"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN NEGRO ÍNDIGO

23 de enero de 2008


Aquella era la caja, en la que estos últimos días, había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que debían ser olvidados. Era una caja pequeña, de madera, con un pequeño dragón grabado en el cierre. La encantaba esa caja. La había adquirido tiempo atrás en una pequeña tienda que en la actualidad ya ni existía. Una de esas tiendas en las que se encuentran cosas únicas, antiguas, si uno sabe remover bien el polvo. Una de esas tiendas que tanto la gustaban.

Ahí mantenía todo lo que no debía encontrar. Sin embargo, a pesar de que ella era algo desordenada, se había preocupado de guardar todo aquello. En lugar de haberlo tirado, lo había colocado cuidadosamente en aquella cajita, donde tarde o temprano sabía que volvería a encontrarlo.

Miró a su alrededor. El mobiliario idéntico al de cualquier otra habitación de motel barato la devolvió la mirada. La horrorizaba la posibilidad de morir allí. Como cualquier ser humano repetido. Día tras día cientos de personas pasan un espacio temporal de su vida en una habitación no muy diferente a esa. Incluso en esa misma. Y al día siguiente todo rastro de esas personas ha desaparecido. Los restos en las sábanas, las toallas en el suelo, el vaso de agua sin plástico precintado, el cenicero rebosante de colillas.

En cambio, era el escenario perfecto para su propósito. Si todo salía bien. Se merecía agonizar allí. Si ella estaba segura de algo, sin duda alguna era de eso.

Sentada en una butaca de color ya indefinido por el uso, repasaba todos sus errores. Cuando lo conoció, ella se encontraba vulnerable. Puede que incluso algo desesperada por encontrar a esa persona especial, esa que le hiciera volver a creer en el amor. Y él, desde lejos, sin conocerla de nada, había conseguido más que ningún otro.

Abrió la caja. Allí estaban sus fotos. En su cartera guardaba algunas más recientes. Él se preocupaba mucho por su aspecto. Cuando lo conoció era moreno, con unas cejas finas y bien definidas que enmarcaban unos grandes ojos verdes. La boca en su justa medida, los labios gruesos. La cara ovalada. Lo que la había fascinado era su mirada. Denotaba una gran seguridad en sí mismo. Vaya que si la tenía.

En la foto sonreía. Una sonrisa postiza, que mostraba una dentadura perfecta. ¿Cómo podía ella haber tenido tanta suerte? Desde luego él era perfecto, sus sueños eran perfectos, su vida empezaba a ser perfecta. Al fin y al cabo, todos merecemos ser felices.

Notó que el cuarto se estaba oscureciendo. La colcha de color verde oliva comenzaba a mezclarse con el entorno. A duras penas podía definir su contorno. Eso la convenía. Echó un vistazo al reloj. Marcaba las 17:22. No quedaba mucho.

Se había informado bien. Sabía dónde trabajaba. Qué hacía ahora. Cuáles eran sus nuevos hobbies. A quién estaba rondando.

Sintió su cuerpo en tensión. Repentinamente había empezado a mover la pierna con impaciencia. Eso no estaba bien, un cazador siempre está en posición de superioridad a su presa. Sobre todo cuando la presa no sabe que lo es.

Echó un vistazo a la nueva foto que llevaba en su cartera. Pelo rubio, ojos azules (posiblemente lentillas). El resto de su cara no había podido ser modificada, si bien ahora se le veía un poco más moreno. Seguía dedicándose a los negocios. Y pasaba mucho tiempo fuera de casa, como entonces, sin ver a su ahora nueva esposa.

No la había costado gran esfuerzo seguirle hasta el motel. Ni tampoco alquilar la habitación de al lado. Las paredes de papel la hicieron saber a qué hora regresaría. Eso la daba el margen suficiente para prepararse.
Aguarda atenta junto a la puerta, minutos que parecen horas. El cuchillo en una mano, el cloroformo en la otra. Unos pasos en el pasillo casi la hacen abrir la puerta y salir precipitadamente. Hubiese sido un error, los pasos continúan hasta perderse. Transcurren más minutos, y está a punto de echarse atrás. Tampoco merece la pena, y en el fondo no sabe si será capaz de hacerlo. O no quiere saberlo.

Nuevos pasos llegan desde el otro lado del pasillo. Coge el cuchillo con fuerza, y abre un milímetro la puerta de su habitación. La luz del pasillo casi la ciega, pero no lo suficiente como para que pueda verlo. Allí está él, dirigiéndose a su habitación. El corazón la late con fuerza y el mango del cuchillo casi la hace daño en la mano. Echa bastante cloroformo en un pañuelo.

Apenas oye la llave en la cerradura sale de su habitación y se asegura de que no hay nadie más en el pasillo. Él ni siquiera se ha fijado en ella, y si lo ha hecho parece que no la ha reconocido. Se coloca rápidamente detrás de él. El mango del cuchillo en la cabeza, aunque el golpe no es lo suficientemente fuerte. Vuelve a golpearlo, y casi se corta a ella misma. Está nerviosa, no puede negarlo. Cubre su boca y nariz con el pañuelo, y deja que el cloroformo haga su trabajo. Él no puede evitarlo, está atontado por los golpes.

Cae al suelo, y ella lo coge por los pies y lo arrastra hasta su habitación. Esa habitación repetida, idéntica a la de cualquier lugar. Ahí quiere que ocurra. Donde mañana entrará otra persona repetida. Y nadie se acordará de él. Nadie excepto ella.

Lo mira mientras permanece inconsciente, y no puede evitar sentir algo. Aún lo quiere. Ha llegado hasta ahí, y resulta que aún lo quiere. ¿La quería él cuándo la abandonó? ¿Le importó acaso la situación en la que ella se quedaría? No, no, no. Había roto su promesa. Esa que se hace cuando dos personas se prometen estar siempre juntos. Cuando se prometen amor eterno. Amor eterno mientras dura.

Parece que ha pasado más tiempo del que debía, porque él comienza a balbucear. Debe dejarse de tonterías. Coge el cuchillo, y sin más dilación lo hunde sobre su pecho. Justo en ese momento él abre los ojos. Y la mira, sabiendo quién es. No la había reconocido antes, pero ahora sabe quién es.

Ahora por fin podrá olvidar su cara. Un tiempo al menos. Aunque siempre la quedarán sus fotos.

Y lo apuñala, una vez tras otra, hasta que el suelo queda teñido de rojo. Sólo para cuando empieza a sentirse agotada por el esfuerzo. Y sonríe. ¿Quién tiene el corazón roto ahora? ¿Quién?

¿Quién?...

Abre los ojos y mira a su alrededor. El mobiliario idéntico al de cualquier otra habitación de motel barato la devuelve la mirada. Se ha quedado dormida. La había pasado lo mismo las últimas dos veces. Se está volviendo descuidada. La caja se le ha caído al suelo. Todas las fotos desparramadas. Todas aquellas caras que la miran en sueños. Todas la miran ahora desde la alfombra.

Echa un vistazo al reloj, que marca las 17:22. No queda mucho. Nunca queda mucho.

2 comentarios:

vomiton dijo...

la duda que queda es si era su ex o la asesina en serie de moteles. está guay!

Anónimo dijo...

muchas gracias! de eso se trataba, de crear una pequeña duda ^^