HALLOWEEN (La noche de
los muertos)
Las dos
figuras permanecían inmóviles. Lloraban silenciosamente, recortadas contra el
cielo rojizo, mientras el viento zarandeaba sus cuerpos y su pelo en una danza
fúnebre. La tierra se abría a sus pies como un pozo horizontal o una trinchera;
la oscura boca del diablo, con los brazos y los pies de los cadáveres
asomándose como dientes rotos.
La más joven alargó los brazos y dejó caer en la fosa el fardo que sostenía. La manta fue desenrollándose por la pendiente hasta que liberó el pálido cuerpo de un bebé. Ninguna de las dos apartó la mirada mientras sus lágrimas resbalaban sin fin. El fuego, enloquecido a su alrededor, moldeaba con sombras sus rostros. Si hubiera habido algún superviviente en el pueblo no habría podido apartar la vista del brillo de aquellos ojos rodeados de oscuridad y violencia, pero estaba todo el mundo muerto.
La más joven alargó los brazos y dejó caer en la fosa el fardo que sostenía. La manta fue desenrollándose por la pendiente hasta que liberó el pálido cuerpo de un bebé. Ninguna de las dos apartó la mirada mientras sus lágrimas resbalaban sin fin. El fuego, enloquecido a su alrededor, moldeaba con sombras sus rostros. Si hubiera habido algún superviviente en el pueblo no habría podido apartar la vista del brillo de aquellos ojos rodeados de oscuridad y violencia, pero estaba todo el mundo muerto.
Los últimos gritos se
escucharon hacía mucho. Hasta los perros y las gallinas cayeron ante aquella
epidemia que se los había llevado a todos en una sola noche. Un hombre reía sin
control, enloquecido, mientras las cenizas revoloteaban a su alrededor. Sus
grotescas carcajadas se convirtieron en llanto y se tapó la cara con las manos.
Los ojos empezaron a arderle, se fundieron y resbalaron por sus mejillas como
un volcán de lágrimas y sangre. Desapareció la piel de su rostro, tiras arrancadas por manos invisibles, la cara roja en carne viva. Cayó de
rodillas, la cabeza alzada al cielo, la mandíbula desencajada. Vomitó su propia
lengua. La agarró con ambas manos y tiró de ella hasta cubrir el suelo de
varios palmos de una masa sangrante y viscosa sobre la que cayó sin vida. Fue
el último. Desde entonces solo se escuchaba el crepitar del fuego y los crujidos
de la maleza.
La mayor inclinó su largo tallo
en una lenta reverencia y se alejó con la cabeza gacha. La otra la imitó y
desapareció con sus pasos cortos. Los que se quedaron allí fueron los cuerpos
de los treinta y seis vecinos muertos de la aldea. Sus huesos, retorcidos y
ennegrecidos, hirviendo en charcos de sangre, mudos de dolor para toda la
eternidad.
Se fueron arrastrando
sus largas faldas por plazas desiertas, dejando atrás ventanas cerradas y casas
a medio tapiar. Una puerta abierta recordaba que allí habían tenido que entrar
a por uno de los que se encerró creyendo que así podría contener fuera a la
muerte. Ambas sabían que aquello era imposible. Allí donde llegaban eran bien
recibidas, pero a los cinco días los animales salían huyendo para caer muertos
en los alrededores, y por la noche toda la aldea ardía entre gritos de dolor y
desesperación. Siempre sucedía lo mismo; una muerte tan dolorosa y terrible
como inexplicable que mataba de mil maneras distintas sin perdonar nunca una
sola alma. Se juraron que esta era la última vez. La última noche de los
muertos. Caminarían el resto de sus días alejándose siempre de los caminos de
los hombres, prohibiéndose el contacto con cualquier otro ser humano.
Al dejar
atrás las últimas casuchas ardieron los setos de la entrada del pueblo, cerrando
así el círculo de fuego alrededor de la aldea huérfana. Aunque las almas torturadas que habían muerto aquella noche no dejaban de gritar
su dolor, era imposible escuchar algo por encima del crepitar salvaje del
incendio. Mientras, la luna roja contemplaba la escena indiferente a la
coreografía destructora del fuego y la sangre hirviendo.
Cinco lunas rojas más tarde, la aldea amaneció cargada de signos ancestrales que habían estado durmiendo en la oscuridad de la noche. Esporas invisibles revoloteando en el aire. Pequeñas raíces rojas trepando en los marcos de las puertas. En la fosa común crecieron unos retorcidos tentáculos apuntando al cielo. Mitad hueso, mitad pesadilla. La semilla estaba plantada, brotaría una nueva y desconocida forma de vida allí, una que se alimentó de muerte y sufrimiento y que estaba preparada para cambiar el destino de los hombres.
Cinco lunas rojas más tarde, la aldea amaneció cargada de signos ancestrales que habían estado durmiendo en la oscuridad de la noche. Esporas invisibles revoloteando en el aire. Pequeñas raíces rojas trepando en los marcos de las puertas. En la fosa común crecieron unos retorcidos tentáculos apuntando al cielo. Mitad hueso, mitad pesadilla. La semilla estaba plantada, brotaría una nueva y desconocida forma de vida allí, una que se alimentó de muerte y sufrimiento y que estaba preparada para cambiar el destino de los hombres.
1 comentarios:
Cojonudo me he metido en la historia! ;)
Publicar un comentario