"Amor pasional/amor racional" de VERDE ALMA

10 de octubre de 2011

Esa era la primera vez que tenía a una mujer entre sus piernas. Fue mágico y estremecedor. Sensual y atrevido.
Saboreó la pasión, lejos de lo que ella conocía como racionalidad.

Por la mañana se despiden, sus labios todavía tienen el sabor a sexo de la eterna noche. Se jura no verla nunca más, siempre ha sido cuidadosa con los temas del amor.
Nota una punción en el pecho, le falta aire, la ansiedad llena su estómago, se siente atrapada en un sinfín de imágenes y recuerdos inmediatos de esa misma habitación. Solo hace un rato que la sombra de esa mujer ha dejado un rastro de perfume a patchouli al salir por la puerta. En su cama yace algún cabello castaño largo de esa hada tan hermosa que ha acariciado su cuerpo.
Se mira en el espejo, sigue desnuda, su mano se balancea por sus pechos como una mariposa, baja suavemente por su vientre hasta llegar a su sexo, no puede evitar sentir la pasión de nuevo. Se asusta, piensa en ella, esa noche la ha amado.

Lucha con sus monstruos durante unos días, su mente es cuadriculada, nunca se sale de la línea, intenta ser cautelosa para no clavarse astillas en lo mas profundo de su cuerpo.
Deja la racionalidad a un lado, para pensar en ella de nuevo.
Decide abrir las puertas al amor, sea cual sea su cuerpo, su sexo. ¿Pues que es el amor sino mas que dos almas apasionadas pegadas a un mismo latir?

Coge el teléfono:
-Si?
- Noelia, eres tu?

"Amor pasional/amor racional" de NEGRO SOMBRA

No puedes entender que yo contigo me iría hasta el fin del mundo, que cada día que va pasando te quiero más. Y no sé si es por capricho porque ya no puedo estar a tu lado, pero lo que sí sé es que en estos tres años que he pasado sin ti no he podido superarlo… y no soporto verte cada día con ella. Cada hora de mi vida me arrepiento y me lamento de mi error, de no haber visto y cuidado lo que eres para mí…

¿Sabes?, en las películas los locos enamorados envían este tipo de cartas a sus amados, y al final todo sale bien para el protagonista y se nos da a entender que viven felices para siempre. Pero en la vida real es un esfuerzo inútil y lo único que conseguiría es perder hasta nuestra amistad. Seguiré conformándome con la vida feliz que he creado en mi imaginación, la vida de la que hablábamos cuando aún estábamos juntos.

Me temo que no volveré a encontrar el amor. Y aunque he conocido a hombres ideales, de ninguno me he podido enamorar, ni siquiera de esa forma simple de la que te enamoraste tú de ella: sin que te brillen los ojos cuando la miras, sin que te haga reír como te reías conmigo, sin que ella te quiera como yo te he querido. Es por ti que me veo incapaz de amar de nuevo o, mejor dicho, a otra persona. A todos los comparo contigo y no te llegan ni a la suela de tus zapatos. Eres perfecto, incluso con tus defectos.

Sólo me queda llorar el resto de los días por ti. En silencio. Cuando nadie me ve… Vagaré en mi eternidad siendo la viuda del amor…

"Amor pasional/amor racional" de GRIS CENIZA

Claudio cierra la oficina a las 20:05h, la misma hora de siempre. Hay poco trabajo y el jefe nunca está por las tardes, pero siente que es su deber aguantar sentado en su escritorio mirando el reloj hasta que dan las 20h, ni un minuto más ni uno menos. Además, las últimas horas de la tarde son su verdadero descanso: el jefe - que es el hijo de su jefe de toda la vida- se pasa el día humillándolo y faltándole al respeto, dándole papeleo y exigiéndole resultados que no están al alcance de la pequeña empresa. Se aburre mirando las cifras de los papeles. Le avergüenza decir lo poco que cobra al mes. Piensa en los impuestos, en lo cara que está la vida, lo poco que disfruta de su familia, las obligaciones, los problemas de salud que empieza a traerle la edad. Si pusiera empeño en odiar, odiaría su trabajo con todas sus fuerzas, pero ni se le pasa por la cabeza intentar cambiar nada. No mira más allá de su escritorio y su teléfono. No va con su personalidad levantar la voz y decir basta, ni alejarse de este infierno. Prefiere aguantar con los hombros caídos y la boca cerrada.
Es un hombre de costumbres antiguas que sobrevive a través de sus rutinas: el mismo trabajo de hace 31 años, la misma esposa, el mismo piso, los mismos regalos cada navidad...
Y hoy es jueves. Desde hace unos meses, los jueves ha desarrollado una nueva costumbre, un pequeño gesto de rebeldía: cuando cierra la puerta de la oficina se aleja sin mirar ni un segundo atrás, sin comprobar que la alarma está bien conectada, o si se ha dejado una luz encendida o algo va mal. Desafía sus rutinas. Rompe sus esquemas. Se sacude años de represión de encima. Y se siente libre como no se ha sentido en su vida.

Pero solo los jueves, porque para él son un día especial, tan especial que se desvía del camino de vuelta a casa, y unos minutos más tarde se detiene frente a un portal, llama a un timbre, e inmediatamente le abren sin contestar al interfono. Sube a pie para evitar tropezarse con alguien en el ascensor, y una vez en el 4º empuja la puerta abierta y entra.
El piso está prácticamente a oscuras, iluminado levemente el pasillo por la luz de velas que se escapa de la habitación más alejada.
Entra y allí está ella, como cada jueves, tumbada de espaldas sobre la cama, casi desnuda, la ropa interior de látex negro brillante y con complementos metálicos.
En la habitación no hay muebles, solo una austera mesita de noche, pero en las paredes hay colgados varios objetos destinados a la practica del sexo extremo: cadenas, látigos con púas, fustas, pinzas, esposas, vibradores de todos los tamaños...
Sin decir nada, él se desnuda y deja la ropa cuidadosamente colgada detrás de la puerta. Mira a su alrededor y su vista se detiene ella: entre las blancas nalgas, generosas y redondas, y los abundantes y desordenados muslos. Ve como el lubricante recién puesto resbala por su piel, y se acerca a la mujer, se sube en la cama y se coloca detrás de ella. Sin ningún tipo de preliminar ni caricia la penetra tal como está, de espaldas, sin verse las caras, aunque ve que ella lleva la misma máscara de todos los jueves, la que solo deja ver los labios, y que muestra medio rostro riendo y medio llorando.
Él empuja deprisa. Violentamente le tira del pelo hacia atrás, y al acercarse los labios se besan. Ella gime y él responde empujando más fuerte. Los viejos pendientes, una cruz cristiana de oro y cuarzo, se balancean como un péndulo que le hipnotiza. Ella esconde la cabeza y los pendientes bajo la almohada, y él presiona con fuerza sobre la cabeza. Se acercan al orgasmo juntos, y se vacían en una coreografía perfecta.
Tras un minuto de descanso se besan y ella sonríe. Siguen sin decirse ni una sola palabra, él se viste y se va.

Claudio, ahora con paso relajado, se para en el bar de los jueves. Se toma una caña en la barra y mira de reojo la televisión que hay en un rincón donde están dando noticias de deportes. Apenas le hace caso a lo que sucede a su alrededor; sigue pensando en el beso de despedida, en los pendientes balanceándose, y en la sonrisa de ella. Toma el último sorbo para ocultar la única sonrisa que tiene durante la semana y pide otra copa.
Unas voces le sobresaltan y le devuelven al mudo real, donde el camarero habla con los chicos de la recogida de basura sobre el mal tiempo que hace esta noche, y ellos se quejan del frío que se les ha metido en el cuerpo.
Claudio mira el reloj, que rápido pasa el tiempo, piensa. Van a dar las doce, así que paga y sale al fresco de la noche.

Cuando llega a casa la encuentra en silencio, su señora ya duerme. Las viejas baldosas se mueven bajo sus pies, y no sabe si le dan la bienvenida o si se quejan. No enciende luces para ahorrar, pero no la necesita, ya se ha acostumbrado a ver con la poca luz que entra por la galería. Le han dejado algo preparado para cenar, se lo come frío, de pie. Deja los platos en la cocina para que mañana los lave su mujer, y decide acostarse.
Tira la ropa sobre la butaca que lleva años con este único propósito y se mete en la cama. Mira a su mujer, que parece notarlo y se acomoda bajo las sábanas. Justo cuando va apagar la luz de la mesita de noche detiene su vista en el brillo de sus orejas. La rutina de los jueves, el único día en que ella no se quita los pendientes para dormir; esta vez las viejas cruces de oro y cuarzo. Apaga la luz, la abraza, y se duerme sonriendo, deseando que vuelva a ser jueves.

"Amor pasional/amor racional" de BLANCO HIELO

Una noche más, como siempre desde hace tantos años, me meto en la cama y me acurruco en mi lado izquierdo. En el derecho estás tú, desde hace ya un rato. Lo sé porque, aunque estoy, como siempre, de espaldas a ti, noto ese leve halo de energía que desprende tu presencia. Por eso y porque hace un rato te despediste. Menuda despedida: hasta mañana, desde el otro lado del pasillo. Nada de buenas noches, tampoco de que descanses, nada. Y de besos, claro, ni hablar. Hasta mañana, y allí me quedé, como un idiota junto a la puerta del salón. Tal vez te contesté hasta mañana mientras mi corazón se convertía en un charco.
Ahora me acuesto a tu lado, con cuidado para no despertarte, y lo mismo que desde hace mil y pico noches: no soy capaz de dormir. Con lo cansado que estaba. Con lo cansado que estaba de tus dimes y diretes, de tus ambigüedades, de que hoy parezca que sí y mañana que no, del olor de tu perfume inundando el pasillo, y sobre todo, de llevar años pensando que no sería capaz de aguantar esta situación ni un solo día más. Y aquí estoy otra noche, mirando la lámpara del techo por el rabillo del ojo, a través de la oscuridad de nuestra habitación, porque los ojos no se me cierran.
Te escucho respirar, pero no sé si duermes. Llevo todos estos años con la incertidumbre de si tú, al otro lado de la cama, de cara a la pared, descansas por la noche o te vuelves tan insomne como yo. Pero no soy capaz de darme la vuelta para comprobarlo, ni tampoco de preguntar, ya tan de madrugada. Para mí es más fácil imaginar que duermes, ajena a mi existencia y a mis tempestades; o bien que yo a ti también te desvelo, pero que lo llevas en silencio igual que yo, esperando que lo suponga.
Prefiero imaginar cada una de las posibilidades, o convencerme, según el día, de alguna de ellas en base tu forma de respirar o a la forma en que estás tumbada -esas pruebas inequívocas-, antes que averiguarlo por mí mismo. Porque a lo mejor no soportaría descubrir que llevo años en vela mientras tú duermes, enfrascada en tus sueños, sin reparar siquiera en que al otro lado de la cama había alguien. O tal vez, puestos a ser sinceros, si te pregunto, confiesas que tú tampoco eres capaz de dormir a mi lado, y me sugieres que me marche para siempre al cuarto de invitados, lejos de tus espiraciones pausadas y de tu cabello oscuro.
Y una noche más, en ese debate entre la incertidumbre asesina y el miedo a descubrir la verdad, al final se me desploman los párpados antes de decidir si hoy es el día de saltar al vacío y cortar el aire de la habitación con esa pregunta que cada noche se me quiere asomar a los labios: ¿duermes?.