"ANIMAL" de GRIS CENIZA

16 de octubre de 2012


Los cuentos de Kirinek






Kirinek se miró en el espejo y sus largas orejas se agitaron en un gesto de aprobación. El bigote seguía tieso y caprichoso, pero el resto de su pelo se veía limpio y bien peinado. Se puso el sombreo de copa y se sintió satisfecho; su propia visión le proporcionaba seguridad en si mismo. Sonrió y aparecieron sus colmillos. Rebuscó en el chaleco con su zarpa y sacó el reloj de bolsillo. ¡Ah, por fin era la hora!
De la estantería cogió un viejo libro y la pequeña piedra que guardaba junto a él. Dibujó, en la pared más despejada de la cueva-casa, el contorno de una puerta rascando con la piedra, creando una melodía desafinada y áspera, de la que brotó un extraño pomo grabado con intrincadas enredaderas. Empujó la puerta hacia dentro y entró, y cuando aún no se había acostumbrado a la oscuridad se cerró la puerta tras suyo con un suave clic.
Tras tantear durante un instante la oscuridad, sus largas uñas encontraron una mesa, y sobre ésta una vela y una caja de cerillas. Un chispazo de luz, y poco a poco la vela fue iluminando el resto, la silla y la copa de cristal. El olor del fósforo le inundó el hocico, y le agradaba en gran manera, más aún cuando se trataba de aquella estancia de poderosa alquimia que tantos éxitos le estaba dando. Una vez sentado, abrió el libro y fue directo a uno de los cuentos, a aquel que no le gustaba el final y que pensaba reescribir. ¡Oh, que feliz se sentía! Todo aquel aprendizaje, todos los preparatorios y rituales que le habían proporcionado aquel don... Desde el momento en que cazaba los libros, y cuando la piedra cantaba sobre la pared, hasta que el olor de la cerilla le indicaba que estaba apunto de suceder. ¡Que nervios y que placer cada vez que usaba su nuevo poder! Tomó la copa de cristal y bebió de aquel espeso jugo, dulce y eléctrico a la vez. Entonces se lanzó corriendo contra la pared opuesta a la entrada...
Apareció corriendo en medio del bosque, cerca de una cabaña en la que, en la entrada, una niña asustada se cubría con una capa roja. Dejó atrás a la niña, que al verlo se encerró dentro, y se dirigió a toda prisa hacia la figura que había salido corriendo de la casa, persiguiendo también al objetivo de Kirinek.
El leñador tenía acorralado a su presa. Ésta, cubierta con un viejo camisón de seda amarillenta, se cubría los ojos asustada. Bajo el gorro de dormir asomaba un largo hocico, y apenas pudo mostrar sus dientes, ya que el poderosos leñador, empujado por su furia, tenía la pesada hacha alzada sobre su cabeza apunto de dar el golpe mortal.
Kirinek saltó a la desesperada, con el reloj de bolsillo en una de sus zarpas, y tocó con la otra a la presa justo antes de parar el reloj con una uña. Ambos desaparecieron, y el golpe asesino del leñador cayó con estrépito sobre las raíces de un árbol.

Un instante después, ambos aparecieron en el suelo de la habitación oscura, donde todavía olía a fósforo. Kirinek aspiró y pensó en la grandeza de lo que terminaba de hacer. He cambiado la historia, pensó, y le sonrió a la loba, dejando sus colmillos al descubierto.