"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN ROJO PASIÓN

23 de enero de 2008



Era la hora del almuerzo y sus compañeros se preparaban para bajar al restaurante situado en los bajos del edificio donde trabajaban. Sin embargo él, prefería recorrer unas manzanas más allá del río Hudson e ir al restaurante que había descubierto por casualidad en uno de sus paseos otoñales por la ciudad de Nueva York. Una forma de desconectar de la oficina y de sus compañeros a los que soportaba por imperativos legales. Cuando llegó al restaurante indicó al camarero la mesa que utilizaba habitualmente: una pequeña mesita encajonada en un velador de cara a la zona de fumadores desde donde podía observar a su extraño personaje. No tuvo problema y se sentó en su sitio habitual. Comprobó que su extraño se hallara también un su sitio, pero éste se hallaba vacío. Miró el reloj y confirmó que era la hora habitual por lo que el humo el humo de un cigarro pensó que el hombre no tardaría en llegar.
Tres meses antes cuando descubrió el restaurante-picola Italia- llamó su atención un individuo sentado frente a él, en la zona de fumadores, exhalando el humo de un cigarro habano y mirando hacia él. Sus miradas se cruzaron durante unos largos instantes seduciéndole el magnetismo de sus ojos posados sobre los suyos. Irresistibles, pensó.
Se estremeció dando un respingo cuando el camarero lo sorprendió cavilando en sus pensamientos y le preguntó si había elegido el menú. Sí había decidido, casi al mismo tiempo que el extraño tomaba asiento en su mesa habitual.
Sentía un irrefrenable deseo de acercarse a él, de insinuarle compartir mesa, de entablar conversación que rompiera la rutina de cruzar solo miradas, y de eliminar la distancia que los separaba; pero al mismo tiempo, algo en su interior lo prevenía de lo absurdo de la situación.¿ Qué le diría a un desconocido?. Oiga: ¿puedo sentarme con usted y compartir mesa?. Lo he observado durante tres meses y es hora de que confrarternicemos. No, no podía actuar de esa manera tan infantil, debería buscar un pretexto verosímil, un acercamiento premeditado y fortuito.
La hora del almuerzo había concluido y debía reincorporarse a su trabajo. Pidió la cuenta, pagó y abandonó el local con la misma frustración con que la abandonaba cada día, pero con propósito de enmienda.
Esta vez tomaría la iniciativa.
Tras finalizar su jornada en el despacho, se encaminó de nuevo hacia la ¨"piccola italia" dispuesto a realizar las averiguaciones que fueran necesarias a través del camarero que solía atenderle con asiduidad. Llegó sobre las 17:22h., cuando se iniciaba el arreglo de las mesas para la cena y los oficinistas se agolpaban sobre la barra en demanda de una cerveza que les reconfortara antes de llegar a casa. Buscó al camarero de aspecto latino, -Miguel, creía recordar que se llamaba-, y le sometió a un interrogatorio de tercer grado sobre el extraño que le perturbaba el alma.
Un poco confuso, Miguel, contestó, que aquél hombre al igual que él, era cliente habitual del local, siempre comía a la misma hora, en la misma mesa, y apenas entablaba conversación con nadie a excepción de los camareros y de forma muy escueta. Pero creía recordar que alguien había comentado que el extraño era escritor de novela negra y vivía en el Bronx.
Cuando se disponía a dar por terminado el interrogatorio, el camarero lo sorprendió sacando un pequeño sobre dirigido a él de parte del escritor de novela negra. La sorpresa se reflejó en su rostro. No lo esperaba, una nota dirigida a él, ¿cuándo se la habría entregado al camarero? Esa misma mañana. Tal vez.

Se despidió del camarero y salió guardando el sobre en el bolsillo interior de su abrigo.
Anduvo bajo el cielo estrellado de la ciudad. Le pareció que las estrellas rivalizaban en brillo con el oro, que los rascacielos se estiraban para rozar el firmamento y que las calles iluminaban más que de costumbre. Tal era su estado de ánimo: de euforia descontrolada, que una excitación libidinosa se apoderó de él. Sintió el deseo de poseerlo, de dominarlo, de hacerlo suyo hasta la extenuación. Se imaginaba que en caso de que opusiera resistencia lo sometería a una lucha desenfrenada – como los gladiadores en el circo romano- hasta vulnerar todas sus resistencias y poderlo someter a todos sus deseos. La excitación aumentaba apoderándose de su conciencia. La obsesión por el escritor de novela negra hacía sucumbir su voluntad hacia delirios eróticos con el extraño. Al llegar al apartamento se despojó del sombrero, se quitó el abrigo – no sin antes coger la nota que se hallaba en su interior- y se acomodó en el sofá dispuesto a resolver el misterio. El corazón le latía con fuerza, bombeaba desenfrenado, al borde de una taquicardia, cuando procedió a leer la nota que contenía aquél sobre diminuto. Una sola línea contenía el papel: "te espero a las diez en la puerta principal del Madison Square". No había firma.
Tras leerlo, le asaltó una duda: ¿sería el escritor de novela negra quien le había escrito la nota?, o acaso una obra capciosa del camarero al ser interrogado con tanto interés acerca del extraño. Decidió atribuírsela al escritor de novela negra más por deseo que por convicción.
Se dirigió hacia el dormitorio principal, sobre la cómoda se hallaba una pequeña caja de nácar negro donde guardaba todos sus recuerdos. La abrió intentando recordar cuando había sido la última vez que la había abierto e introdujo, como un tesoro más, la escasa epístola.
Aún quedaba más de una hora para la cita con el extraño. Decidió oxigenarse paseando por una ciudad que no dormía nunca.
De camino hacia el Madison, decidió convertirse en protagonista argumental de alguna novela del escritor de novela negra, de su escritor. Así se imaginó protagonizando horrendos asesinatos en serie, descuartizando cuerpos deformes y utilizándolos como alimentos con que obsequiar a sus compañeros de oficina en alguna celebración; -una imitación burda del silencio de los corderos- le repudió la escena que había concebido en su mente y se retractó, él sería el honrado detective que investiga y escarmienta a los asesinos, el brazo ejecutor de la ley. En sus atribulaciones no reparó que se hallaba frente al estilizado edificio multiusos de Nueva York. Miró a su alrededor buscando entre el escaso personal que merodeaba al escritor de novela negra. No lo vio. Comprobó la hora en su reloj de pulsera- pasaban cinco minutos de las diez- decidió esperar sentado en las escalinatas del edificio. Pasaba el tiempo y no aparecía nadie. Miraba a un lado y a otro, y nada, ni rastro de a su hombre. Pasadas las doce decidió marcharse. Decepcionado y deprimido. La nota ha sido una invención de Miguel, pensó; una burla. Decidió adentrarse por un pasaje estrecho que desembocaba a una boca del metro. El pasaje estaba mal iluminado y el paso lo obstaculizaban grandes cubos de basura que servían de entretenimiento a gatos callejeros. Cuando faltaban sólo unos pasos para acceder a la boca del metro sintió cómo alguien a su espalda le asestaba un duro golpe en la nuca haciéndole perder el equilibrio y caer al suelo. Sin tiempo para poderse levantar, las patadas propinadas por el desconocido lo postran sobre el asfalto, aún así intenta enderezarse sin éxito. El cuerpo dolorido intenta un último esfuerzo de levantarse, cuando al fin lo consigue contempla con estupor cómo su escritor de novela negra empuña un arma blanca: un enorme cuchillo- que dirige inclementemente hacía su corazón. Sin piedad perfora el órgano estallando la sangre a borbotones y abnegando los cubos de basura. Todo es muy rápido. La oscuridad lo cubre todo, su vista se pierde entre las tinieblas y el sentido a punto de desfallecer
Capta unas palabras apenas audibles: "Está en mi naturaleza".
Cae desfallecido y muerto ante su escritor de novela negra y el corazón se desangra.

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