"Cuadro" según Gris Ceniza

26 de marzo de 2008



La primera vez que Calixto las visitó no sabía que se iba a encontrar. Llegó a la hora en la que nadie se atreve a pisar ese lugar, justo antes de que se oculte el sol. Se arrodilló dónde los ancianos dicen que empezó la maldición. La piedra estaba cubierta de un extraño musgo oscuro, resbaladizo, inquietante como todo el estanque. Los nenúfares flotaban indiferentes a él, creando una cama verde sobre la cristalina superficie en calma. Se arrodilló tal como le habían aconsejado y sumergió una mano en el agua. Cerró los ojos y con un susurro invocó su presencia.
Nada parecía moverse a su alrededor. Miraba los arbustos, se giró hacia el camino por el que había venido, buscó más allá del estanque, pero todo parecía estar esperando una respuesta, como él.
De repente el tiempo se frenó, y Calixto sintió como la bilis le subía hasta la boca, sus tripas se revolvieron, los ojos querían salirse de sus orbitas.
Desde debajo del agua una mano emergió con una suavidad asombrosa y le sujetó la suya. Al principio sintió miedo, pero el contacto era tranquilizador y apaciguó sus instintos de salir corriendo. Bajo el agua, una maraña de pelo se alzó del agua y dejó paso a una ancha frente de piel blanca. Le seguían los ojos más sinceros que nunca había conocido; le miraban fijamente haciéndole sentir como en el útero al principio de sus días. En ese instante mágico, otras seis criaturas igual de bellas que la primera, habían emergido y se encontraban frente a él, observándolo con curiosidad.

El oráculo. Las siete hermanas. La lucha de la fe, las líneas del destino, el horror de la verdad.

En los oídos de Calixto resonaban ahora las palabras de su mentor: “Se dice que el destino está escrito y nada lo puede cambiar. Pero el oráculo nos conduce a través de las huellas del futuro. Siete hermanas nacidas antes de lo que nadie puede recordar, capaces de ver diversas visiones de varios futuros distintos. Puede que cada una de las hermanas vea una línea temporal nueva, abierta desde ese momento, y ellas están convencidas que mediante sus consejos pueden diseñar a su antojo la vida de los mortales. Al menos así ha sido durante los últimos siglos en los que han gobernado la vida de todos los habitantes de la grandiosa Essys”.

Sin soltarle de la mano, la hermana mayor seguía mirándole fijamente. Sus ojos ciegos no podían verle la cara pero le destripaban el alma. Una voz de adolescente le preguntó algo, a lo que él solo pudo responder que necesitaba saber si debía ir a visitar al Greopheno. El resto de hermanas empezaron a parlotear entre ellas en una desconocida lengua que Calixto no pudo entender. Algunas parecían histéricas, o furiosas; sus rostros se contraían en oleadas de rabia que debía ser expulsada de su cuerpo. Otras emitían un sonido parecido al llanto, como si estuvieran asustadas, o tristes, o desoladas… Alrededor del humano se hizo un estridente coro de voces agudas que intentaban alzarse cada una por encima del resto. Usaban un lenguaje que alternaba constantemente siseos agudos y rápidos, con largas y lentas palabras guturales. Calixto se soltó de la mano bruscamente y se tapó los oídos, dolorido. La hermana mayor lanzó un único grito que silenció en seco a las demás.

-¡Callaos! Mis ojos no ven el futuro, como tampoco ven al hombre que tengo delante, pero puedo ver que lo estáis asustando, ¿o acaso las ciegas sois vosotras? ¡Malditas seáis! Decidme que os muestra vuestro don.

-Yo veo que Calixto muere en su visita al Greopheno…
-¡No, no! Volverá a visitarnos, por tanto sobrevivirá.
-Hermanasssss, este hombre es el que terminará con nosotras. La profecía así lo dice… ¡mandémosle a visitar al Greopheno, y que éste ser inmortal se lo coma antes que él acabe con nosotras! ¡Es el portador de nuestro fin! ¡La plaga que…
-Puede ir a verlo porque según mi visión, el monstruo se negará a recibirlo
-Pero yo veo una segunda visita suya…

-Ya he tomado una decisión. Soy la voz del oráculo, la única capaz de hablar por todas nosotras. Ciega, pero tal vez la más sabia- sus ojos se volvieron a encontrar con los del humano-. Calixto, hijo mío, debes visitar al Greopheno. Si el monstruo deja algo de aliento en tu cuerpo, acude a vernos de nuevo.

Las otras se miraron, mudas de incertidumbre, y todas a una se sumergieron bajo las aguas del estanque otra vez.

A los pocos días se produjo la segunda visita del joven. Vestía las mismas ropas, y no mostraba ningún rasguño, ni signo de violencia. Había acudido a ver al monstruoso Greopheno y éste le estaba esperando. Tumbado sobre un altar enjoyado, y rodeado de lujosos objetos, el monstruo agonizaba. Le resumió como su dios protector había perdido su custodia, y antes de verle sirviendo en el bando de su rival, había decidido quitarle la vida. Sin dolor, lentamente, con una calma agónica para cualquier humano, pero un suspiro para el semidiós. Lo único que le pidió a Calixto fue que cogiera una de sus afiladas garras y visitara cargando con ella al oráculo, su viejo enemigo. A cambio podría quedarse con todo su tesoro. Pero eso no lo sabía ninguna de las siete hermanas…

Se arrodilló por segunda vez en su vida en la oscura piedra, y con la mano sumergida, las volvió a invocar. El oráculo emergió y los ojos ciegos se le clavaron en su mente. Pero no le llegaron a hablar. Empezaron a discutir entre ellas, con su idioma siseante, subiendo el tono, lanzándose amenazas, lloriqueando, desafiándose unas a otras, pero sin apartar la mirada a la enorme uña de Greopheno que Calixto portaba.
Hasta que la que se encontraba más a su izquierda se levantó sobre unas finísimas patas, cuatro delicados y mortíferos aguijones que nacían bajo su vientre, y le atravesó el cráneo a la que tenía más próxima. Cerca, la tercera, se echaba el pelo sobre los hombros mientras lanzaba una furiosa maldición para destrozar a la asesina. A su lado la cuarta hermana le agarró por el hombro para intentar calmarla, pero lo único que consiguió fue que la maldición cayera sobre ella, y se desintegró al instante sobre el agua. Los mortíferos aguijones se lanzaron luego sobre Calixto, pero éste los esquivó, y usando la gigantesca uña a modo de espada le rebanó dos patas de un solo tajo. Ella perdió el equilibrio y cayó de bruces, con la cabeza sobre la piedra, delante del humano. Él no dudó en pisotearla, asta que varios crujidos le indicaron que allí dentro no quedaba nada. La que había lanzado la maldición seguía con la vista perdida dónde instantes antes se encontraba su hermana. Desesperada se agarraba la cara, escondiéndola de vergüenza. Tocaba sus propias lágrimas, las secaba de sus labios, las saboreaba en su paladar. Hipnotizada por el dolor empezó a tirar de su boca, de los labios hacia fuera, reventándolos, agrietándose la cara, dejando al descubierto encías, piel y músculo. No se detuvo y se arrancó la piel del rostro a tiras; se clavó los dedos en los ojos para dejar de ver a su hermana desintegrándose, y entre gritos, terminó hundiéndose para morir bajo el agua.
La que se encontraba más cerca de la piedra agarró a Calixto de la ropa, y de un salto lo derribó, cayendo sobre él. Sus rodillas daban paso a unas cortas piernas terminadas en dos fuertes garras que se clavaron en el suelo. Abrió la boca y deslizó una lengua ancha como cuatro dedos y que parecía no tener fin. Buscaba la cara del joven, le lamía el pecho, los hombros… le llenaba de saliva espesa y caliente. El humano soltó como pudo uno de sus brazos de debajo del cuerpo de ella y le agarró la lengua, tiró y le hizo levantar la cabeza asta que pudo moverse mejor. Cogió con la otra mano la uña del Greopheno y le atravesó la garganta una y otra vez, bañándose en sangre asta que le costó respirar y la soltó.
Del resto de hermanas, la quinta, que apenas hablaba y se había mantenido más alejada que el resto, huyó nadando, y desapareció bajo el agua haciendo bailar a los nenúfares por dónde ella pasaba.
Ya solo quedaba la ciega. La sabia. La voz del oráculo. Como portavoz, le pidió que terminase de cumplir su destino. Ella aceptaba el suyo, estaba escrito que al oráculo le llegaba su fin, así que debía morir. Calixto, recubierto de sangre se negó e hizo ademán de irse, pero ella lo amenazó con maldecirlo para siempre. La decapitó, y mientras la cabeza se hundía no dejó de mirarlo con aquellos ojos ciegos ni un solo instante.

Mientras Calixto lloraba sin entender nada, una risa, como un trueno, se alzó entre las nubes, y el joven entendió y no olvidaría jamás, que los hombres y mujeres no son más que títeres de otras fuerzas mucho más poderosas…

"Despedida de un infiel" según Blanco Hielo

Egoísta. Eso es lo que tú siempre has sido, y lo que ahora soy yo al mirar por mí misma por primera vez. Creo que me lo merezco, ¿no?Después de todo este tiempo, tu ombligocentrismo se ha caído con todo el equipo desde que le conocí a él. Y si llevo una temporada viéndome con él a tus espaldas y no te he dicho nada hasta ahora es porque necesitaba terminar de creerme que realmente hubiese podido encontrar una persona que me abraza sin encadenarme, que me besa sin envenenarme, que a la vez que me oye, me escucha. Acostumbrada a tí, creía esto impoible. No he retrasado esta despedida por el más mínimo apego a tu persona, pues ya no existe, ni mucho menos por temor a lo que pudieses pensar, que me resulta completamente indiferente.Así que esto es un adiós que no sólamente significa mi liberación, sino también una segunda oportunidad para tí. Una segunda oportunidad para que gracias a tu experiencia conmigo y a lo que te estoy diciendo decidas cambiar de actitud, y tal vez entonces encuentres una mujer a la que amar y cuidar como es debido, a la que hacer feliz, y de ese modo llegar por fin a ser feliz tú también.

"Color" según Naranja Pasado

24 de marzo de 2008

Naranja Pasado.



- Por qué ese nombre?

- Cuál?

- Naranja pasado. No existe ese color.

- Porque tú lo digas.. para mí es más real que colores que no entiendo o que no veo, como el rosa palo o el blanco roto.

- Aún así, no tiene sentido.

- Sí lo tiene. Verás: el naranja pasado es el color naranja de las cosas que fueron. Es aquel matiz que tenían las paredes y el suelo y los árboles iluminados por las noches sencillas. Es la tonalidad entre clara y apacible de irte a dormir sin que nada te pinchara dentro, escuchando ese grupo de música que acababas de descubrir y saboreando en el fondo del paladar historias que no caducaban.

- No sé si acabo de entenderte.

- Eso es porque tu estabas allí, en aquel momento, de una manera en que ya no lo estás. Y mientras hablas conmigo en esta falacia de diálogo en realidad no existes. Sigues siendo el producto final de lo que sea que yo quiera que seas.

- Aha...

- Sí. Y en aquel entonces, cuando todo era de color naranja pasado, tu existias de manera más real que nunca. No te acuerdas?

- Me temo que no.

- Da igual. Que no lo recuerdes no lo hace menos real. Y todas aquellas noches contándote las pecas, y todos aquellos amaneceres de sonrisas y caricias en que la luz del sol se colaba por las rendijas de mi persiana medio rota, y tus quejas por despertarte con sexo cuando en el fondo los dos sabíamos que no eran ciertas. Todo eso sigue en mi mente, iluminado por los anocheceres viendo películas de seis minutos con diálogos que carecían de sentido, y planeando, entre risas, cómo ibamos a pasear por el centro a la mañana siguiente si llovía y sólo teníamos un paraguas. Y fuera, mientras tanto, ese color que tú finges que no existe. Naranja pasado.

- Todo esto que dices es muy bonito.

- Te equivocas, mi amor, te equivocas. Lo fue.

"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN NARANJA PASADO



Aquella era la caja en la que estos últimos días había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que deberían ser olvidados. Horripilantes y sangrientas escenas que jamás deberían salir a la luz. Imágenes de un acto salvaje y teñido de rojo intenso. Y ahora, en este cuarto oscuro y húmedo, la sostengo en mi mano sin saber el porqué de guardarlos.

Supongo que así somos los psicópatas.

Miro a mi alrededor y me maravilla el aspecto de lo que me rodea. El color de la sangre, desde que tengo memoria, me hechiza. Y en este justo instante todo lo que mi vista recorre está salpicado de ese rojo que solo sale a la vista cuando destrozas a alguien como yo lo he hecho.

Te equivocas al juzgarme si crees que tenía un motivo: no existía tal. Simplemente lo hice. Si eso te hace sentir mejor contigo mismo, más seguro, o más cuerdo, considera a la víctima como el resultado de unos azares que él no pudo jugar. Estaba en el sitio equivocado, en el momento equivocado, y de la peor manera que podía estarlo. Siempre que elijo una víctima me muevo por azar.

Te equivocas también si piensas que aquí plantado, entre toda esta sangre y restos de lo que hasta hace unas horas era una persona, soy un monstruo producto de una infancia sórdida, o de un desamparo económico, o de un desorden pasional. Y eso es, quizás, lo que mas te asustaría si supieras quien soy: que tengo la misma apariencia que tú. Podrías estarte cruzando cada día conmigo en un pasillo, o en la parada de taxis, o en el centro comercial, y sonreírme al dejarte pasar educadamente o al aguantarte la puerta abierta para que pases tu primero.

Me levanto de la cómoda silla en la que llevo unos minutos inmóvil, aún con la caja en mi mano. Jugueteo con el cierre como si fuera una caja-broma, una de ésas que de pequeño hacían que la gente sospechara que era diferente; todos esperaban una cara aterrorizada cuando el monigote hacía “boing!” y salía disparado, con esa horrenda cara de payaso adicto al crack en un día gris. La gente que me rodeaba soltaba sus “oh!” al asustarse, los otros niños reían gritaban o lloraban, y yo simplemente miraba, impasible, y me preguntaba cuánto dinero debía cobrar la persona encargada de aprisionar monigotes durante ocho horas al día, cinco días a la semana. No era eso lo que más asustaría a aquellos otros niños y padres..

Te equivocas cuando crees que no tengo cerebro. Soy mucho más listo que tú. No quiero darte pistas sobre mi origen ni mi vida, pero debes saber que he pasado por la Universidad. Para mí fue un mero trámite, una manera más de ocultar el animal vacío que siempre he sido en un mundo de corderos blancos. Estudié, hice falsos amigos, acudí a fiestas, simulé borracheras, aprové y suspendí examenes tal y como se esperaba de mí, y conseguí un título que avala mi capacidad intelectual y la equipara a la de las personas normales. Pero yo no tengo nada de normal. Y cuando veas lo que he hecho hoy, lo entenderás.

Miro la hora. Son las 17:22h. Dentro de poco alguien comenzará a echar de menos a la persona despedazada que ahora yace en el cuarto de baño (y de hecho, también en la cocina, y en el sótano, y en las lámparas del comedor). Dentro de un poco más, ese alguien llamará a tu departamento, extrañado por la falta de puntualidad de mi víctima. Dentro de un día, cuando yo ya estaré suficientemente lejos (o cerca, nunca lo sabrás), daréis a esta persona por desaparecida y un policía (puede que seas tú, amigo mío) llamará a esta puerta, y encontrará esta carta y este magnífico espectáculo que dejo atrás. Espero que lo sepáis apreciar.

Me levanto y busco en la nevera algo que beber. Tanto ejercicio me ha abierto el apetito. Encuentro una botella de leche a la mitad y me la acabo. Tiro el brick vacío a una bolsa de basura para que no puedas encontrar pistas de nada, y enciendo el equipo de música que este tipo tiene al lado del televisor. Suena Bach. Tenía buen gusto, el pobre diablo.

¿Sabes? La música clásica siempre ha tenido la propiedad de amansarme. De alguna manera calma las ansias rojas que siempre, en todo momento y a toda hora, guardo dentro. La armonía en las notas, esas pautas matemáticas y exquisitas que se convierten en sonidos, esas subidas y bajadas en los ritmos, esa total ausencia de un ritmo definido como en las músicas actuales, carnaza para estridentes baterías y ciclos de sonidos repetidos una y otra vez… Si, creo que la música clásica, de alguna manera, es capaz de definir mis pausas de comportamiento. Impredecible, fruto de una vacuidad de la que soy totalmente consciente y en la cual me recreo.

Te equivocas si crees que siento miedo, o asco, o alguna de esas cosas que indiquen remordimientos. Como te he dicho, soy un psicópata, y soy plenamente consciente de ello. Dentro de mí no hay nada, y fuera de mí todo es fachada.

La canción ha acabado, y comienza a ser hora de que me vaya. Para cuando encuentres esta nota, sobre la caja, en este cuartucho ensangrentado, yo estaré ya en mi guarida. Sí, me gusta pensar en ella como una guarida, no como en una casa o piso o alojamiento normal. Porque lo que contiene es a mí: una bestia con apariencia humana, un lobo con piel de cordero grapada a su lomo, un monstruo fabricado con retales de sí mismo que hace muchos siglos que se convirtió en su propio creador.

Recuerda: si crees que lo que te rodea al leer estas líneas es inhumano, te aconsejo que no abras esta caja. Con sinceridad te digo que lo único que hay son fotos; el contenido de las mismas ya te lo puedes imaginar. Pero te advierto de algo… esa sensación que te rodeará, ese cosquilleo, esa especie de fascinación horrorosa que te hará desplazar la tapa y ojear su contenido… ah, amigo mío… no hace más que confirmar la eterna sospecha que todo ser humano tendrá siempre sobre si mismo.

Que todos tenemos un lobo dentro, y en todo caso algunos lo sacamos y tomamos la carne y la sangre. Y que, como en tu caso, existen otro tipo de lobos. Los que permanecen detrás de la manada y observan como la presa muere, y se fascinan horrorizados ante el cadáver y la desgracia.

Y en las noches más oscuras, pasados unos días o meses o siglos, intentarán olvidar lo que quisieron ver.

Recibe un cordial saludo,

Firmado: Yo.

"Cuadro" según Púrpura Tenue

20 de marzo de 2008


Cuando cumplió los 21 años, Lavell, cansado de la compañía de los humanos, se refugió en el lugar más remoto del mundo. Caminó cien días seguidos y durmió cien noches a la intemperie hasta encontrar el sitio perfecto donde establecerse y empezar una nueva vida. Inspeccionó el territorio, rastreó hasta el último rincón y subió al punto más alto hasta cerciorarse de que no existía rastro de civilización alguna por los alrededores.
Por primera vez en su vida, Lavell lloró de alegría, pensó que sería feliz al abrigo de aquel lejano e idílico lugar creado por los dioses. Se construyó un pequeño refugio en la copa de un árbol y con las hojas más grandes que encontró esparcidas por el suelo confeccionó una cama donde pasaba la mayor parte del tiempo. Le gustaba acostarse boca arriba, con los brazos extendidos y contemplar la metamorfosis del cielo, desde el amanecer hasta la noche. ¿Cuántas personas estarían viendo en aquel mismo momento semejante maravilla? ¿Cómo harían los dioses para conseguir aquel espectáculo de colores? ¿Le echaría alguien de menos? Tres atardeceres después, sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de unas risas de fondo. En un principio, Lavell pensó que era el hambre, que le hacía desvariar. Con todo el jaleo, desde su repentina huída hasta la construcción de su refugio, apenas había comido en condiciones. Miró a su alrededor y, aunque no alcanzaba a ver a nadie, las risas y murmullos continuaban. ¿Se estaría volviendo loco? Como los ermitaños que vivían a las afueras de su aldea, gente de la que, cuando era chico, su abuela le contaba historias, personas que sin poder hablar con nadie, terminaron por perder el juicio, asustando a las muchachas y chiquillos que pasaban por los alrededores. Lavell se desesperó y pensó que no podría estar ocurriéndole a él. No, él no quería terminar convirtiéndose en un ser huraño, en el monstruo del cuento que aterra a los niños. Desconcertado, decidió seguir las voces y demostrarse así mismo que aquello no podía ser una fantasía de su mente. Con los pasos de un cazador se adentró en la espesura de su paraíso particular. A medida que avanzaba, el sonido empezó a hacerse más cercano. Ahora Lavell podía distinguir diferentes voces, todas femeninas y curiosamente extrañas. En cuclillas, escondido tras unos matorrales, descubrió a un grupo de muchachas bañándose en un manantial. Sin poder quitar ojo, permaneció como una estatua sin atreverse casi a respirar y sin perder detalle de los movimientos de las jóvenes que parecían danzar en el agua. Seis días seguidos contempló el ritual. Cada muchacha portaba un candil, un pequeño fuego que Lavell identificó con el alma de un mortal en su recorrido al más allá. Emocionado, empezó a sentirse atraído por una de las mujeres, la que parecía no encajar con las demás. Sin apartar la mirada de la joven, vio cómo acariciaba el candil, sonriéndole y acercándoselo al rostro, jugando con la llama y murmurándole unas palabras que Lavell, desde su escondite, no alcanzaba a comprender. Desolado pensó que no tenía ninguna oportunidad, que aquélla, debía ser una criatura divina, a años luz de su condición de mortal y que, para poder acercarse a la muchacha, tendría que morir y rezar para que sólo ella transportara su luz hacia el más allá.
Aquella noche, Lavell no pudo dormir, su lecho se había convertido en un compañero hostil y el manto del cielo, abandonado por las estrellas, se presentó más oscuro que nunca. Como un autómata se dirigió hacia el manantial. Ya no tenía ganas de esconderse más. Había pasado mucho tiempo sólo y pensó que, después de estar acechando a las muchachas del agua durante días, lo justo era presentarse. Sentado en la orilla sonrió al imaginar la cara que pondrían. Entonces cayó en la cuenta que, por primera vez, ella le vería. Se sintió desfallecer. Tumbado en la hierba soñó que la muchacha dibujaba pequeños surcos en su pelo mientras le besaba los párpados. La piel se le erizó al notar una caricia. ¿Acaso seguiría soñando? Lavell se incorporó y cuando vio cómo los brazos de la joven le invitaban a seguirla pensó que sólo podía estar muerto.

"Cuadro" según Negro Índigo




La mujer tomó aliento y cerró sus grises y ancianos ojos. Parte de un largo pelo canoso la cubría un lado del rostro. Parecía dormida, aunque las arrugas de la frente denotaban una gran concentración. Entonces, cuando menos parecía que iba a hacerlo, comenzó a hablar:

- Veo a un joven. Un joven como cualquier otro, sin ningún rasgo en especial. Está cazando ninfas, a la orilla de un río. Ellas le observan, aunque él muestra más interés que ellas. Ellas mantienen la curiosidad, y una cierta intriga por algo más bien lejano a su mundo. Él lleva a cabo una búsqueda, una búsqueda en pro de ganancias. Aunque por contra, su búsqueda le puede acarrear numerosas pérdidas.

Todas ellas tienen el aspecto que él desea. En todas ve lo que quiere ver, y por eso le gustan. Le resultan agradables y satisfactorias, porque cumplen con sus expectativas. Se diferencian en lo que representan, en lo que pueden otorgarle según se decida por una o por otra.

Hay muchas y muy diferentes, y se aparecen según los intereses de cada visitante. Nunca acuden todas juntas, porque unas y otras son en ocasiones opuestas.

Una de las ninfas que más cerca de él se encuentra, es la que se refiere a su éxito. Bien es cierto que a él le va bien, porque cada cosa va llegando a su momento. Sale victorioso de los objetivos que se propone, y está llevando a cabo con satisfacción numerosos proyectos. No puede quejarse, pero aún así, anhela más.

Un poco más a la izquierda está la que cuida el aspecto del amor. Él conoce el amor, lo acaricia con sus dedos cada día, le susurra al oído cada noche. Pero no sabe reconocerlo, y por ello ha dejado de ser suficiente. Necesita la novedad, sin preocuparse por lo que pueda perder. Aunque puede que no sea amor exactamente lo que está buscando, de esto también anhela más.

La tercera se encuentra un poco alejada, y es la que habla del dinero. Él tiene lo que todo el mundo, incluso más que la mayoría en ocasiones. Tiene bienes materiales que le satisfacen, o al menos lo hacen temporalmente. Y tiene la posibilidad de adquirir más, puede darse caprichos cuando le apetecen. Pero aún así, anhela más.

A su derecha rodeada de nenúfares está la que corresponde a la suerte. A esa la conoce bien, aunque él no lo sepa, porque la suerte suele estar de su lado. Las coincidencias no existen, y las cosas suelen salirle bien. A veces antes, y a veces se toman su tiempo. A pesar de ello, él anhela más.

Detrás de ella está la de los deseos, siendo ésta la que más le interesa. Lleva un buen rato mirándola, y ella lo mira a él. Aunque de nuevo, cada uno lo hace por causas diferentes. Contra más deseos ve cumplidos, más pide. Y se está haciendo difícil de complacer. Ha visto consumadas muchas de sus expectativas, de sus sueños. Y a pesar de ello, anhela más.

La última de ellas, la que más alejada se encuentra, es la que corresponde a la felicidad. Es esa gran incomprendida. Nadie puede exponer cuán feliz es, a no ser que tiempos de infelicidad le acosen. Entonces es cuando se echa la vista atrás, y se desea volver a lo que se tenía. Pero mientras todo va bien, él se encarga de ver los puntos negros. Se ha centrado en lo malo, y ya no es capaz de distinguir lo bueno. Ha olvidado los detalles, ha olvidado los contrastes. Ciertamente, es una persona feliz, aunque él no se lo crea y nunca se vea satisfecho. Y es que aún así, anhela más.

Parece que ha terminado de observarlas, y se inclina sobre ellas. Pero no se decide por una en concreto, sino que las quiere abarcar a todas. Y ellas, asustadas, corren y se apartan. No quieren tener nada que ver con él. Su curiosidad se ha visto satisfecha por sus visiones, y no las ha gustado lo que han visto.

Él se inclina tratando de atraparlas, y cae al agua. Lo que eran aguas de río apacibles y cristalinas, se han convertido en un pozo oscuro e interminable. Habiendo tenido todo al alcance de su mano, pero no en las ninfas, sino en lo que ya poseía, lo ha perdido. ¿Por qué? Por saber mirar, pero no saber ver.

En ese momento abre los ojos y mira directamente a la joven que tiene enfrente, la joven que busca respuestas. La mira, y la pregunta:

- Y tú, ¿sabes ver?

"Cuadro" según Fucsia Anorak




Ase fuertemente la fina muñeca del portentoso brazo derecho. Por encima del codo derecho, le tira hacia ella, una de las siete ninfas. Tiene la misma voz que él. Todas tienen la misma voz que Narciso, el de los ojos ligeros. Pálidas y delicadas, cuidadosas obreras de una misma reina, la belleza. Todas le miran, absortas y seductoras. Tiene una adusta ánfora sujeta con el brazo libre. Para destruirlas, tiene que beberse todo el agua del silvestre estanque y, apenas haber empezado, ya han aparecido ellas.
Su omnipresente poder no reside en su apariencia, sino en la nuestra. Ellas son una luminosa proyección de uno mismo. La bondadosa belleza de Narciso es asimilada como siete hermosas ninfas.
Ha llegado a este lugar por masturbarse. Mientras lo hacía, extasiadamente pensaba en lozanas mujeres. Pero, durante un infinito segundo, le ha aparecido la imagen de otro peludo hombre. El inesperado choque de imágenes le ha hecho aparecer en otro lugar. Un esplendoroso templo, aunque derruido por Ares. Los nostálgicos escombros son confortantes. Anonadado, Narciso, el de los ojos ligeros, ha empezado a levantarse, pero ha aparecido una nube negra que ha dicho: Némesis ordena a que superes una prueba.
He, intuitivamente, ha cogido una sosa ánfora y ha marchado hacia el verdoso estanque.
No puede pararlo, dejar de contemplar a las siete sinuosas ninfas. Ellas son él. Él es ellas.
Desiste de ofrecer resistencia al sigiloso tirón, y se remoja tímidamente hasta media cintura. Todas las bonitas ninfas se abalanzan hacia él, le empiezan a abrazar plácidamente y acariciar. Recula, se aparta de los cómodos abrazos y consigue atrapar a una de las agradables ninfas. Rodea con sus manos su lánguido cuello y la estrangula con fuerza. El resto, a pesar de su acto, prosiguen con sus espeluznantes caricias. Y Narciso, el de los ojos ligeros, continúa una por una estrangulándolas con firmeza.
Lo ha hecho, pero no ha vencido. Se sienta en la breve orilla del bucólico estanque. Se ha matado a sí mismo. Ha perdido. Llorando, se aferra con sus rugosas manos al su precioso cuello y empieza a apretar, hasta que él deje de existir.


Han pasado unos siglos y Narciso, el de los ojos tristes, aun está estrangulándose. Ha empezado a echar raíces.

"Cuadro" según Negro Sable




Salgo por la mañana a trabajar. Subo al transporte público y procuro evadirme. Me paso tantas horas como el capullo de mi jefe quiere encerrado en mi pequeño despacho. Salgo por la puerta de la oficina cuando ya no quedan rayos de Sol en el cielo. Camino un rato, miro el triste paisaje a mi alrededor. Vuelvo a coger el transporte público y regreso a casa, sin energía.

En casa, comienzo a ver las facturas acumuladas. Me paso las noches en vela haciendo números para pagar el piso, el coche, la comida… en resumen, para poder llegar a final de mes. Sin solución aparente, sigo cavilando. Me agobio por si podré mantener mi asqueroso trabajo, que a fin de cuentas, es el que tengo y el que me hace falta.

Llega el fin de semana, y me dispongo a dar un paseo. Las calles me parecen cada día más y más sucias. A mi alrededor, un ruido incesante que no soy capaz de procesar. La gente choca entre sí sin tan siquiera mirarse a la cara. Me cruzo con miles de personas en pocos minutos y veo pobres tirados por las aceras, drogadictos que sin pudor se meten mierda en público, borrachos mostrando el límite del patetismo humano, niñatos jugando a ser adultos, adultos comportándose como niñatos y por supuesto, muchísimos rostros anónimos que como yo, no destacan en nada y que sencillamente se limitan a pasar por la vida.

Sigo paseando, pero no logro la tranquilidad. En cualquier esquina, me puede estar esperando un ratero dispuesto a llevarse mi cartera, con el poco dinero que me queda para pasar el mes. O como tenga mala suerte, algún temerario al volante que se me llevará por delante con su coche tuneado o un “colgao” que creerá que le he mirado mal y me dará una paliza.

Por la noche, hablo por teléfono con mi hermana pequeña. Me cuenta que en el colegio ha aprobado un examen por los pelos, y que sus amigas han roto con el novio, se han ido a la discoteca cual, que menganita fuma y que fulanita se ha quedado preñada.

Lo único que me mantiene con ánimo son sus caras, omnipresentes en mi vida desde hace varios días. Rostros perfectamente trabajados para atraer las miradas, palabras con carisma para levantar los ánimos.

Son como ninfas de río o sirenas de mar. Me cantan y me atraen. Me susurran al oído que me vaya con ellas, que les de mi amor para que puedan solucionar todos los problemas. Me acarician y sonríen. Me hacen ver que en cuanto me sumerja en sus mágicas aguas, mi mundo cambiará.

No volveré a preocuparme de la hipoteca, no volveré a quedarme sin trabajo, mi hermana estudiará mil idiomas y volverá a conocer el respeto en las aulas, los malos se esfumarán y en general, todos iremos por la calle felices, dándonos los buenos días y apretando nuestras manos como en un musical de Broadway. Todo eso, con tan solo entregarme, con darle mi amor a la más bella de las sirenas.

Me intrigan sus cantos. Me excitan sus movimientos. No puedo más que contemplarlas a todas. “Se preocupan por mí”, pienso en mi interior. “Ya no volveré a sufrir”, me digo mientras esbozo una sonrisa. No puedo evitar acercarme al día D, a ese límite que marca la diferencia entre el prosaico suelo que piso a diario y las aguas aromáticas en las que dicen moverse cual poesía decimonónica las sirenas.

Me inclino y extiendo mi brazo para tocar a la diva que va a convertir mi vida en un sueño. Ellas se acercan a mí. Se pelean entre ellas para que yo sea su hombre. No me lo puedo creer. Sin darme cuenta, mi cuerpo se adentra en las aguas y consigo abrazarme a la sirena de más bello canto. De repente, todas se ríen. Me señalan, empapado y con cara de tonto, tras lo cual salen nadando. Y allí estoy yo: solo, desengañado y manipulado.

Cuatro años más.

"Color" según Gris Ceniza

1 de marzo de 2008

Gris Ceniza.


Para muchos el color gris significa tristeza, apatía, frialdad, pero para mi es todo lo contrario. Gris es lo más lejos que puedo encontrarme de los extremos blanco y negro, y es sinónimo de elecciones, de oportunidades, de puertas abiertas. Odio los extremos, es como ponerse entre la espada y la pared. Tampoco creo en una verdad única, y tener que escoger entre “si o no” me limita, me presiona, me encoge… así que siempre intento buscar una opción más. Es mi naturaleza, como la del Gris, que no es puro sino una mezcla, que se acerca a todos pero nunca termina de mezclarse con nadie debido a su pasado impuro; indeciso e incierto pero irrebatible, como la hora de las brujas, la magia, el diablo o la vida en el más allá.

Las cenizas son el fin de alguna cosa pero ciertamente también son el inicio de otra. Esta idea me obsesiona desde hace años: la vida es un círculo cíclico. Un ente mortal que es consumido y consume a otros para poder realzarse. Vivimos en constantes altibajos, nos alzamos en nuestros momentos de esplendor y nos debilitamos lentamente hasta quedar casi inertes esperando una nueva oportunidad para completar este ciclo y empezar uno nuevo. Diría que las cenizas viven el mismo fenómeno una y otra vez, y yo me siento así muchísimas veces.

Creo que el Gris Ceniza me define bien: cercano a todos pero incapaz de comprometerme del todo, dialogante e indeciso a la hora de tomar una decisión. Me rodeo de proyectos que esperan a ser rescatados desde su explosivo nacimiento; caigo y me levanto sin llegar nunca a comprender el porque de las cosas, sin aprender de mis errores, esperando que el siguiente paso sea uno que abra una nueva puerta. Y sobretodo un buscador nato de sensaciones que disfruta más en la búsqueda que con el premio.

"Despedida de un infiel" según Púrpura Tenue.

Aquella parecía una mañana como tantas otras. Beatriz había puesto el despertador a la misma hora de siempre, con el tiempo justo de vestirse y tomarse el primer café del día, prácticamente frío. Sentada en la cama, sonrió al recordar cuántas veces se había prometido así misma que cambiaría aquella rutina diaria, que se despertaría más temprano y que aprovecharía mejor el día. Por lo menos le daría tiempo a tomar un desayuno en condiciones. Pero luego, ya devuelta a la realidad, pensó que aquello jamás sería posible, que hay cosas que no hay manera de cambiar.
Sobre todo, a Beatriz le gustaba el trayecto de su casa al trabajo. Montarse en el coche y sintonizar su emisora favorita, dónde la música comercial era una utopía. A su lado, en el asiento del copiloto, lápiz y papel esperaban, ansiosos, por ser utilizados. Era raro el día que no escuchara una versión o un tema nuevo, totalmente, desconocido para ella, capaz de convertir su atmósfera en algo hipnótico, acelerando hasta la última gota de flujo sanguíneo. Siempre se las ingeniaba para conducir y escribir a la vez, aprovechando el tráfico y las continuas paradas para anotar cualquier información sobre el nombre de la canción o intérprete para luego, una vez en el trabajo, buscar la pista por Internet.
Esta costumbre, la de tener lápiz y papel a mano, se la había copiado a Javi, un fanático de la música, con pinta de estrella de rock y grandes dotes de seducción. En realidad era un canalla egocéntrico y algo mentiroso que terminó por dejarle el corazón hueco y un gran déficit emocional capaz de cuestionarle el sentido de la amistad.
Todavía en la cama, Beatriz recuerda las tardes de domingo en la barra del bar. Marta, Javi y ella. El “Triángulo de las Bermudas”, como solía decirles cuando iba completamente borracha. Nunca faltaban a la cita: música electro rock, cerveza de importación a manta, alguna que otra conversación banal y un desfile miradas intrigantes entre los tres.
Había tensión desde que Marta le confesó que se sentía ‘atraída por Javi’, que se ‘habían hecho muy amigos y que solía grabarle c’ds. Beatriz no dijo nada porque sentía que el corazón de Javi todavía le pertenecía. Después de todo lo que habían vivido juntos, él seguía poniéndola a prueba y que, si flirteaba con Marta, tan sólo era para vengarse del daño que ella le había hecho.
Beatriz recordó el email que Javi le mandó. Todavía no se había vestido y, aunque ya iba justa de tiempo, encendió el ordenador dispuesta a recordar las palabras que terminaron por cambiarlo todo. Ahí estaban, a la izquierda de la bandeja de entrada, los once emails que había intercambiado con su querido ‘holandés errante’. En su desesperación, abrió el último con fecha de 7 de febrero de 2004 y leyó las palabras que, por miedo, nunca nadie se atrevió a pronunciar en voz alta:
No me ha llegado ningún sms tuyo ni ayer ni hoy. Vi una llamada perdida de un número privado pero no sabía que eras tú. No soy adivino... Dime, ¿qué valor tiene una llamada perdida con número oculto? Para mí, ninguno. Y cuando aparece tu número..., sólo es un toque, un saludo y si, además, no me llegan tus sms... (me llegan los de todo el mundo menos los tuyos). Como tú bien dices, esto parece el puto Triángulo de las Bermudas… ¡Tú me dirás! Hasta hace poco, para mi eras lo más importante pero tuviste que mandarlo todo a la mierda y todo por un tío al que nunca le importaste. Dices que sientes ‘una angustia terrible’, unos celos desmedidos que te queman por dentro cada vez que quedo con Marta. Sabes, yo soy incapaz de describir cómo me sentí cuando te vi con él. En fin, ya es demasiado tarde, supongo que tendrás que vivir con ello. Tal vez te mereces todo esto y, aunque es verdad que he evitado responder a todas tus preguntas, la verdad es que ya no sé qué decirte. Estoy agotado. Quizá sea una respuesta cobarde por mi parte, sin dar la cara y sé, que a medida que lees estas líneas, más me odiarás. Seguramente ahora mismo piensas que todo este tiempo te he estado engañando y razón no te falta porque he negado hasta la saciedad lo que era más que evidente, pero recuerda que tú empezaste todo esto. No creo que sea buena idea que nos volvamos a ver.

Apenas terminó de leer la última línea, Beatriz se volvió a la cama y hecha un ovillo cerró los ojos con la ilusión de no despertar jamás.

"Color" según Azul oscuro casi blanco

Azul oscuro casi blanco.


Yo no me veo de ningún color. De hecho ni me veo. Hubo un día en que me dijeron que el azul era mi color. Me lo creí, como tantas otras cosas. Si hubiese un nombre para un color cambiante ése sería el mío. Porque no acaba de ser divertido el hecho de levantarte de blanco para más tarde desayunar en rojo. Llevas a los niños al colegio en verde. ¡Vaya por dios! Te has dejado el almuerzo de uno de ellos. Vuelve a casa en amarillo. Llegas tarde a la oficina y con marrón a cuestas. “Hola”. Ya ha llegado la hora de comer y parece roja. “Hola, hola”. Ves el telediario y te vuelves un poco azul. “Hola, hola, hola”. Toca ir a por los niños al cole y llevarlos a clase de karate y parece que ahí ya no hay color. “HE DICHO HOLA”. ¿Qué? “No me escuchas”. ¿Quién eres? “Vayamos a hablar a otra parte”.

- Sí, éste es un buen sitio.
- ¿Que hacías en mis pensamientos?
- SOY tus pensamientos.
- Excelente, ¿qué es lo que quieres? ¿dinero?
- Idiota. ¿A quién le estabas explicando todas esas gilipolleces?
- A mí mismo, supongo. Te noto ciertamente irritado.
- …Si yo soy tus pensamientos podrás entender que me estuviesen incomodando tus películas mentales. Sabes lo que somos porque lo somos.
- Vaya, ¿y qué somos?
- Durante tu infancia te hinchaste a ver películas americanas de adolescentes y entonces te creaste a TI aún teniéndome a MI. Abriste la puerta y sin darte cuenta se te cerró en la cara. Nada, absolutamente nada, salió como querías a pesar de que yo te quería ayudar. Te volviste azul, oscuro, y cada vez más negro.
- Y que a los niños no les ha ido bien la clase. Habla con su profesor. No te entiendes con él porque es japonés…

…luego que ya no me acuerdo ni que queríamos hacer de cena. Que si encima le duele la cabeza. “Ei.”¿Tendremos hormonas los hombres? “Eres muy cansino”. ¡Calla!
“Tú mismo…” Noche de sesión de cine. Hoy nos toca Casablanca. “Bien.” Es realmente única. “Quién”. La película. “Ah. Siempre nos quedará París”. ¿Tú crees que París será de color blanco? “Quién.”

"Color" por Blanco Hielo

Blanco Hielo.


Aséptico. Me gusta lo aséptico, y la palabra aséptico. Tanto como la claridad, la sencillez, la frialdad. No me atraen, ni mucho menos me identifico con sentimientos exaltados, con la pasión o los arrebatos, ni mucho menos con las cosas extremadamente determinadas. El color blanco, sin embargo es la mezcla de todos los colores a la vez para formar la luz, es una pluralidad compleja que da lugar a la claridad, y por eso me gusta y me hace sentir identificada. Por otro lado, y más en relación al taller, mi “Blanco hielo” tiene relación con una de mis obsesiones literarias: el frío. Es una constante en mis textos, es decir, debe haber algo en mi subconsciente que siempre me lleva a que este elemento esté presente en todo lo que escribo (igual que otras cosas, como los trenes, por ejemplo): la mayoría de mis historias se ambientan en lugares norteños y a muy bajas temperaturas.En definitiva, el blanco y el hielo se asocian a montones de cosas con las que me identifico y que me agradan: la luz, la claridad, la simplicidad, la indeterminación, el frío, el norte, el comienzo, el estatismo, la paz, la pureza.

"Color" según Blanco Niebla

Blanco Niebla.


Nublado, lo veo todo nublado, como en una tarde de niebla; camino sola por una calle vacía y siento cómo ese frio, esa humedad se introducen en mi cuerpo sin pedir permiso y se hacen huéspedes de mi organismo. Mi vida podría ser eso, un paseo angustioso por una calle vacía en un día de espesa niebla. Parece angustioso, pero con los primeros rayos de sol la niebla desaparece y solo queda escarcha que se esfumará sin dejar rastro, sin que nadie tenga ni el menor atisbo de su existencia. La niebla es espesa, fría, oculta tras su sombra todas las formas de vida que existen tras su paso. Disfraza los escenarios, los personajes de este teatro que es la vida. La niebla no sería más que un telón tras el cual se ocultan secretos, dudas y personalidades dispersas, un color, blanco niebla, tras el cual me siento aletargada y protegida. Llamémosle a esa niebla, una máscara de teatro griego, una imagen burlesca de mi misma tras la cual se oculta mi personalidad, aquella que solo unos cuantos privilegiados pueden descifrar. En realidad el blanco niebla es un modo de vida, la forma de ser de uno mismo, la manera en la que nos enfrentamos a los hechos que nos rodean, en definitiva la forma de ver la vida, y yo, la veo blanco niebla.

"Color" según Naranja Venenoso

Naranja Venenoso.


Porqué elegí naranja venenoso?
Primero porque es el color que más me gusta. Después porque es una mezcla de dos colores primarios muy llamativos, el amarillo y el rojo. El amarillo, el color del sol y el color gafe por naturaleza. Me considero una persona medio gafe, así que el naranja es un color que me define ya que soy medio gafe… y el rojo, es el color de la pasión, el color del amor, pero también el color de la sangre,… así que también soy un poco apasionada y sangrienta, aunque cuando veo mi propia sangre tengo tendencia al desmayo, así que por eso no elegí el rojo y me quedé con el naranja. El naranja también, tiene matices como el ámbar en los semáforos, ya que esta entre el verde y el rojo, es el de pase con precaución… amigo conductor, pues también me considero prudente o más bien, algo precavida.
También elegí el color naranja porqué a parte de ser un color y un adjetivo, también puede ser nombre, por ser el nombre de una fruta, la naranja, de la China o de Valencia, tienes donde elegir, pero para que quieres irte a la China teniendo las Valencianas? Tan dulces ellas y jugosas? Redondas con sus gajos perfectos aunque muchas veces ácidos. La naranja es una de esas frutas que hasta que no las abres y las pelas y las pruebas no sabes como te saldrán, si dulces jugosas y sabrosas, o por el contrario, secas, amargas o ácidas y con ese regusto a medicina… nunca se sabe a que sabrán, es como abrir la caja de Pandora. Lo que no me gusta de ellas es pelarlas porque tienen esa piel blanca que se pega tanto entre los dedos y cuando tienes grietas y cortes en tus dedos su jugo te escuece y te duele tanto con su toque amargo y a la vez dulce como la miel, y luego al terminarla te queda impregnado el olor a naranja durante todo el santo día!!!
Pero con ella se pueden hacer otras cosas a parte de comerla, como los zumos… los zumos naturales de naranja son los mejores y te aportan cantidad de vitaminas, sobretodo la vitamina C. Ese elixir a primera hora de la mañana con un poco de azúcar o sin él.
Por eso elegí el color naranja por sus múltiples matices y variedad de opciones cuando escuchas la palabra naranja. Ya que es uno de mis colores favoritos a parte del negro y el gris.
Venenoso, naranja venenoso… elegí lo de venenoso porqué lo de venenoso le da un toque mortal al naranja, un toque más serio, ya que el veneno sin antídoto acostumbra a ser mortal. Así el venenoso le da al naranja un aire de seriedad y de peligro que por si solo el naranja no tendría.

"Color" según Fucsia Anorak

Fucsia Anorak.



Candidato uno

Entrevistador-¿ Por Qué?

Candidato uno-Anorak porque es útil, Fucsia porque es hortera


Candidato dos

Entrevistador-¿ Por qué?

Candidato dos-Porque son dos palabras que evocan a la década de los ochenta, a mi niñez


Candidato tres

Entrevistador-¿ Por qué?

Candidato tres-Porque soy un espía rumano y pensé que la mejor manera de pasar inadvertido era llamando la atención. Y entonces pensé en una prenda de un color chillón que captaría toda la atención en mi apariencia física no en mis ojos, donde se reflejan las verdaderas intenciones.


Candidato cuatro

Entrevistador- ¿ Por qué ?

Candidato cuatro-porque soy un ninja fashion

Candidato cinco

Entrevistador- ¿ Por qué?

Candidato cinco- A ti te lo voy a decir...

"Color" por Negro Sable

Negro Sable.


Negro y sable en realidad son lo mismo, en concreto “sable” es el nombre del color negro representado en la heráldica.

- El negro representa el poder, la elegancia, la formalidad, la muerte y el misterio. En mis escritos, los personajes suelen creer que son poderosos, tienen un modo de actuar y de comportarse obsesivo (su “elegancia”), son seres serios y formales, matan o mueren y hasta el final de los escritos, nunca saben cuales van a ser las consecuencias de sus actos.
- Es el color más enigmático y se asocia al miedo y a lo desconocido. Los personajes de mis escritos nunca rebelan cual es su verdadera intención y pretenden atemorizar para enmascarar su propio miedo.
- El negro representa también autoridad, fortaleza, intransigencia. También se asocia al prestigio y la seriedad. Mis personajes suelen ser fuertes, duros e intransigentes con ideas contrarias a sus objetivos. Buscan siempre obtener un prestigio o un fin superior.
- En heráldica el negro representa el dolor y la pena. Normalmente mis personajes acaban mal y siempre está presente la muerte como vehículo narrador u objetivo final.
- Aumenta la sensación de profundidad y perspectiva. Procuro que mis personajes sean profundos, caóticos en pensamiento e ideas, de modo que la perspectiva del lector pueda ser distinta en función de la persona.
- Es típico su uso en museos, galerías o colecciones de fotos, debido a que hace resaltar mucho el resto de colores. Contrasta muy bien con colores brillantes. Mis personajes e historias contrastan normalmente con mi percepción de la realidad. La maldad, el odio, la tristeza o la misma muerte no dejan de ser el fondo que permite que brillen con más intensidad sus fuerzas opuestas y a priori, las buenas de la vida.

¿Por qué negro? Porque creo que es el color que mejor resume mis pretensiones literarias y a mis personajes, y por contrapartida, a mí mismo.

"Color" por Púrpura Tenue.

Púrpura Tenue.

Llegué pronto, con “muy malas pulgas” y morada, muy morada. Nunca he sido una persona paciente así que mi entrada a este mundo no pudo ser de otra manera: sin avisar, dando “por saco” y mostrando tal grado de impertinencia que hasta mi propia madre me ha confesado que incluso llegó a arrepentirse del momento de mi concepción. La pobre, nada más verme, pensó que me pasaba “algo raro” porque el color de mi piel no parecía “normal”. Según ella, “era demasiado estridente” y más que el tono morado habitual, el normal de un bebé, recién parido y casi en carne viva, el mío era de un color púrpura, casi enfermizo… Y creo que razón no le faltaba. A mis 28 años recuerdo mi infancia siendo una cobaya de laboratorio, insolente y rabiosa al ver cómo me robaban cada gota de sangre aunque, a veces, aguantaba, tratando de ser lo menos expresiva posible, hasta la última lágrima. Recuerdo cómo mis brazos, delgaduchos y llenos de cardenales, tardaban siglos en curar. En invierno parezco un personaje de Tim Burton, de piel pálida, incipientes ojeras y sonrisa triste, mientras que en verano tiendo a enamorarme de los últimos resquicios del día. Me gusta contemplar cómo los tenues rayos de sol descienden, casi devorados, por los tonos purpúreos de una noche impaciente por salir. Casi como yo…
No sé si ahora, tú que lees estas líneas, tienes una remota idea de ‘por qué’ elijo este color (y que hago egoístamente muy mío), pero, en materia de colores, creo que no exista ningún otro capaz de reflejar, ni siquiera un atisbo, de mi encantamiento…

"Color" por Negro Índigo

Negro índigo.

El negro es el color más oscuro. De hecho, el negro puro es la ausencia de color y de luz. A menudo es utilizado con connotaciones negativas asociadas a supersticiones, la muerte, el luto, lo oscuro, el mal. Aunque para ciertas culturas, es más bien todo lo contrario. Dejando a un lado las comparaciones [el mal no existe sin el bien, lo negativo no tiene sentido sin lo positivo], en mi caso lo elijo por mi forma de ser, por mis preferencias. Representa la no atención, el silencio, la elegancia, el poder, la seriedad y la autoridad. Pero todo de una forma muy desapercibida. Así mismo, he leído que el exceso en el uso del negro produce distancia, y es intimidatorio. Teniendo siempre en cuenta que todo extremismo es desaconsejable, esas características también me atraen y tienen que ver conmigo en cierta forma.

El índigo es el color que se le da al añil. Dicho de otra forma, es el color del arbusto del que proviene el tinte añil, pero se usa como sinónimo del color añil [me gusta más como suena índigo, cuestión de preferencia]. Esto tiene más que ver con lo que hago, que a la vez en cierta forma me define. En cromoterapia se dice que el color índigo posee propiedades narcóticas, siendo útil para eliminar el temor a la oscuridad así como para tratar ciertos desórdenes mentales y emocionales [lo cual tiene que ver con mi profesión]. El añil va también asociado al sexto chakra. En ese contexto, representa la espiritualidad relacionada con los hechos de la vida, el conocimiento y la percepción, así como con la intuición.

Además, la combinación de ambos colores podría dar como resultado el tono de un cielo a medianoche, lo que es mi fragmento de día preferido.