"MEMORIA" de MAGENTA OBSTINADO

23 de enero de 2012

De noche, todo parece peor de lo que es

Tempus fugit – dice, y aprieta la almohada entre sus brazos – Ya vamos teniendo una edad. ¿Nunca piensas en ello?
Lo miro a contraluz por culpa de la lamparita de la mesilla de noche que dejó olvidada la inquilina anterior. Tiene destellos plateados salpicados por entre su pelo oscuro, barba de un par de semanas y aspecto de acabar de alcanzar la treintena, aunque tiene ya treinta y siete.
No – miento. No quiero añadir mis propias ansiedades a su preocupación, además de que intento parecer más fuerte de lo que en realidad soy.
Pues me parece importante hacerlo – se coloca boca arriba mirando fijamente al techo - Creo que algunas personas viven como si fuera a haber mañanas eternamente.
Ya es mañana. Son casi las tres de la madrugada…
Él ríe.
Otro mañana convertido en hoy, que cuando queramos darnos cuenta, será ayer.
Pero es diferente ahora. Tus treinta y siete hace cincuenta años, no son lo mismo que tus treinta y siete hoy. Hace cincuenta años haría casi veinte que tendrías hijos, un millón de preocupaciones y posiblemente un matrimonio comenzado demasiado pronto, con insatisfacciones básicas insuperables. Serías mucho más viejo, por dentro y por fuera. El egoísmo nos mantiene jóvenes.
Adiós a las cremas rejuvenecedoras y a los cirujanos plásticos…
Una cosa no quita la otra – me pongo de lado y apoyo la cabeza en la mano. Hace algo de frío en la habitación. – Hay que envejecer. Lo que pasa es que la juventud dura tanto ahora que cada vez es más difícil dejarla atrás.
Se queda pensativo un rato.
Puede que tengas razón. Sigue en la misma posición, no parece que vaya a apagar la luz y dormir por fin, aún con la hora que es.
Cuando era un niño, solía pensar en los cuarenta como una barrera. Quiero decir que pensaba “cuando sea viejo, cuando tenga cuarenta…” Y mírame, aquí estoy a punto de llegar a una marca que yo mismo puse hace tanto tiempo, y casi ni me he dado cuenta de lo rápido que ha pasado.
Me gustaría saber cómo tranquilizarlo, pero no se me ocurre nada adecuado que decir. Simplemente le hablo de mí.
Cuando yo era pequeña, recuerdo el momento exacto en que entendí el concepto de la muerte. Me sentí estafada, no podía creer que mis padres o yo misma, fuéramos a desaparecer algún día. Lloré, sintiendo el abandono de sus muertes. Después de aquello, pasé semanas despertándome por las noches por la angustia de saber que al morir, no volvería a reír. Fíjate qué tontería.
¿Cuántos años tenías?
No sé. Puede que siete u ocho. Recuerdo que mi padre se sentaba en mi cama y me explicaba que era demasiado pronto para pensar en esas cosas, y que la propia naturaleza humana me haría sentir el cansancio cuando fuera muy muy mayor, y para entonces ya no me importaría tanto. Desde entonces, procuro simplemente no pensar en ello.
¿Y lo crees de verdad? ¿Crees que querrás morir, que no te importará tanto?
Dudo un momento.
Supongo que muy en el fondo, no lo creo. Pero lo espero. Como una especie de consuelo particular.
Él dice algo más, sobre la noche y que todo parece peor con tanta calma y tiempo para pensar, pero no estoy escuchando. Ha empezado a sonar el teléfono de pronto y me levanto maquinalmente a cogerlo. Sí que le oigo decir “pero quién coño será a estas horas”. Pero por algún motivo, lo sé. Descuelgo sin decir nada y una voz llorosa dice, cariño, es papá…
Mi recuerdo vuela a aquellas noches sentado en mi cama hablando, y las palabras tempus fugit vuelven a mi mente como en un destello de inevitabilidad…

1 comentarios:

Gris Ceniza dijo...

El tiempo vuela, si.
Puede que con nuestros textos intentemos dejar una huella casi invisible en el tiempo, para que cuando no estemos quede una parte de nosotros por aquí.