería volver a recordar nunca. Lo más curioso fue que a partir de aquel precioso momento en que decidí meter el cadáver de aquel desconocido, el baúl se convirtió en el lugar donde fui introduciendo todo lo que no quería ver más…trastos olvidados, fotos, etc. Todo aquel amasijo de recuerdos fueron cubriendo el cuerpo putrefacto de aquel hombre que un día me quiso asesinar.


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