"CARNAVAL" POR FUCKSIA ANORAK

9 de marzo de 2009

Érase una vez un nervioso rey al que le urgía encontrar el disfraz más pomposo, espectacular y sofisticado del mundo, pues tenía que asistir a la magnífica fiesta anual de disfraces del Reino de las Luciérnagas.
Pero nuestro nervioso rey no lograba encontrar un disfraz que sedujera a todos los invitados. Le asaltaban las dudas, los pegajosos sudores aparecían...Eran muchos años exigiéndose lucir el mejor disfraz.
El día de la fiesta, cuando el sirviente anunció la aparición de nuestro rey, éste no hizo acto de presencia. Todos se giraron. El sorprendido sirviente se aclaró la voz y volvió a presentar al nervioso rey.
Y éste no apareció, pues no encontró ningún disfraz. Pero, como no quería ser objeto de jocosos comentarios, decidió aprovechar la ausencia del resto de monarcas para invadir sus desprotegidos reinos.

"Carnaval" por Gris Ceniza

4 de marzo de 2009

CARNAVAL.


-Dime, ¿acaso vos sabéis donde está?
El rostro de ella, inexpresivo hasta el momento, empezó a dibujar una sonrisa. Sus ojos cobraron vida, y sus cejas se arquearon, de forma que su antifaz de largas plumas se balanceó como si aquel ser despertara por fin. Él le cogió la mano y repitió la pregunta, esta vez con un tono esperanzado.
La mirada de ella se convirtió en una risita, y luego en una burla que dejó paso a una atronadora carcajada impropia en una dama. Se contrajo su busto que amenazaba con escaparse del corpiño; su espalda se arqueó cada vez más; sus risotadas cada vez eran más altas... Él la miró horrorizado y se apartó cuando logró recuperar su mano de entre las de ella. Eso la hizo reír aun más, sus dientes perfectos enmarcando su locura. En cualquier momento podría caerse de la silla de barroco tapizado y continuaría riéndose desde el suelo sin inmutarse.
Él se gira y queda frente a un espejo en la pared. Se ve el rostro, ahora ya sabe q él soy yo.

Voy tomando consciencia de dónde estoy: es una fiesta de carnaval donde todo el mundo va disfrazado con una estética veneciana que asusta por su realismo. Los sofás, las sillas, los espejos... todos los muebles son perfectos, bellos y recargados en exceso. Hay algo más que en un primer vistazo no logro captar, pero poco a poco va tomando forma en mi consciencia: aparte de mí, solo hay mujeres en la inmensa estancia, y además, a pesar de los antifaces, creo que las conozco. Me mareo, no me siento bien. Las escenas de caza colgadas en las paredes empiezan a girar, los muebles y el suelo también. Lo que me hace pensar que quizás el punto de vista no es el correcto; el que gira soy yo. Giro y giro cada vez más deprisa. Veo la brillante lámpara de cristal del techo alejarse más de mí. Y luego oscuridad.

Las escucho cuchichear. Intento abrir los ojos, y mientras se aclara mi vista, sus vocecillas siguen ahí. Las tenía a mi alrededor, sus rostros casi encima mío, observándome. Tengo tiempo de verlas salir corriendo entre risitas, y vuelve cada una a su sitio, esparciéndose por toda la amplia habitación.

Mi mirada tropieza con unos ojos redondísimos, enmarcados por grandes bucles de pelo marrón. Se quién es ella, pero la olvidé hace tanto... No lleva máscara, y su delgada figura parece ceñida a una sedosa tela verde llena de filigranas plateadas que se recrean en sus redondos y firmes pechos. No pienso acercarme a ella.

Cerca, sentada en una silla baja y sin respaldo, me mira un instante demasiado breve una rubia de pelo liso por debajo de las orejas. Tiene las piernas muy separadas, y unas medias oscuras le cubren hasta medio muslo. No es que la falda sea tan corta, es que ella la mantiene doblada con una mano de forma provocativa. Nuestras miradas no se vuelven a encontrar.

En un rincón hay un antiguo piano. Es enorme, de color blanco, y tiene pintadas varias escenas de bailes de salón. Nadie lo toca, pero no deja de sonar una conocida melodía pícara, preludio de un himno feroz y vertiginoso. Apoyadas en el piano hay dos menudas jovencitas de pelo muy corto, una rubia y la otra morena. Me miran sin soltarse de su abrazo, sus rostros cerca uno del otro, como si fueran amantes. El antifaz les cubre la frente y parte de los ojos pero entiendo igualmente su lenguaje: "nosotras tenemos la respuesta". Primero la morena me llama menos la atención, pero cuando se aleja advierto toda su belleza, y me lastima no haberla visto antes. La rubia y sus ojos azules esconden algo en su espalda, detrás de una capa turquesa . No, no tenéis la respuesta, pienso, y entonces su rostro se descompone y aparece una mueca de furia, creo que ella grita, pero solo escucho la risas del resto del salón. Muestra la calavera que escondía. El hueco de los ojos también me mira, pero no se ríe. Recuerdo su consejo: "no preguntes, prueba". Me alejo, y pasa bastante lejos la calavera a modo de proyectil mientras ella sigue gritando cosas que no oigo. Ella no tenían la respuesta, ¿pero exactamente que busco?¿Una sola respuesta?¿Un porqué?

La joven que no deja de encender velas las deja todas en fila en el suelo; todas iguales pero todas distintas a la vez. Parece un chico; tan menuda y delgada, y el pelo corto es una selva de bucles negros. Incluso su disfraz es el de un hombre: un traje de color crema con decenas de botones en la chaqueta cruzada, un pantalón recto, y calcetines blancos hasta las rodillas. Aunque ella sonríe cuando la miro, a través de mi filtro solo veo tristeza. Me dice, sin hablar, que no tiene respuestas para mí, que lo siente, y sigue encendiendo velas.

Velas y su luz cálida; velas que se deshacen, cera caliente que chorrea.
La de los ojos ancianos me mira sentada en un trono que no se ve, oculto bajo su amplio vestido rojo. Una de sus versiones sigue siendo la más bella de todas, pero ya no existe. Su mirada son dos manos apretando mi pescuezo. Esa imagen es lo más parecido que he sentido a la respuesta que busco. Luego ella abre la boca y su rostro se transforma en la imagen de la estupidez. Ahora sus ojos me apuntan como si fueran dos arcos sin flechas, vacíos, donde no hay rencor, solo ausencia. Se reflejan las velas en su vacío, cálidas, abrasadoras con su cercanía. Ella se derrite. Empieza como si fueran lágrimas, trazando pequeños surcos en sus mejillas, se le agrandan las cuencas de los ojos, se le pegan las orejas al cuello hasta desaparecer, las paredes de la boca abierta se ensanchan, se derrumba hacia afuera como si fuera una catarata de cera caliente, se derrite entera. Los ojos terminan por caer, y rebotan sobre su regazo, que ya es practicamente un charco espeso. Desde allí me miran por última vez, y se funden ojos, vestido, pelo, carne y trono.

Vuelve el coro de risas; parece que todas las allí reunidas están conectadas de alguna manera. Se abrazan a si mismas, se doblan sobre sus estómagos,, miran al techo arqueando sus espaldas, sube la intensidad de sus carcajadas.
Me señalan con dedo acusador. Ellas ríen, y yo escucho voces: "¿la respuesta?¿la respuestaaaa?¿respuesssstaaaaassssss? Jajajaja. Se ríen de mí y pienso que me voy a desmayar porque todo me da vueltas.

Ella, la de la varita mágica y el disfraz con alas de avispa, se cubre la boca con la mano, casi avergonzada. Junta sus rodillas y deja sus manos ahí quietas, riendo con esperanza. Agita su varita y solo brotan mentiras (para mí), puertas (atrancadas), caminos (bifurcados). Luego intenta elevarse moviendo sus alas de avispa, pero resulta que están clavadas en la pared. Ruge y patalea, y yo comprendo que hay magias aun inaccesibles. La dejo a mis espaldas, llorando colgada en la pared, furiosa, mientras las otras ríen. La fiesta continúa, ellas brindan en grupitos reducidos (conspiran), y las risas inundan la estancia.

Sigo buscando y casi me choco con la del hielo en los ojos. Está tan cerca que palpo su furia, mientras las demás se van callando. El volcán de hielo se derrite, vierte lágrimas heladas. Todas en la habitación miran el suelo, sin querer mirar la escena, hurgan en sus bolsillos, se miran los pies, se rehuyen entre ellas. La varita chisporretea alocadamente, fuegos artificiales de colores sordos. Dudo, y no se de qué, ni de quién, ni porqué, pero dudo.
Respuestas, estoy aquí para encontrar una respuesta.

Y poco a poco, todas, sumergidas en la escurridiza luz de las velas, inician un llanto colectivo. De una en una sus miradas se dirigen hacia mí, los sollozos se convierten en un susurro corto, y se mezcla de nuevo con las risas de manera ascendente. Malditas risas. Se ríen de mí y de mi búsqueda, de mi respuesta, y yo también empiezo a llorar. Del llanto pasan a una catarsis de de carcajadas, una orgía de risas tristes.
Lo único que se me ocurre envuelto en mi pena, es desclavar las alas de la chica de la varita. Ella también reía con aire triunfal, pero al ver que me acerco desconfía, y su risa se va apagando. Enmudece a mi tacto, duda como yo, y una vez en el suelo se aparta con sus pies descalzos, e intenta reír de nuevo, pero no lo consigue. Sus ojos gritan que tiene miedo de mí.

Lo que me rodea es la risa de la locura, me culpa, me señala con dedos invisibles, y me asfixia con su hedor. Esta vez no me desmayaré, se que voy a morir, o peor aun, me volveré loco.
Respuestas, he venido aquí a por una respuesta. Ellas creen que la saben, que tienen una respuesta guardada como si fuera un secreto. Me la esconden, y se ríen de mí, porque tengo que pagar el precio de mi locura a través de la suya.
Respuestas, busco respuestas... Digan lo que digan, rían lo que rían, aunque me señalen con el dedo, aunque su locura me culpe y aunque yo culpe a mi locura.

Y ahora río. Río como si vomitara risas, sin principio ni fin. Las observo a todas ellas y se quedan mudas de asombro, horrorizadas, descompuestas sus facciones al no comprender que al fin he comprendido.
Respuestas. Buscaba respuestas y mi respuesta soy yo. ¡Yo!
Me río acariciando mi locura, sumergiéndome en mi respuesta, y ellas ya no existen, solo existo yo, yo y mi búsqueda.

Siempre tuve razón: la respuesta existe, ha existido junto a mi desde el principio.
Y entre risas solo consigo pronunciar: "en mi locura reside mi belleza".

"Carnaval" por Verde Bósforo

3 de marzo de 2009

El bar estaba lleno, la única mesa libre era aquella en la que almorzaban cada mañana, como si todos supiesen que ese era su lugar, desde donde escucharían sus largas conversaciones, sus interminables discusiones.

Aquellos hombres veían como cambiaba el mundo a cada instante sin inmutarse, su solemnidad inundaba el ambiente.

Luis estaba relajado como de costumbre, su edad siempre le llevaba un paso por delante de los demás, sabía que siempre necesitarían de él y de su opinión. Era el gran moderador y sin embargo a sus largos sesenta años le sobraba vitalidad.

El café de Alfred seguía quemándole en las yemas de los dedos pero sus nervios no le dejaban parar de acariciar las paredes de la taza. Los cuatro sabían que aquel era su mejor momento del día, sin prisas se explicaban todo aquello que les había sugerido algo nuevo. Con pasión desentrañaban curiosidades cotidianas y se quejaban del paso de los años, pero siempre volvían a lo mismo, siempre bailaban la misma cuestión, como una droga de la que sabían nunca prescindirían.

-No hemos hecho más que arrancar un velo o correr una cortina, decía Alfred, interpretamos lo que vemos. Algunos lo hacemos mejor que otros, pero esa es otra cuestión, quien no lo hace al menos debiera ver a alguien hacerlo como mínimo una vez en la vida.

-Te empeñas en ‘destapar’ cuando tal vez estás ‘construyendo’ de la nada, sí, de momento funciona, pero a estas alturas no debieran caérsenos los anillos si todo fuera un error, una invención, ¡nuestra necesidad!-Josep siempre repetía lo mismo.

-Quizá ha llegado el momento de parar y contemplar, tal vez nada sea cierto y se necesite pensar lo pensado. Si sólo se trata de interpretar o justificar, si realmente sólo queremos cerrar un círculo que nosotros hemos inventado, un sinsentido, o tal vez no, tal vez sea cierto, aún así hemos de pensar y contemplar. El mundo debe ser vivido y contemplado. A veces sencillamente hay que aceptar. Desde luego el círculo es hermoso, no debiéramos intentar explicar nada más allá de lo necesario, creo que perdemos perspectiva y nuestra realidad se vuelve difusa- dijo Pere.

-No se puede parar, ¡venga hombre!- reía Alfred- ni tú podrías parar, sabes que no puedes, ¿qué harías? ¿Pasar más tiempo con tus nietos, con tu mujer? ¿Ir a un parque o mirar obras? Contemplar sosegadamente, parece una buena idea, pero prefiero forzar el final. Eso es lo que nosotros hacemos, cuando entendemos algo lo puteamos para tener que entenderlo de nuevo. Para muchos ni siquiera existimos sin embargo son ellos los que pasan impasibles por su propia vida.

-A veces creo que no piensas lo que dices o bien lo vomitas sin haberlo digerido. Alfred, tú crees percibir la realidad sin filtros y eso sabes no es posible, además impones una unilateralidad por convicción. Josep plantea un metalenguaje por encima de lo real. Tal vez somos producto del Universo o tal vez el Universo sea producto de nuestras interpretaciones.- La voz de Luis sólo necesitaba de un O mio bambino caro.

-Tal vez Josep está tan obsesionado con la autosuficiencia que no le basta con haberse creado un mundo sino que además cree haber creado el Universo- Alfred no paraba de parodiar a sus colegas mientras bebía su café ya templado y observaba como Pere disponía su azúcar en el té.

-Empezáis así y luego acabáis inventando teorías y nombres para que será aquello que nos da la noción de percepción, conformaos con la percepción misma- murmuraba Pere.
En las otras mesas otras conversaciones, otras risas, empezaban a escucharse cada vez más alto.

-Va siendo hora de volver al trabajo- dijo Luis mientras veía un joven disfrazado pasar corriendo.- Tal vez Pere tenga razón, después de todo sólo encontramos máscaras.

"Carnaval" por Púrpura Tenue

Mentirosa

Dicen que la luna llena genera en la tierra y en el hombre fenómenos asombrosos e inexplicables. Domadora de mareas, ‘caja de Pandora’ de almas inquietas, perturbadas…, comadrona invisible capaz de adelantar partos…Incluso el pelo crece más rápido bajo su influjo. Algunos dicen que las personas, temerosas de ser desenmascaradas por su luz, se vuelven mentirosas.


En aquella fiesta los colores lo eran todo. El Verde simbolizaba la Esperanza, el Blanco la Pureza, el Rojo el Pecado, el Dorado el Poder, el Púrpura la Justicia el Azul la Soledad y el Negro los Sueños.

La turista europea jamás había visto tanto colorido en tan poco espacio. Las calles eran muy estrechas y la gente parecía clonarse por segundos. A pesar de estar todavía en invierno, hacía un calor espantoso.

La turista quiso pasar por el hotel para darse una ducha rápida y cambiarse de ropa antes de la gran juerga. Llevaba toda la tarde fuera, calentando en el Garden, bebiendo cervezas y licores verdes, rojos, amarillos y lilas, escuchando versiones en directo de Marie Smith, B. B King y The Rolling Stones.

Aunque se dio una ducha templada el calor de su cuerpo no quiso salir. Rescató del armario unos vaqueros ajustados, rotos por las rodillas y una camiseta blanca de tirantes. Con un rotulador muy fino remarcó el lunar que tenía junto a la boca. Se pintó los labios de un color rojo chillón cuya marca, también europea, aseguraba aguantar varias horas sin retocar. Luego, añadió unas gotas de perfume en el cuello, muñecas y ombligo. Finalmente se puso el antifaz negro con plumas en los bordes que había comprado un par de días atrás y, con el pelo aún mojado y la petaca llena de absenta, salió a la calle.

En el cielo, la luna redonda interpretaba su papel acompañada por cientos de pequeñas explosiones multicolores. El ambiente era fantástico. En la calle, la gente bebía y bailaba al son de la música. A medida que se acercaba al centro aumentaba su excitación aunque cada vez era más difícil avanzar. En un cruce, poco antes de llegar a la calle Bourbon, chocó con una mujer que iba prácticamente desnuda. Desconcertada por haberle tocado un pecho, retiró rápidamente la mano provocando una sonrisa burlona en la desconocida.
La mujer llevaba un tocado espectacular, adornado con plumas de pavo real mientras que el cuerpo, desnudo de cintura para arriba, recordaba a un Óscar de Hollywood con purpurina. La turista se acordó entonces de lo que uno de los camareros del Garden le había comentado con respecto a la fiesta de aquella noche: “La gente aquí, lanza collares de cuentas intentando cazar a los errantes. Si notas en tu cuello la presión de un cordel fino, date por atrapada. Tendrás que enseñar una de tus vergüenzas”.
Observó cómo la mujer-pavo real se alejaba lentamente de la mano de su acompañante. Sin poder quitarle la mirada, se ruborizó de nuevo cuando la desconocida, a unos quince metros, se giró y, sacándole la lengua, le brindó uno de sus pechos.

En la calle Bourbon apenas se podía caminar. No recordaba si había quedado a las 21 ó 21,30. En cualquiera de los casos, todavía tenía tiempo de sobra para dar una vuelta y perderse un poco más en aquel lugar tan embriagador.

‘Vu le vu venir avec moi à la rue de derrière ?’ Le sopló un demonio azul al oído. Sorprendida, la turista no supo reaccionar y se dejó arrastrar por aquella figura con cuernos y de colores vibrantes. En aquel callejón, el sonido de la gente y la música sonaban lejanos, igual que en la trastienda de un teatro.
El demonio la invitó a polvo blanco y ella le respondió con un trago de bebida espirituosa. Bajo un cielo púrpura, los dos se mintieron. La turista, al decirle que no estaba sola y él, al jurarle que sólo estaría con ella esa noche. Dos sorbitos de absenta después, ella echó mano a su entrepierna y el demonio arrancó su antifaz con la boca.