"Zombies/no-muertos" de VERDE MADURO

6 de abril de 2010

Andaba por la calle concurrida de la ciudad. Todos corrían: turistas buscando un lugar para aposentarse, después del día de visitas por los monumentos de atracción turística, gente haciendo compras de última hora, otros, terminada la jornada laboral, volvían a casa y reencontrarse con los suyos; Ella no corría, iba a cámara lenta comparado con el resto.
La gente no se preocupaba de su alrededor ni de si faltaban al respeto a algún otro transeúnte. Todos estaban pendientes de sus cosas y nada más había cabida en sus cabezas. Ella tenía un objetivo, pero no fijaba el recorrido para llegar. Pasaba entre la gente desapercibida, esquivando y escabulléndose entre todo ese bullicio en constante movimiento.
Una sombra pasó por delante de sus ojos como un rayo cayendo del cielo en plena tormenta. Luego sus ojos vieron el cielo con sus nubes teñidas de sangre del tardío sol y finalmente la oscuridad propia de la negra noche.

Una sola oscura iluminada por escasas antorchas proyectando espectrales y alargadas sombras en el suelo de tierra y las paredes de mármol trabajado al estilo de los antiguos. Era ancha y de alto techo. Estaba ocupada por varias figuras vestidas de túnica negra con capucha, cubriéndoles la cabeza y bañando el rostro por las sombras, y Ella.
Estaba tumbada en un altar de mármol –igual que el de las paredes–, atada por las extremidades con pesadas argollas de hierro oxidado. Se despertó cansada y como si su cuerpo arrastrara una gran resaca. Intentó moverse, pero su cuerpo no correspondía a sus órdenes, se sentía pesada y entumecida.
Se hallaba a su lado una persona que recitaba algo en un idioma desconocido y que todos los demás a su espalda, también, recitaban a coro como poseídos; por inercia.
Del grupo se separó una figura. Su forma de andar le recordaba a como andaban los zombis de las películas. Se detuvo justo al lado de Ella y después de escuchar unas palabras del otro, levantó un puñal trabajado con oro y pedrería roja en la empuñadura.
Sintió el frío del hierro en su abdomen desnudo y un pinchazo. Notó como la afilada punta del puñal subía por su abdomen, vientre, cuello… y se detuvo en la garganta. Quería moverse y salir corriendo, pero se movía tan poco que ni los grilletes resonaban al moverse. Tragó saliva. El puñal seguía quieto hasta que con un rápido movimiento se deslizó por esa blanquecina piel provocando un pequeño corte del que empezó a brotar sangre rápidamente.
Lo siguiente pasó demasiado rápido para la simple vista del ojo humano y Ella sólo supo articular la boca para gritar, pero no salió ningún sonido: Ambas figuras se inclinaron encima de ella. Sonrieron ampliamente, dejando ver la blanquecina dentadura. Los dos personajes misteriosos, cada uno, se abalanzaron sobre la chica, clavando los dientes en la herida que le había producido el puñal. Largos segundos después, Ella perdió el conocimiento.

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