"DETECTIVES" de MALVA MITÓMANO

14 de diciembre de 2012


Todo indicaba que debía encontrar al sospechoso de un asesinato. Lo supo en el instante que se paro delante del departamento número siete del edificio La Momé en el barrio de Montmartre, en París. Un barrio famoso por sus artistas callejeros, sus damas coloreadas de vulgares tonos pasteles y la abundancia de sus crímenes pasionales. Y este declaraba abiertamente ser uno más de ellos. Era momento de trabajar.

En cuanto Anton Paget entró al viejo departamento, dos policías y la vecina presentes voltearon al primer crujido de la madera bajo su pie. El detective Paget era un hombre alto y delgado, y la gabardina café que llevaba puesta, no disimulaba su estatura. De ojos agudos y ojerosos, cabellos negro azabache perfectamente peinados hacia atrás y una fuerte nariz curveada, era aún muy joven para la fama de genio de la deducción que ya había hecho. Sin un solo caso falto de resolución, era bien conocido por esto y por abusar del terrible vicio de morderse la uña de su pulgar cuando comenzaba a analizar un crimen.

Anton escuchó las declaraciones de la vieja comadrona del departamento nueve, una mujer descuida, floja de carnes y mal pintada, que seguramente usaba ligeras faldas y tacones en su juventud. Habló de cómo su vecino era un pintor fracasado, sin alguna clase de talento que ella pudiese apreciar, y con demasiados amigos que pasaban días enteros encerrados con él. - Una lástima en verdad, era un jovencito muy bien parecido – dijo la autodenominada Madame Colette.

Dijo no escuchar nada durante la noche más que el disco de Maurice Chevalier que ponía al menos una vez cada noche, antes de dormir. Le extrañó que el disco siguiese sonando a la mañana siguiente sin descanso y cuando ya habían sido demasiadas horas sin que nadie le abriera la puerta, Madame Colette llamó a la policía. Después de su declaración y de que le preguntara a Anton si era casado, el detective sonrió y se excusó diciendo que debía continuar con la investigación. Mujer simplona, su rostro no reflejaba mas que rancia pasión, no era necesario preguntarle nada más.

Los policías asignados al caso no eran mas que unos novatos. Siguieron al detective como polluelos asustados hacia una habitación cerrada, donde una delgada línea de sangre fresca empezaba a escurrirse por debajo de la puerta y delataba lo que escondía. Anton abrió la puerta de tajo. Madame Colette se llevó la mano a la boca y calló de rodillas mientras ahogaba un grito en torpes y agudos balbuceos. Los policías palidecieron y el pulgar del detective encontró sus dientes; era ya una mera costumbre.

Paris sera tojours Paris” sonaba en la voz de Chevalier a través de un viejo tocadiscos. El artista acostado con las piernas hacia la cabecera de su cama. Su rubia cabeza colgaba de esta, exhibiendo un cuello cortado de extremo a extremo por una navaja de afeitar, la cual yacía cerca de la mano su acompañante; una bella mujer aunque ya palidecida por la muerte, que amorosamente tenía su rojiza cabellera sobre su pecho, ambos desnudos en un romántico momento interrumpido por el carmesí de su sangre. Anton dejó que su suela rompiera con el perfecto charco rojo que decoraba ahora la madera de la recámara. Un ramo de florecillas era el único adorno que permanecía intacto sobe una mesa olvidada en un rincón de la habotación

- El rostro del varón tiene los ojos cerrados, pero su quijada denota su sorpresa y su miedo - empezó a explicar a sus temerosos acompañantes mientras señalaba el rostro del infeliz artista. - Sin duda este hombre fue asesinado mientras dormía. En cuanto a ella.- el detective interrumpió sus palabras mientras contemplaba el fino rostro de la mujer.No parecía haber sufrido en lo más mínimo. Aguzó los ojos y sólo la observó por un momento antes de señalar un vaso en la orilla de la cama, parte de su borde con la misma forma y del mismo color que el colorete de los femeninos labios. - Caballeros, parece que tenemos una asesina y una víctima en esta señorita - Levantó el vaso sin temor y lo olfateó para confirmar lo que ya sabía. - Cicuta. En una hora, su sueño se convirtió en su muerte. Adivino que nuestra joven dama descubrió algo que no le gustó del caballero. Esperó a que durmiera y con su navaja de afeitar lo degolló. Vean la línea de corte- dijo señalando el cuello del pintor. - No fue la mano de un experto, fue un corte dudoso pero efectivo.- Anton se alejó de la cama y miró a través de la ventana. El sol de mediodía empezaba a ser violento. Más valía terminar pronto. - Él muere desangrado, ella sabía que lo lamentaría y se preparó su propia muerte con una infusión de cicuta. Al sentir sus piernas débiles, ella se acuesta y abraza por última vez a su amado. No comprendo a los parisinos y su romance.-

Después de esperar y repetir sus descripción ante un recién llegado médico forense, de recibir un par elogios por su veloz y acertada deducción y de besar la mano de la ahora muda Madame Colette, Anton Paget dejó el edificio La Momé, canturreando “Paris sera tojours Paris”.
Una vez en la calle, pasó delante de una florería y pidió un ramo de narcisos. - Usted debe ser un hombre enamorado monsieur Paget. Mi esposa me dijo de las flores que compró anoche- Anton sonrió - Se equivoca caballero. son para varios amigos míos. Y su esposa olvidó decirle que olvidé pagarle. ¿Cuánto por estas? - dijo mientras tocaba gentilmente una ramillete florecillas blancas -Cicuta monsieur. Crecen salvajes cerca del camino a Rouen. Esas se las regalo. -


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