Todo
indicaba que debía encontrar al sospechoso de un asesinato. Lo supo
en el instante que se paro delante del departamento número siete del
edificio La Momé en el barrio de Montmartre, en París. Un barrio
famoso por sus artistas callejeros, sus damas coloreadas de vulgares
tonos pasteles y la abundancia de sus crímenes pasionales. Y este
declaraba abiertamente ser uno más de ellos. Era momento de
trabajar.
En
cuanto Anton Paget entró al viejo departamento, dos policías y la
vecina presentes voltearon al primer crujido de la madera bajo su
pie. El detective Paget era un hombre alto y delgado, y la gabardina
café que llevaba puesta, no disimulaba su estatura. De ojos agudos y
ojerosos, cabellos negro azabache perfectamente peinados hacia atrás
y una fuerte nariz curveada, era aún muy joven para la fama de genio
de la deducción que ya había hecho. Sin un solo caso falto de
resolución, era bien conocido por esto y por abusar del terrible
vicio de morderse la uña de su pulgar cuando comenzaba a analizar un
crimen.
Anton
escuchó las declaraciones de la vieja comadrona del departamento
nueve, una mujer descuida, floja de carnes y mal pintada, que
seguramente usaba ligeras faldas y tacones en su juventud. Habló de
cómo su vecino era un pintor fracasado, sin alguna clase de talento
que ella pudiese apreciar, y con demasiados amigos que pasaban días
enteros encerrados con él. - Una lástima en verdad, era un
jovencito muy bien parecido – dijo la autodenominada Madame
Colette.
Dijo
no escuchar nada durante la noche más que el disco de Maurice
Chevalier que ponía al menos una vez cada noche, antes de dormir. Le
extrañó que el disco siguiese sonando a la mañana siguiente sin
descanso y cuando ya habían sido demasiadas horas sin que nadie le
abriera la puerta, Madame Colette llamó a la policía. Después de
su declaración y de que le preguntara a Anton si era casado, el
detective sonrió y se excusó diciendo que debía continuar con la
investigación. Mujer simplona, su rostro no reflejaba mas que rancia
pasión, no era necesario preguntarle nada más.
Los
policías asignados al caso no eran mas que unos novatos. Siguieron
al detective como polluelos asustados hacia una habitación cerrada,
donde una delgada línea de sangre fresca empezaba a escurrirse por
debajo de la puerta y delataba lo que escondía. Anton abrió la
puerta de tajo. Madame Colette se llevó la mano a la boca y calló
de rodillas mientras ahogaba un grito en torpes y agudos balbuceos.
Los policías palidecieron y el pulgar del detective encontró sus
dientes; era ya una mera costumbre.
“Paris
sera tojours Paris” sonaba en la voz de Chevalier a través de un
viejo tocadiscos. El artista acostado con las piernas hacia la
cabecera de su cama. Su rubia cabeza colgaba de esta, exhibiendo un
cuello cortado de extremo a extremo por una navaja de afeitar, la
cual yacía cerca de la mano su acompañante; una bella mujer aunque
ya palidecida por la muerte, que amorosamente tenía su rojiza
cabellera sobre su pecho, ambos desnudos en un romántico momento
interrumpido por el carmesí de su sangre. Anton dejó que su suela
rompiera con el perfecto charco rojo que decoraba ahora la madera de
la recámara. Un ramo de florecillas era el único adorno que
permanecía intacto sobe una mesa olvidada en un rincón de la
habotación
-
El rostro del varón tiene los ojos cerrados, pero su quijada denota
su sorpresa y su miedo - empezó a explicar a sus temerosos
acompañantes mientras señalaba el rostro del infeliz artista. -
Sin duda este hombre fue asesinado mientras dormía. En cuanto a
ella.- el detective interrumpió sus palabras mientras contemplaba el
fino rostro de la mujer.No parecía haber sufrido en lo más mínimo.
Aguzó los ojos y sólo la observó por un momento antes de señalar
un vaso en la orilla de la cama, parte de su borde con la misma forma
y del mismo color que el colorete de los femeninos labios. -
Caballeros, parece que tenemos una asesina y una víctima en esta
señorita - Levantó el vaso sin temor y lo olfateó para confirmar
lo que ya sabía. - Cicuta. En una hora, su sueño se convirtió en
su muerte. Adivino que nuestra joven dama descubrió algo que no le
gustó del caballero. Esperó a que durmiera y con su navaja de
afeitar lo degolló. Vean la línea de corte- dijo señalando el
cuello del pintor. - No fue la mano de un experto, fue un corte
dudoso pero efectivo.- Anton se alejó de la cama y miró a través
de la ventana. El sol de mediodía empezaba a ser violento. Más
valía terminar pronto. - Él muere desangrado, ella sabía que lo
lamentaría y se preparó su propia muerte con una infusión de
cicuta. Al sentir sus piernas débiles, ella se acuesta y abraza por
última vez a su amado. No comprendo a los parisinos y su romance.-
Después
de esperar y repetir sus descripción ante un recién llegado médico
forense, de recibir un par elogios por su veloz y acertada deducción
y de besar la mano de la ahora muda Madame Colette, Anton Paget dejó
el edificio La Momé, canturreando “Paris sera tojours Paris”.
Una
vez en la calle, pasó delante de una florería y pidió un ramo de
narcisos. - Usted debe ser un hombre enamorado monsieur Paget. Mi
esposa me dijo de las flores que compró anoche- Anton sonrió - Se
equivoca caballero. son para varios amigos míos. Y su esposa olvidó
decirle que olvidé pagarle. ¿Cuánto por estas? - dijo mientras
tocaba gentilmente una ramillete florecillas blancas -Cicuta
monsieur. Crecen salvajes cerca del camino a Rouen. Esas se las
regalo. -
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