"Carnaval" por Gris Ceniza

4 de marzo de 2009

CARNAVAL.


-Dime, ¿acaso vos sabéis donde está?
El rostro de ella, inexpresivo hasta el momento, empezó a dibujar una sonrisa. Sus ojos cobraron vida, y sus cejas se arquearon, de forma que su antifaz de largas plumas se balanceó como si aquel ser despertara por fin. Él le cogió la mano y repitió la pregunta, esta vez con un tono esperanzado.
La mirada de ella se convirtió en una risita, y luego en una burla que dejó paso a una atronadora carcajada impropia en una dama. Se contrajo su busto que amenazaba con escaparse del corpiño; su espalda se arqueó cada vez más; sus risotadas cada vez eran más altas... Él la miró horrorizado y se apartó cuando logró recuperar su mano de entre las de ella. Eso la hizo reír aun más, sus dientes perfectos enmarcando su locura. En cualquier momento podría caerse de la silla de barroco tapizado y continuaría riéndose desde el suelo sin inmutarse.
Él se gira y queda frente a un espejo en la pared. Se ve el rostro, ahora ya sabe q él soy yo.

Voy tomando consciencia de dónde estoy: es una fiesta de carnaval donde todo el mundo va disfrazado con una estética veneciana que asusta por su realismo. Los sofás, las sillas, los espejos... todos los muebles son perfectos, bellos y recargados en exceso. Hay algo más que en un primer vistazo no logro captar, pero poco a poco va tomando forma en mi consciencia: aparte de mí, solo hay mujeres en la inmensa estancia, y además, a pesar de los antifaces, creo que las conozco. Me mareo, no me siento bien. Las escenas de caza colgadas en las paredes empiezan a girar, los muebles y el suelo también. Lo que me hace pensar que quizás el punto de vista no es el correcto; el que gira soy yo. Giro y giro cada vez más deprisa. Veo la brillante lámpara de cristal del techo alejarse más de mí. Y luego oscuridad.

Las escucho cuchichear. Intento abrir los ojos, y mientras se aclara mi vista, sus vocecillas siguen ahí. Las tenía a mi alrededor, sus rostros casi encima mío, observándome. Tengo tiempo de verlas salir corriendo entre risitas, y vuelve cada una a su sitio, esparciéndose por toda la amplia habitación.

Mi mirada tropieza con unos ojos redondísimos, enmarcados por grandes bucles de pelo marrón. Se quién es ella, pero la olvidé hace tanto... No lleva máscara, y su delgada figura parece ceñida a una sedosa tela verde llena de filigranas plateadas que se recrean en sus redondos y firmes pechos. No pienso acercarme a ella.

Cerca, sentada en una silla baja y sin respaldo, me mira un instante demasiado breve una rubia de pelo liso por debajo de las orejas. Tiene las piernas muy separadas, y unas medias oscuras le cubren hasta medio muslo. No es que la falda sea tan corta, es que ella la mantiene doblada con una mano de forma provocativa. Nuestras miradas no se vuelven a encontrar.

En un rincón hay un antiguo piano. Es enorme, de color blanco, y tiene pintadas varias escenas de bailes de salón. Nadie lo toca, pero no deja de sonar una conocida melodía pícara, preludio de un himno feroz y vertiginoso. Apoyadas en el piano hay dos menudas jovencitas de pelo muy corto, una rubia y la otra morena. Me miran sin soltarse de su abrazo, sus rostros cerca uno del otro, como si fueran amantes. El antifaz les cubre la frente y parte de los ojos pero entiendo igualmente su lenguaje: "nosotras tenemos la respuesta". Primero la morena me llama menos la atención, pero cuando se aleja advierto toda su belleza, y me lastima no haberla visto antes. La rubia y sus ojos azules esconden algo en su espalda, detrás de una capa turquesa . No, no tenéis la respuesta, pienso, y entonces su rostro se descompone y aparece una mueca de furia, creo que ella grita, pero solo escucho la risas del resto del salón. Muestra la calavera que escondía. El hueco de los ojos también me mira, pero no se ríe. Recuerdo su consejo: "no preguntes, prueba". Me alejo, y pasa bastante lejos la calavera a modo de proyectil mientras ella sigue gritando cosas que no oigo. Ella no tenían la respuesta, ¿pero exactamente que busco?¿Una sola respuesta?¿Un porqué?

La joven que no deja de encender velas las deja todas en fila en el suelo; todas iguales pero todas distintas a la vez. Parece un chico; tan menuda y delgada, y el pelo corto es una selva de bucles negros. Incluso su disfraz es el de un hombre: un traje de color crema con decenas de botones en la chaqueta cruzada, un pantalón recto, y calcetines blancos hasta las rodillas. Aunque ella sonríe cuando la miro, a través de mi filtro solo veo tristeza. Me dice, sin hablar, que no tiene respuestas para mí, que lo siente, y sigue encendiendo velas.

Velas y su luz cálida; velas que se deshacen, cera caliente que chorrea.
La de los ojos ancianos me mira sentada en un trono que no se ve, oculto bajo su amplio vestido rojo. Una de sus versiones sigue siendo la más bella de todas, pero ya no existe. Su mirada son dos manos apretando mi pescuezo. Esa imagen es lo más parecido que he sentido a la respuesta que busco. Luego ella abre la boca y su rostro se transforma en la imagen de la estupidez. Ahora sus ojos me apuntan como si fueran dos arcos sin flechas, vacíos, donde no hay rencor, solo ausencia. Se reflejan las velas en su vacío, cálidas, abrasadoras con su cercanía. Ella se derrite. Empieza como si fueran lágrimas, trazando pequeños surcos en sus mejillas, se le agrandan las cuencas de los ojos, se le pegan las orejas al cuello hasta desaparecer, las paredes de la boca abierta se ensanchan, se derrumba hacia afuera como si fuera una catarata de cera caliente, se derrite entera. Los ojos terminan por caer, y rebotan sobre su regazo, que ya es practicamente un charco espeso. Desde allí me miran por última vez, y se funden ojos, vestido, pelo, carne y trono.

Vuelve el coro de risas; parece que todas las allí reunidas están conectadas de alguna manera. Se abrazan a si mismas, se doblan sobre sus estómagos,, miran al techo arqueando sus espaldas, sube la intensidad de sus carcajadas.
Me señalan con dedo acusador. Ellas ríen, y yo escucho voces: "¿la respuesta?¿la respuestaaaa?¿respuesssstaaaaassssss? Jajajaja. Se ríen de mí y pienso que me voy a desmayar porque todo me da vueltas.

Ella, la de la varita mágica y el disfraz con alas de avispa, se cubre la boca con la mano, casi avergonzada. Junta sus rodillas y deja sus manos ahí quietas, riendo con esperanza. Agita su varita y solo brotan mentiras (para mí), puertas (atrancadas), caminos (bifurcados). Luego intenta elevarse moviendo sus alas de avispa, pero resulta que están clavadas en la pared. Ruge y patalea, y yo comprendo que hay magias aun inaccesibles. La dejo a mis espaldas, llorando colgada en la pared, furiosa, mientras las otras ríen. La fiesta continúa, ellas brindan en grupitos reducidos (conspiran), y las risas inundan la estancia.

Sigo buscando y casi me choco con la del hielo en los ojos. Está tan cerca que palpo su furia, mientras las demás se van callando. El volcán de hielo se derrite, vierte lágrimas heladas. Todas en la habitación miran el suelo, sin querer mirar la escena, hurgan en sus bolsillos, se miran los pies, se rehuyen entre ellas. La varita chisporretea alocadamente, fuegos artificiales de colores sordos. Dudo, y no se de qué, ni de quién, ni porqué, pero dudo.
Respuestas, estoy aquí para encontrar una respuesta.

Y poco a poco, todas, sumergidas en la escurridiza luz de las velas, inician un llanto colectivo. De una en una sus miradas se dirigen hacia mí, los sollozos se convierten en un susurro corto, y se mezcla de nuevo con las risas de manera ascendente. Malditas risas. Se ríen de mí y de mi búsqueda, de mi respuesta, y yo también empiezo a llorar. Del llanto pasan a una catarsis de de carcajadas, una orgía de risas tristes.
Lo único que se me ocurre envuelto en mi pena, es desclavar las alas de la chica de la varita. Ella también reía con aire triunfal, pero al ver que me acerco desconfía, y su risa se va apagando. Enmudece a mi tacto, duda como yo, y una vez en el suelo se aparta con sus pies descalzos, e intenta reír de nuevo, pero no lo consigue. Sus ojos gritan que tiene miedo de mí.

Lo que me rodea es la risa de la locura, me culpa, me señala con dedos invisibles, y me asfixia con su hedor. Esta vez no me desmayaré, se que voy a morir, o peor aun, me volveré loco.
Respuestas, he venido aquí a por una respuesta. Ellas creen que la saben, que tienen una respuesta guardada como si fuera un secreto. Me la esconden, y se ríen de mí, porque tengo que pagar el precio de mi locura a través de la suya.
Respuestas, busco respuestas... Digan lo que digan, rían lo que rían, aunque me señalen con el dedo, aunque su locura me culpe y aunque yo culpe a mi locura.

Y ahora río. Río como si vomitara risas, sin principio ni fin. Las observo a todas ellas y se quedan mudas de asombro, horrorizadas, descompuestas sus facciones al no comprender que al fin he comprendido.
Respuestas. Buscaba respuestas y mi respuesta soy yo. ¡Yo!
Me río acariciando mi locura, sumergiéndome en mi respuesta, y ellas ya no existen, solo existo yo, yo y mi búsqueda.

Siempre tuve razón: la respuesta existe, ha existido junto a mi desde el principio.
Y entre risas solo consigo pronunciar: "en mi locura reside mi belleza".

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No esperaba menos de ti, gris ceniza, como siempre nos has dejado boquiabiertos ;)

Anónimo dijo...

uooo.. Parece q hay aguien q ha conseguido leerselo entero! jejje

GRACIASSS!!!!

Anónimo dijo...

siempre me los leo enteros

;)

vomiton dijo...

ufff, ufff...tiu, vaya viaje más trepidante. Me ha gustado mucho.


p.d.:"Ahora sus ojos me apuntan como si fueran dos arcos sin flechas, vacíos, donde no hay rencor, solo ausencia" molaaaa