El te de las seis en punto.
Un día cualquiera en un viejo salón comedor de la zona norte de la ciudad, los señores Fritz tomaban te con su hija. El espacio rectangular alfombrado había visto tiempos mejores, la mesa de madera para 12 invitados había brillado por última vez el verano en que Penélope había cumplido 10 años, los brocados de los manteles habían perdido su tonalidad virginal y los enganches de las cortinas azul oscuro parecían haber adquirido la rigidez de de una escultura en equilibrio inestable.
No hablaban mucho. El matrimonio Fritz había perdido el tema de conversación cuando el negocio familiar quebró. Por un corto período de tiempo, la penuria avivó el parloteo, pues ya se sabe que el drama da mucho más juego que los temas felices, y más aún si es ajeno aunque en este caso era el propio. Pero llegados al punto en que no hubo más que discutir, la tienda cerró, despidieron a los criados y no se volvieron a dirigir la palabra. La señora F., de naturaleza cansada, odió secretamente a su marido por verse en la obligación de dar clases de francés a los niños de los alrededores y hacer arreglillos en las finas prendas de ropa de las señoras elegantes de la vecindad. El señor F. en cambio, que fue desde ayudante de panadero hasta repartidor de leche, nunca se quejó, pero perdió interés en prácticamente todo lo que no fuera llegar a su casa por la tarde a tiempo de leer el periódico tomando el te de las 6 en punto.
En semejante entorno, Penélope creció en silencio, estudió en su habitación en silencio y tomó el te en silencio, fue a la universidad lo más desapercibidamente posible y se convirtió en maestra, utilizando el menor número de palabras por clase que era capaz. Pasar inadvertido era más fácil de lo que parecía, generalmente las personas prefieren escucharse a si mismas y los niños a los que enseñaba eran lo suficientemente pequeños como para no cuestionarse sus métodos.
Pero llegó el día en que Penélope ahorró lo suficiente como para alquilar una pequeñísima casa en las afueras y alejarse por fin de la lúgubre existencia que había conocido hasta entonces.
Ese día en concreto en que se decidió a empaquetar sus pocas pertenencias, esperó al sagrado momento del te para decir adiós a aquellos extraños con los que compartía únicamente el apellido de procedencia alemana, abrió la boca para hablar pero no salió ningún sonido. Sintió sus cuerdas vocales vibrar, incluso el aire cálido rozar su lengua para intentar formar las palabras que tenía en mente, pero no las escuchó. ¿Se habría quedado sorda repentinamente? Lo intentó otra vez. La señora F. la miró con curiosidad.
* ¿A qué juegas? Vas a manchar de jabón la alfombra.
¿Jabón? ¿No le llamaba nada la atención una hija moviendo la boca sin decir palabra?
Ahora el que la miraba era su padre.
* Por dios Penélope, haz caso a tu madre y para con eso. Seguro que a tus alumnos les hace mucha gracia, pero este no es el momento ni el lugar.
Pero por más que lo intentaba, no conseguía decir nada. Se movía de un lado a otro de la habitación por puro nerviosismo, y en una de esas idas y venidas, mientras desoía las quejas de los Fritz, se vio reflejada en la puerta de cristal de la vitrina donde guardaban la vajilla fina. Si, aparentemente todo era normal, su melena negra, su vestido de manga larga y su boca abierta formando palabras, pero lo que salía de ella no era sonido invisible, sino burbujas o más bien pompas de jabón, grandes y pequeñas, en grupos o de una en una. Para entender el mecanismo de las pompas, recitó el poema “…Acuérdate de mi… cerca de mi tumba no pases, no, sin darme una oración, para mi alma no habrá mayor tortura que el saber que olvidaste mi dolor…”. Cuanto más larga era la frase, más pequeñas y juguetonas revoloteaban las pompas. Después de tres poemas, un par de canciones y el abecedario al revés, empezó a gritar. Gritó, gritó y gritó, y de su boca totalmente abierta salía una enorme y única burbuja que se hacía cada vez más grande, tanto como aire era capaz de soltar desde sus pulmones.
Sus pies se despegaron del suelo y ascendió. Dentro de la burbuja o ella misma era la burbuja, ni lo sabía ni le importaba, la sensación era de lo más agradable. Subió lentamente, muy poco a poco hasta desvanecerse haciendo pop contra el techo del salón y salpicar unas gotas de agua jabonosa.
La señora F. puso cara de horror intentando recordar dónde guardaba la fregona que ella misma tendría que pasar y se sirvió un poco más de te, mientras que el señor F. sacudió un poco el periódico, pasó la página salpicada y continuó leyendo en hoja seca.
"Surrealismo/Magia" de MAGENTA OBSTINADO
29 de julio de 2011
Tema: "Surrealismo/Magia"
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2 comentarios:
Genial!!! Tus textos siempre son un placer para mi, y nunca me defraudan. Gracias :)
A ti! Siempre me das ganas de escribir:)
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