Al cerrar los ojos
observa los cristales de los edificios más altos y sus reflejos
punzantes. Levanta la cara hacia el cielo siguiendo el rastro del
sol. Imagina posibles trayectorias, inventa parábolas imposibles. Si
lo que sospecha le produce alguna emoción su rostro no lo demuestra.
Calcula distancias y resuelve operaciones matemáticas. Ya tiene
algunas respuestas.
La luz del sol le distrae; le maravilla como
crea brillos en los escaparates y en los coches, y como recorta las
siluetas a contraluz de la gente en movimiento que abarrota la calle.
Las madres llevan a los niños de la mano y las parejas pasean
abrazadas. Nota cierta armonía en la escena. Casi le choca un hombre
que pasea a su perro pero, como el resto, pasa por delante de él sin
prestarle atención.
Se detiene un
segundo a estudiar sus facciones. Ciertamente son bastante parecidos
a él, con algunas diferencias evidentes, pero está seguro que este
será un buen sitio para los suyos. Permanece quieto viendo como
salen pequeños grupos de gente de todas las puertas posibles.
Despacio, como si despertara de un largo letargo, empieza a
distinguir un caos latente en la escena. Se muestran cosas extrañas
que antes solo aparecían esas décimas de segundo por el rabillo del
ojo. Fracciones de otra realidad. Lo que no ha descifrado en sus
pequeñas caras blancas se lo dicen ahora los coches abandonados de
cualquier manera en medio de la carretera, los comercios vacíos, las
puertas de las casas abiertas. Todos andan con lentitud, de un modo
cansino. No parecen asustados. No tienen prisa. Tampoco hablan entre
ellos. Solo miran hacia el frente, y un paso le sigue a otro
llevándoles siempre adelante. Espectros que van todos van en la
misma dirección, y terminan desapareciendo calle abajo, donde el
horizonte se convierte en una bola de luz cegadora. Una visión
extrasensorial del río de almas que abandonó la ciudad.
Cuando vuelve a
abrir los ojos ve la misma calle, pero esta vez está vacía y
oscura. Los coches abandonados siguen allí, piezas oxidadas en medio
de la nada, y en todas partes están presentes las profundas huellas
de los dientes de la rueda del paso del tiempo. Sabe que el sol murió
hace mucho, aunque él nunca llegó a verlo vivo, pero son las
complicadas conjunciones del espacio-tiempo las que les permitirán
vivir aquí durante algunos siglos. Los suyos sabían cuando iba a
suceder, y se adelantaron a la cuenta atrás para que no les cogiera
de camino. Prepararon su llegada hace mucho. Se deshicieron de los
nativos a distancia y se hicieron sitio aquí para poder sobrevivir.
Y ahora han llegado a el cascarón vacío de los restos del viejo
planeta Tierra abandonado.
"Estación del año eterna" de GRIS CENIZA
18 de mayo de 2012
Tema: Estación del año eterna
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
muy bien, paca. pero me lo tengo que volver a leer ;)
Eso es, una segunda lectura para leer entre lineas, o para entender algo!! jejee
Publicar un comentario