La cinco mil ocho
Llevaba esperando ya largo tiempo, y sinceramente, podía
esperar más de tiempo. Mucho más tiempo.
-
Número cinco mil ocho, favor de pasar a asignaciones.- La odiosa vocecita irrumpió en los
pensamientos con los que había logrado mantenerse en paz. Con un tenebroso
suspiro, se obligó a incorporarse y pasar por la burda puerta grisácea que se
integraba delante de él, la que dirigía al departamento de asignaciones que tan
bien conocía.
Al otro
lado de la puerta, se encontró delante del rancio escritorio negro de siempre,
al cual su cabeza apena alcanzaba la altura de sus patas. Como siempre, sólo
pudo ver el respaldo azul de una silla digna del más excelso rey. Y no era para
menos; se encontraba delante de un abominable y severo tirano. Nunca había
sabido darle un nombre, pero en sus viajes había aprendido que en la Tierra
tenía muchos, pero le llamaban, generalmente, Dios.
- Estoy
decepcionado de tu último desempeño - Su voz era como el eco de muchas voces
antiguas, y no hablaba en una lengua que se pudiera clasificar en romance u
oriental. Simplemente, hablaba, y él tragó con dificultad antes de contestar
-Lo sé. -
La
silla de Dos crujió bajo su enojo, pero su voz continuó tranquila - Suicidio.
De nuevo. Tu cuerpo no llegó ni siquiera a los veintiocho años. - El número cinco mil ocho apretó los ojos y a
mandíbula. - No lo puedo explicar, simplemente, ya no me gusta. -
Un
fuerte manotazo sobre el escritorio negro hizo que todo temblara y él perdiera
el equilibrio. Se incorporó sobre sus rodillas después de una torpe caída, y
continuó con la cabeza gacha, pensando que en la Tierra, seguramente pasarían ahora
por un terremoto más. -Tengo un número
limitado de almas- bramó Dios. - Pero los humanos insisten en procrear más de
lo que la tierra y yo podemos soportar. Y tú, un alma de las más milenarias,
bajas a cumplir con una vida destinada a la riqueza, y decides
suicidarte.- La silla se giro, y el
número cinco mil ocho supo que si volteaba, vería por primera vez el rostro de
Dios. Las llamas de un fuerte resplandor amenazaron con quemarle,y lentamente
reposó su cabeza en el suelo, eligiendo permanecer con su curiosidad y su
existencia intactas.
- Te
voy a mandar a la Tierra - empezó Dios, pero el alma le interrumpió con la poca
voz que pudo alojar en su terror - No, por favor, ya no más- -¡Te voy a mandar a la Tierra! - vociferó
aquella voz de trueno perteneciente a Zeus, Thor y Rá - Y vas a vivir, muchos
años. Una larga y próspera vida, y tu vida seguirá siendo destinada a
entretener.- El alma número cinco mil ocho sintió el peso de su asignación caer
sobre él una vez más. - Entendido.-
El
fulgor que le quemaba la espalda se fue evaporando y supo que Dios le había
dado la espalda una vez más. Se levantó y miró de reojo la enorme silla azul.
El incómodo silencio entre ambos terminó cuando el alma ya se había dado la
vuelta para regresar por donde había llegado, pero Dios le volvió a hablar - Tu
castigo será que, esta vez, no tendrás talento alguno. Tu gloria no la
merecerás jamás y serás objeto de burla. Y si te vuelvo a ver antes de que
pasen al menos ochenta años, te obligaré a que veas mi rostro.- El alma cinco mil ocho permaneció de pie un
momento más antes de abalanzarse sobre la puerta y salir de aquella habitación.
Afuera, ya él esperaba la siguiente puerta que debía atravesar. Una puerta
color salmón que leía sobre el picaporte el nombre por el que sería conocido
una vida más. Aquella alma que había sido una vez escultor de maravillas,
cuentista reconocido y estrella de rock, esta vez se llamaría Justin.
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