"MUJERES" por TERESA GUILLEM TANCO

29 de noviembre de 2015


"MUJERES" por MÍA

26 de noviembre de 2015


"HALLOWEEN" por ATA PATATA


El bosque parecía un laberinto, un orden desordenado teñido con los escasos rayos de sol que conseguían atravesar la frondosidad de los árboles. Ella yacía (más o menos) en medio del bosque. Estaba sentada sobre sus rodillas. Un espejo roto apuntaba a su imperturbable rostro mientras con un rojo pintalabios trazaba destellos de tímida arrogancia. Llevaba un par de días sin hablar pues no tenía con quién hacerlo. Llevaba un par de días sin dormir pues estaba nerviosa pensando y preparando el disfraz para la fiesta en el palacio de cristal.

Armada de valor, se dirigió por el tortuoso sendero pero a los cinco minutos de camino paró. Empezó a llorar y a un verde árbol se abrazó. Quería ir y bailar, sonreír y adivinar quién se escondía bajo los disfraces que habrían en la pomposa fiesta. Pero algo le impedía continuar la ruta.
Hizo un gesto afirmativo con la testa y emprendió el camino de vuelta al medio del bosque. Un grito ahogado le subió del estómago a la garganta y tuvo que parar. ¡Quería ir al palacio de cristal! Apretó los puños, dejó la mente en blanco y volvió a dirigirse a la fiesta de disfraces. ¡Sí!

Nunca llegó al palacio de cristal. Nunca volvió al centro del bosque. Cada camino empezado era un final prematuro, un final de reproches y esperanzas que se difuminaban como una huella en la orilla de una orgullosa playa al ser barrida por el agua del mar. Se quedó en un limbo de sueños y realidades, de miradas al horizonte y al alma. Un vaivén de rabia y compresión que la sepultaron para siempre en la incomodidad de una rutina de metal.

"MUJERES" por ANNA GALÍ

23 de noviembre de 2015


"HALLOWEEN" POR DANI TULU

3 de noviembre de 2015

HALLOWEEN (La noche de los muertos)








            Las dos figuras permanecían inmóviles. Lloraban silenciosamente, recortadas contra el cielo rojizo, mientras el viento zarandeaba sus cuerpos y su pelo en una danza fúnebre. La tierra se abría a sus pies como un pozo horizontal o una trinchera; la oscura boca del diablo, con los brazos y los pies de los cadáveres asomándose como dientes rotos.
            La más joven alargó los brazos y dejó caer en la fosa el fardo que sostenía. La manta fue desenrollándose por la pendiente hasta que liberó el pálido cuerpo de un bebé. Ninguna de las dos apartó la mirada mientras sus lágrimas resbalaban sin fin. El fuego, enloquecido a su alrededor, moldeaba con sombras sus rostros. Si hubiera habido algún superviviente en el pueblo no habría podido apartar la vista del brillo de aquellos ojos rodeados de oscuridad y violencia, pero estaba todo el mundo muerto.
Los últimos gritos se escucharon hacía mucho. Hasta los perros y las gallinas cayeron ante aquella epidemia que se los había llevado a todos en una sola noche. Un hombre reía sin control, enloquecido, mientras las cenizas revoloteaban a su alrededor. Sus grotescas carcajadas se convirtieron en llanto y se tapó la cara con las manos. Los ojos empezaron a arderle, se fundieron y resbalaron por sus mejillas como un volcán de lágrimas y sangre. Desapareció la piel de su rostro, tiras arrancadas por manos invisibles, la cara roja en carne viva. Cayó de rodillas, la cabeza alzada al cielo, la mandíbula desencajada. Vomitó su propia lengua. La agarró con ambas manos y tiró de ella hasta cubrir el suelo de varios palmos de una masa sangrante y viscosa sobre la que cayó sin vida. Fue el último. Desde entonces solo se escuchaba el crepitar del fuego y los crujidos de la maleza.
La mayor inclinó su largo tallo en una lenta reverencia y se alejó con la cabeza gacha. La otra la imitó y desapareció con sus pasos cortos. Los que se quedaron allí fueron los cuerpos de los treinta y seis vecinos muertos de la aldea. Sus huesos, retorcidos y ennegrecidos, hirviendo en charcos de sangre, mudos de dolor para toda la eternidad.
            Se fueron arrastrando sus largas faldas por plazas desiertas, dejando atrás ventanas cerradas y casas a medio tapiar. Una puerta abierta recordaba que allí habían tenido que entrar a por uno de los que se encerró creyendo que así podría contener fuera a la muerte. Ambas sabían que aquello era imposible. Allí donde llegaban eran bien recibidas, pero a los cinco días los animales salían huyendo para caer muertos en los alrededores, y por la noche toda la aldea ardía entre gritos de dolor y desesperación. Siempre sucedía lo mismo; una muerte tan dolorosa y terrible como inexplicable que mataba de mil maneras distintas sin perdonar nunca una sola alma. Se juraron que esta era la última vez. La última noche de los muertos. Caminarían el resto de sus días alejándose siempre de los caminos de los hombres, prohibiéndose el contacto con cualquier otro ser humano.
            Al dejar atrás las últimas casuchas ardieron los setos de la entrada del pueblo, cerrando así el círculo de fuego alrededor de la aldea huérfana. Aunque las almas torturadas que habían muerto aquella noche no dejaban de gritar su dolor, era imposible escuchar algo por encima del crepitar salvaje del incendio. Mientras, la luna roja contemplaba la escena indiferente a la coreografía destructora del fuego y la sangre hirviendo.
            Cinco lunas rojas más tarde, la aldea amaneció cargada de signos ancestrales que habían estado durmiendo en la oscuridad de la noche. Esporas invisibles revoloteando en el aire. Pequeñas raíces rojas trepando en los marcos de las puertas. En la fosa común crecieron unos retorcidos tentáculos apuntando al cielo. Mitad hueso, mitad pesadilla. La semilla estaba plantada, brotaría una nueva y desconocida forma de vida allí, una que se alimentó de muerte y sufrimiento y que estaba preparada para cambiar el destino de los hombres.

"HALLOWEEN" por DARDO HELGUERA

HALLOWEEN (CUPCAKE PERVERTIDO)



Lo único que tenía claro de su cita con él, con "eso", es que ella la comenzó pidiéndose un cupcake.

Ya sabes, ese pastelito de moda adornado para que su su gusto estético eleve el placer gastronómico del que lo deguste o devore.

Pues bien.
A partir de ahí, ella ya dudaba.

No sabía decantarse por en qué momento tomó consciencia de que estaba follando y corriéndose con un ente maligno aquella noche.

Dudaba entre dos, sin aparente solución:

A) Cuando éste la mordía obscenamente su cuerpo como un cepo oxidado y pervertido, de los que desgarraban a las bruja en la inquisición. Con hambre viciosa.

B) O cuando, ya desnuda, se tapó con sus brazos, temerosa y mojada, ante semejante mirada de él.

"Eres lo que comes", así reza el dicho. ¿No?



                                                                                                                                                              Microrrelato de Dardo Helguera