"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN BLANCO NIEBLA

23 de enero de 2008



Aquella era la caja, en la que estos últimos días, había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que debían ser olvidados. Había decidido guardar aquella caja en el sótano que teníamos en la cabaña de mi abuelo, nunca nadie podría imaginar qué secreto guardaban aquellas cuatro paredes.

Como cada mañana me desperté a las 6:30am, con esa musiquilla típica de los terminales móviles chirriando en mis oídos; le robé unos minutillos más a la cama y me desperté dispuesta a pegarme una ducha rápida para poder ocupar mucho más tiempo en el desayuno que como cada mañana estaba compuesto de tostadas con mantequilla y una buena taza de café. No podía pasar el día sin café, era el que me mantenía despierta durante toda la dura jornada de trabajo, como tampoco podía pasar sin el cigarrillo mañanero, algún día dejaría de fumar, algún día. Todos mis movimientos estaban cronometrados, desde que me sonaba el despertador hasta que salía por la puerta de casa dispuesta a coger el metro. Tenía media hora hasta la puerta del trabajo y no podía perder el tiempo, los minutos corrían en mi contra.

Allí estaba, plantada frente a las puertas del estudio fumándome mi último pitillo antes de entrar a mi despacho. Tenía un buen puesto dentro de la empresa, había luchado con uñas y dientes para conseguir aquel ascenso y ponía toda la carne en el asador para que todo saliera como era previsto, para que todo estuviera a punto. Mis padres me habían pagado una carrera, querían que fuera abogada, pero el destino y mi cabezonería quisieron llevarme por un camino totalmente distinto, el del espectáculo. Nuestra empresa representaba a actores y actrices de todo el mundo, estaba presente en las mejores producciones, en los mejores festivales y en las mejores salas, éramos líderes en el sector y no nos podíamos dormir en los laureles, teníamos que seguir siendo los mejores, y eso, en parte, dependía de mi y de mis conocimientos; era, sin duda, un gran peso…de ahí derivaban quizás mi dependencia al tabaco y a la cafeína, necesitaba algo que calmara mis nervios y creía que así lo conseguía.

A las 8:30 estaba ya en mi puesto de trabajo, cogiendo llamadas, atendiendo a productores enloquecidos, a actores en paro y a guionistas noveles, todo el mundo quiere un hueco en la gran empresa que es el cine pero el camino es largo y difícil y muy pocos consiguen lo que esperan. Aquella mañana no era diferente a las demás, todo transcurría con normalidad, teníamos varios actores dentro de las mejores producciones que se estaban realizando en ese momento y nuestro gabinete de guionistas estaba realizando varios proyectos, entre ellos uno para Guillermo del Toro; se auguraba un otoño movidito pero económicamente beneficioso para la empresa; en los pasillos se respiraba felicidad aunque también nervios y mucho movimiento.

Como cada día me quedé a comer en el comedor comunitario, mi jornada laboral terminaba a las 15:00pm pero siempre salía más tarde debido a la cantidad de trabajo que teníamos. El reloj marcaba las 17:22pm cuando salí por la puerta; había quedado con el doctor a las 19:00pm así que me tomé mi tiempo y fui paseando hasta la consulta.

El doctor Ibáñez me había ayudado mucho con mis problemas, me había sido recomendado por un amigo y la verdad es que no me arrepiento de haber acudido a su consulta. Desde muy pequeña he tenido pensamientos absurdos, como que si no hacía algo, por ejemplo, encender la televisión en un momento dado, salir de casa a una hora exacta, etc., un desconocido vendría y acabaría con mi vida; sí, ya se que es un pensamiento absurdo, pero estos mismos pensamientos me hacían enloquecer y estar atada al tiempo, a las saetas del reloj, en definitiva, a mi misma. Si, sufro de crisis paranoicas agudas y no se lo deseo a nadie. A medida que han ido pasando los años las crisis han disminuido pero son de mayor grado cuando suceden. El doctor me receta fuertes medicamentos pero estos solo consiguen adormilarme; lo que más me llena son las conversaciones con él, es lo que más me tranquiliza, por eso no he dejado de acudir a su consulta.

Después de una hora y media hablando con el doctor, salí a la calle, hacía un magnifico día así que volví caminando a casa, no quería encerrarme otra vez en el metro, me agobiaba estar rodeada de tanta gente; además de que eso no era nada bueno para mi terapia.

Estaba a unos 10minutos de mi casa, eran las 21:00pm y extrañamente las calles estaban desiertas, solo se oía el ladrido de un perro y el viento que arrojaba las hojas secas de los árboles contra mi cuerpo; no me acordaba que toda la manzana estaba en obras y el paso para los peatones se hacía dificultoso, así que en contra de lo que había decidido anteriormente me dispuse rezagada a coger el metro; estaba a dos paradas de mi casa. Bajé a la estación, quedaban 10minutos para la llegaba del siguiente convoy, “10minutos!!” en la vida había esperado tanto. Estaba sola en la estación, no se oía ni un alma, tan solo el viento al circular por los viejos y oscuros túneles. De repente, una persona bajó las escaleras y se puso a unos 2metros de mí, lo miré, me miró e hizo un gesto de aprobación.


Tendría unos 45 años, vestía informal, pantalones vaqueros, bambas y polo a rayas, la verdad es que su visión no me disgustó, pero había algo que me incomodaba, estar a solas en una estación de metro vacía con aquel extraño me hacía sentirme desprotegida. De repente el chico se giró y empezó a hablarme, los segundos no pasaban, la espera se me hacía interminable.

-Hola Eurídice, que nombre más bonito. Seguro que tus padres tenían muy buen gusto. ¿A ti te gusta tu nombre?

Me giré desconcertada.

- ¿Cómo dice? ¿Cómo sabe mi nombre?
- Yo se muchas cosas sobre ti, Euridice
- Déjeme en paz, no sabe nada sobre mí, ¿Cómo sabe mi nombre?
- Eso ya no importa, el nombre es lo de menos, ahora lo que importa es que vas a morir
- ¿¿Qué??
- Lo que oyes, que vas a morir
- Usted está loco
- No tanto como tu, Euridice


¿¿Era producto de mi imaginación o aquel hombre estaba dispuesto a acabar con mi vida?? ¿¿Qué estaba ocurriendo en aquella vieja estación de metro?? ¿¿Por qué a mí?? Miles de preguntas desbordaron mi cerebro y comencé a gritar, a pedir que me sacaran de allí.

- Soy el que te ha acompañado desde que eras pequeña, el dueño de tus pesadillas, el dueño de tu locura, y ya es hora de arrancarla de cuajo.
- ¿pero que dice?
- Euridice, yo soy el causante de todos tus miedos, el causante de tus paranoias y no quiero que sufras más, yo seré el que se encargue de eso.

Intenté correr hasta la salida pero el hombre me agarró por el pelo y me tiró al suelo, yo intenté resistirme pero aquel ser, fuera humano o fuera lo que fuera, tenía más fuerza que yo. De repente oí que se acercaba el tren, tenía muy poco tiempo, estaba dispuesto a arrojarme a las vías. Me retorcía, intentaba pegarle patadas pero todo lo que hacía eran en vano, no entendía porqué ese final, que era lo que estaba pasando, no entendía nada. Veía ya las luces del convoy y tenía la cabeza en el suelo, aplastada por las manos de aquel hombre. No se cómo pero de repente sus fuerzas flaquearon y cuando iba a arrojarme a las vías conseguí echarme hacia atrás y fue él el que calló como un muñeco roto bajo las entrañas del tren. Me quedé sentada en el suelo, el metro paró pero nadie bajo ni subió y siguió su camino hacia la siguiente estación, nadie se había percatado de que en el suelo de la estación había una chica sentada con la cara llena de sangre, la camiseta desgarrada y múltiples arañazos en los brazos, era como si en aquel instante el mundo se hubiera fraccionado en dos realidades muy distintas, la de la estación de tren y la suya junto a la de aquel hombre que ahora aparecía descuartizado y aplastado entre las vías.

Lloré, me tumbé en el suelo y miré con miedo hacía el hueco que dejaban las vías. No sabía que hacer, por un momento pensé en limpiarme la cara y marcharme como si no hubiera pasado nada, también podía llamar a la policía y explicarles qué había pasado, pero quizás no me creerían, era una historia demasiado rocambolesca y además con mi expediente médico era como meterse en la boca del león. Lo que no podía hacer era dejar el cuerpo allí, alguien lo vería y llamaría a la policía, entonces la noticia llegaría a la prensa y todo el mundo se enteraría de lo ocurrido, mis huellas aparecerían en el cadáver y no habría escapatoria. Lo que hice a continuación no se me olvidará nunca.

Miré por toda la estación, extrañamente no había nadie, las obras del metro habían hecho que los vecinos no cogieran el transporte, pues días antes un socavón se había abierto a una parada de allí y había un miedo generalizado a que volviese a hundirse el techo. Junto a la cabina del revisor había unos sacos llenos de papeles; el basurero de la estación debía de habérselos olvidado. Los vacié y me los llevé junto a las vías. Mi reloj marcaba las 22:45pm, había pasado mucho tiempo desde que empujé a aquel hombre a las vías. El servicio de metro se interrumpía a las 23:00pm, así que solo tenia que esperar un cuarto de hora para tener la vía libre y así poder recoger el cadáver tranquilamente.

A las 23:00 pasó el último convoy y fue entonces cuando decidí bajar a las vías a recoger pedacito por pedacito del cuerpo mutilado de aquel desconocido que había intentado acabar con mi vida. El hierro de las vía todavía estaba caliente tras el paso del último tren, las piernas me temblaban y las luces de emergencia de la estación no me daban mucha visibilidad.
Todo estaba lleno de sangre y de vísceras quemadas. El olor a cuerpo chamuscado se había mezclado con el olor a metal y combustible de la estación e inundaba mis orificios nasales impidiéndome respirar correctamente. Comencé a introducir los pedacitos del desconocido en el primero de los sacos, el olor pestilente a sangre, venas y vísceras me hacía saltar incluso las lágrimas, el tacto de la carne me ponía los pelos de punta, y eso que todavía no había empezado con lo peor; una vez hube recogido todos los pedacitos que pude, cerré el saco y lo subí al andén. Me dispuse a recoger los pedazos más grandes, los que más asco me producían y los que peor olían. Un pie, un dedo, incluso una parte de sus genitales, todo aplastado, quemado, explosionado al contacto con el tren; pero lo más asqueroso vino cuando tuve que recopilar los pedazos de su cráneo, los trocitos de cerebro se pegaban entre mis dedos como si estuvieran cubiertos de pegamento; escalofríos recorrían mi cuerpo, bocanadas de aire contaminado de sangre llenaban mis pulmones generando arcadas de dolor e incertidumbre. Me agaché con impotencia para recoger a puñados todo lo que mi mano pudiese abarcar; el vómito recorría mi laringe y vio la luz 2 o 3 veces seguidas. Una vez tuve todas las partes de aquel muñeco roto en el saco lo subí junto al otro. Ya tenía todo bajo control, o eso creía, porque ahora lo más difícil iba a ser decidir dónde escondía aquellos dos sacos llenos de vísceras humanas. La sangre seguía cubriendo aquel trozo de vía pero nadie vería ya el cuerpo descuartizado de aquel hombre, todos pensarían que pudiera tratarse de un animal que había caído a las vías, si, un animal.

Salí de la estación, no había ni un alma, todo estaba en silencio, hacía mucho frío y la gente se refugiaba en sus casas esperando una jornada más de trabajo. Arrastraba los dos sacos como podía, el miedo hacía que fuera todo lo ligera que podía ser. Nadie me vio y si alguien lo hizo no me dijo nada. Llegué a mi piso y me tiré en el suelo a llorar desconsolada, qué podía hacer, tenía un buen marrón, había asesinado a una persona, aunque esa persona había querido asesinarme a mi, no era un asesinato en toda regla, pero yo era la culpable y nada me exculpaba. ¿Dónde podía esconder aquel cuerpo para que no fuera encontrado jamás? El olor de la carne putrefacta lo inundaba todo. No sé ni cómo pude conciliar el sueño, sería por el cansancio. Me desperté e imaginé que todo lo ocurrido la noche anterior había sido una pesadilla, pero el olor que exhalaban los sacos que había en el comedor me devolvió a la más cruda realidad; no había sido una pesadilla, era una realidad.


Llamé al trabajo y le dije a mi adjunto que no iba a ir esa mañana, que no me encontraba muy bien, que me tomaba un día de fiesta para poder descansar del agobio de toda la semana. Me senté en el sofá con los ojos irritados, sin parar de fumar, hinchada de pastillas, estuve a punto de llamar al doctor Ibáñez, pero no, no era una buena idea, tenía que solucionar todo este tema yo solita, no iba a involucrar a nadie. Me puse a pensar, dónde podía esconderlo para que nadie lo viera jamás.

Se me ocurrió una idea estupenda; mi abuelo nos había dejado a mi hermano y a mi una cabaña en la montaña, aislada de toda civilización, la cabaña tenía un sótano donde mi hermano y yo nos escondíamos para jugar al escondite, sí, era una buena idea, allí no lo encontraría nadie. Mi hermano hacía tiempo que no iba, tenía mucho trabajo y no tenía tiempo libre como para ir a pasar unos días de relax a la cabaña del abuelo, como aquel que dice, la cabaña era de mi propiedad, pues yo si que había ido alguna vez a relajarme y a aislarme de la civilización.

Saqué el coche del garaje, subí los sacos como pude pues el olor era lo peor que había olido nunca. Al llegar a la cabaña del abuelo me invadieron numerosos recuerdos de infancia y de juventud. No me hubiera gustado tener que esconder aquel secreto entre esas cuatro paredes pero no me quedaba más remedio; todas las demás opciones no eran lícitas y en todas corría el riesgo de ser descubierta. Dejé el cuerpo, o lo que quedaba de él, en el coche y me dispuse a entrar en la cabaña, todo estaba tal y como lo recordaba; me di una vuelta por sus alrededores y respiré el aire puro de la montaña que tanto añoraba. Al pasar por la parte trasera de la cabaña, donde mi abuelo guardaba sus utensilios de labranza me percaté de que había un cofre enorme, una caja de madera. Era perfecta para esconder los sacos, pues no podía dejar los sacos tal y como estaban, necesitaba un recipiente donde arrojarlos y así ocultarlos mejor.

Saqué los sacos del coche y los arrojé dentro de la caja de madera, la cerré y como pude la bajé al sótano, la tapé con unas sábanas viejas y le puse encima numerosos cacharros que por allí había. Allí nunca sería descubierto el cuerpo y en el peor de los casos, si alguna vez el cuerpo fuera descubierto, ya sería pasto de los gusanos, pero esto nunca se me pasó por la cabeza. A partir de entonces mis visitas a la cabaña fueron constantes, todo permanecía en orden y la caja de madera se convirtió en mi mayor fetiche, la caja donde había guardado mis peores recuerdos, un pasaje de mi vida que no quería volver a recordar nunca. Lo más curioso fue que a partir de aquel precioso momento en que decidí meter el cadáver de aquel desconocido, el baúl se convirtió en el lugar donde fui introduciendo todo lo que no quería ver más…trastos olvidados, fotos, etc. Todo aquel amasijo de recuerdos fueron cubriendo el cuerpo putrefacto de aquel hombre que un día me quiso asesinar.


"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN ROJO PASIÓN



Era la hora del almuerzo y sus compañeros se preparaban para bajar al restaurante situado en los bajos del edificio donde trabajaban. Sin embargo él, prefería recorrer unas manzanas más allá del río Hudson e ir al restaurante que había descubierto por casualidad en uno de sus paseos otoñales por la ciudad de Nueva York. Una forma de desconectar de la oficina y de sus compañeros a los que soportaba por imperativos legales. Cuando llegó al restaurante indicó al camarero la mesa que utilizaba habitualmente: una pequeña mesita encajonada en un velador de cara a la zona de fumadores desde donde podía observar a su extraño personaje. No tuvo problema y se sentó en su sitio habitual. Comprobó que su extraño se hallara también un su sitio, pero éste se hallaba vacío. Miró el reloj y confirmó que era la hora habitual por lo que el humo el humo de un cigarro pensó que el hombre no tardaría en llegar.
Tres meses antes cuando descubrió el restaurante-picola Italia- llamó su atención un individuo sentado frente a él, en la zona de fumadores, exhalando el humo de un cigarro habano y mirando hacia él. Sus miradas se cruzaron durante unos largos instantes seduciéndole el magnetismo de sus ojos posados sobre los suyos. Irresistibles, pensó.
Se estremeció dando un respingo cuando el camarero lo sorprendió cavilando en sus pensamientos y le preguntó si había elegido el menú. Sí había decidido, casi al mismo tiempo que el extraño tomaba asiento en su mesa habitual.
Sentía un irrefrenable deseo de acercarse a él, de insinuarle compartir mesa, de entablar conversación que rompiera la rutina de cruzar solo miradas, y de eliminar la distancia que los separaba; pero al mismo tiempo, algo en su interior lo prevenía de lo absurdo de la situación.¿ Qué le diría a un desconocido?. Oiga: ¿puedo sentarme con usted y compartir mesa?. Lo he observado durante tres meses y es hora de que confrarternicemos. No, no podía actuar de esa manera tan infantil, debería buscar un pretexto verosímil, un acercamiento premeditado y fortuito.
La hora del almuerzo había concluido y debía reincorporarse a su trabajo. Pidió la cuenta, pagó y abandonó el local con la misma frustración con que la abandonaba cada día, pero con propósito de enmienda.
Esta vez tomaría la iniciativa.
Tras finalizar su jornada en el despacho, se encaminó de nuevo hacia la ¨"piccola italia" dispuesto a realizar las averiguaciones que fueran necesarias a través del camarero que solía atenderle con asiduidad. Llegó sobre las 17:22h., cuando se iniciaba el arreglo de las mesas para la cena y los oficinistas se agolpaban sobre la barra en demanda de una cerveza que les reconfortara antes de llegar a casa. Buscó al camarero de aspecto latino, -Miguel, creía recordar que se llamaba-, y le sometió a un interrogatorio de tercer grado sobre el extraño que le perturbaba el alma.
Un poco confuso, Miguel, contestó, que aquél hombre al igual que él, era cliente habitual del local, siempre comía a la misma hora, en la misma mesa, y apenas entablaba conversación con nadie a excepción de los camareros y de forma muy escueta. Pero creía recordar que alguien había comentado que el extraño era escritor de novela negra y vivía en el Bronx.
Cuando se disponía a dar por terminado el interrogatorio, el camarero lo sorprendió sacando un pequeño sobre dirigido a él de parte del escritor de novela negra. La sorpresa se reflejó en su rostro. No lo esperaba, una nota dirigida a él, ¿cuándo se la habría entregado al camarero? Esa misma mañana. Tal vez.

Se despidió del camarero y salió guardando el sobre en el bolsillo interior de su abrigo.
Anduvo bajo el cielo estrellado de la ciudad. Le pareció que las estrellas rivalizaban en brillo con el oro, que los rascacielos se estiraban para rozar el firmamento y que las calles iluminaban más que de costumbre. Tal era su estado de ánimo: de euforia descontrolada, que una excitación libidinosa se apoderó de él. Sintió el deseo de poseerlo, de dominarlo, de hacerlo suyo hasta la extenuación. Se imaginaba que en caso de que opusiera resistencia lo sometería a una lucha desenfrenada – como los gladiadores en el circo romano- hasta vulnerar todas sus resistencias y poderlo someter a todos sus deseos. La excitación aumentaba apoderándose de su conciencia. La obsesión por el escritor de novela negra hacía sucumbir su voluntad hacia delirios eróticos con el extraño. Al llegar al apartamento se despojó del sombrero, se quitó el abrigo – no sin antes coger la nota que se hallaba en su interior- y se acomodó en el sofá dispuesto a resolver el misterio. El corazón le latía con fuerza, bombeaba desenfrenado, al borde de una taquicardia, cuando procedió a leer la nota que contenía aquél sobre diminuto. Una sola línea contenía el papel: "te espero a las diez en la puerta principal del Madison Square". No había firma.
Tras leerlo, le asaltó una duda: ¿sería el escritor de novela negra quien le había escrito la nota?, o acaso una obra capciosa del camarero al ser interrogado con tanto interés acerca del extraño. Decidió atribuírsela al escritor de novela negra más por deseo que por convicción.
Se dirigió hacia el dormitorio principal, sobre la cómoda se hallaba una pequeña caja de nácar negro donde guardaba todos sus recuerdos. La abrió intentando recordar cuando había sido la última vez que la había abierto e introdujo, como un tesoro más, la escasa epístola.
Aún quedaba más de una hora para la cita con el extraño. Decidió oxigenarse paseando por una ciudad que no dormía nunca.
De camino hacia el Madison, decidió convertirse en protagonista argumental de alguna novela del escritor de novela negra, de su escritor. Así se imaginó protagonizando horrendos asesinatos en serie, descuartizando cuerpos deformes y utilizándolos como alimentos con que obsequiar a sus compañeros de oficina en alguna celebración; -una imitación burda del silencio de los corderos- le repudió la escena que había concebido en su mente y se retractó, él sería el honrado detective que investiga y escarmienta a los asesinos, el brazo ejecutor de la ley. En sus atribulaciones no reparó que se hallaba frente al estilizado edificio multiusos de Nueva York. Miró a su alrededor buscando entre el escaso personal que merodeaba al escritor de novela negra. No lo vio. Comprobó la hora en su reloj de pulsera- pasaban cinco minutos de las diez- decidió esperar sentado en las escalinatas del edificio. Pasaba el tiempo y no aparecía nadie. Miraba a un lado y a otro, y nada, ni rastro de a su hombre. Pasadas las doce decidió marcharse. Decepcionado y deprimido. La nota ha sido una invención de Miguel, pensó; una burla. Decidió adentrarse por un pasaje estrecho que desembocaba a una boca del metro. El pasaje estaba mal iluminado y el paso lo obstaculizaban grandes cubos de basura que servían de entretenimiento a gatos callejeros. Cuando faltaban sólo unos pasos para acceder a la boca del metro sintió cómo alguien a su espalda le asestaba un duro golpe en la nuca haciéndole perder el equilibrio y caer al suelo. Sin tiempo para poderse levantar, las patadas propinadas por el desconocido lo postran sobre el asfalto, aún así intenta enderezarse sin éxito. El cuerpo dolorido intenta un último esfuerzo de levantarse, cuando al fin lo consigue contempla con estupor cómo su escritor de novela negra empuña un arma blanca: un enorme cuchillo- que dirige inclementemente hacía su corazón. Sin piedad perfora el órgano estallando la sangre a borbotones y abnegando los cubos de basura. Todo es muy rápido. La oscuridad lo cubre todo, su vista se pierde entre las tinieblas y el sentido a punto de desfallecer
Capta unas palabras apenas audibles: "Está en mi naturaleza".
Cae desfallecido y muerto ante su escritor de novela negra y el corazón se desangra.

"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN NARANJA VENENOSO



Aquella era la caja en la que estos últimos días había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que debían ser olvidados. Todos mis sueños rotos, esos con los que había estado luchando a diario estos últimos meses, con todas aquellas absurdas sesiones de 17’22 a 18’22, con el gilipollas del psiquiatra, aquél enclenque humanoide idiota y anormal con su barbita de chivo y sus gafitas redondas de sabiondo soplagaitas con sus aires de grandeza y sus sonoros garabatos en su libreta de espiral donde anota todo lo que yo le digo, cronometrando minuto a minuto con su reloj de cuco colgado en aquella pulcra pared pintada de blanco, llena de diplomas con su nombre, indicando sus medallas al honor y a su renombre por Honoris Causa, maldito cobarde soplagaitas,… un día de estos te vas a enterar de quien soy yo…, con tanta terapia de los cojones y tanta puta pastillita de colores… Sí, sí, sí… es a ti. Te lo digo a ti, comecocos de mierda, que me estás intentando comer la olla pero no lo vas a conseguir, pareces saberlo todo pero en realidad no sabes nada de nada, porque yo soy más fuerte que tu, yo si me conozco y soy capaz de hacerlo todo y de hacerlo otra vez y de volverlo a hacer una y otra vez… una y otra vez… tus pastillas no me van, tus historias no me van, no consiguen ayudarme. ¿Crees que tus pastillas e inyecciones me sirven para alguna cosa más que para putearme y mantenerme dormido y de mala ostia? ¿Me pretendes ayudar? ¿Tu?.., ¿Tu,… a mi?...de qué? ¿Pretendes que me crea que me ayudas en algo?...bfff…
Me largo, necesito airearme un poco, sino voy a explotar, cojo las llaves y salgo echando leches de estas cuatro paredes que me hunden cada día más en un sinfín de pesadillas claustrofóbicas, más que una casa parece una celda, un hospital de día, me siento encerrado, agobiado, clausurado, me recuerda esos meses que pasé en el hospital, con toda esa calaña encerrada entre cuatro paredes asfixiantes, enrejadas bajo llave a base de pastillas e inyecciones y chutes de psicofármacos para anestesiar a un mamut en celo, quiero huir de aquí, preciso aire, sino me dará un patatús, malditos pensamientos, la cabeza me vuelve a resonar otra vez, maldito soplagaitas sabelotodo, repelente niño vicente del psiquiatra de los cojones, que ayer me subió la medicación otra vez, pues no me la voy a tomar, igual que el resto de medicación que me llevas recetando desde que salí del hospital, pues no me la tomo humanoide incompetente!... pero necesito salir de casa, siento que necesito aire. Salgo. Me dirijo al parque y me siento en un banco y espero a que salga como hago cada tarde desde que salí del hospital, pero hoy creo que es el gran día, nuestro gran día, por fin, el día que tanto hemos esperado y deseado los dos. Nuestro gran día tan ansiado, es el día D.

Son las 19’47h. La veo salir del portal de su casa, a la misma hora, como todas las tardes, con esa falda estrecha y corta que deja ver sus largas piernas y sus recurrentes muslos. Contonea sus caderas al son de sus pisadas con esos tacones que repican contra el suelo, cada vez más rápido, clic, clic, clic… Mi cabeza retumba con el tintineo de sus pasos y eso me hace verlo cada vez más claro: estoy preparado.
La sigo con grandes zancadas pendiente de no ser descubierto. Pobre infeliz, no sabes que ganas tengo… te vas a enterar! Golfa, guarra, sucia…. Llevo una distancia segura, tan cerca como para verla y tan lejos como para que no intuya mi presencia. Aumenta su paso, eso me pone a cien, se me acelera el pulso, tiene que ser mía. Corre guarra corre, que ya te atraparé, tu no lo sabes, no me conoces, pero yo a ti si, sé que eres una perra, sé como eres, sé lo que te gusta, por eso vas a saber quien soy.
Se para, yo me detengo también, se gira y le veo la cara,… esa cara sucia con esos ojos grandes y brillantes color miel, llenos de vida, pintorreteados de negro; sus pestañas largas y espesas también pintadas, la muy ramera. Esa nariz fina y delgada abriendo paso a su boca grande, frondosa,… sus labios carnosos tintados de un rojo intenso y brillante, sugerente, que invita a la provocación carnal… puta, guarra, pervertida!! Mis manos empiezan a temblar, no las puedo controlar… me está provocando la maldita mujerzuela. Me acerco cautelosamente, estoy preparado.
La golfa no se espera nada, sigue sonriente con esa chispa en los ojos. Me estoy calentando, no me controlo, necesito hacerlo, cada vez estoy más cerca. Siento su mirada en mis pupilas, que se dilatan; me acerco aun más, la rodeo con mis brazos y la acorralo contra la pared. La muy cerda se resiste, me araña, forcejea, me golpea con sus puños y grita como una gorrina. La muy cerda que lleva provocándome desde hace tanto tiempo…
No te resistas perra, voy a darte lo que tanto anhelas y te mereces! La agarro de su rojizo y enmarañado pelo, la zarandeo y golpeo su cabeza contra la pared y deja de arañarme y de gritar. Noto mi paquete cada vez más turgente. Levanto la cabeza y me percato de que ningún transeúnte nos pueda descubrir con facilidad, la oscuridad nos sonríe. La tumbo al suelo y me arrodillo sobre ella. Mis manos tiemblan, se las acerco al cuello, ella llora, toda la pintura de su cara se corre y difumina… Le aprieto el cuello fuerte, un poco más fuerte, cada vez presiono con más fuerza y al fin deja de resistirse. Entro en éxtasis porqué se que le estoy dando lo que se merece, lo veo en sus ojos… golfa!!!! Se rinde, ella se rinde, siente que está perdida y todo se le acaba. Aprieto más fuerte hasta que siento su último aliento. Ya es mía! Zorra te lo mereces. No puedo más… me corro…

"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN NEGRO SABLE



“Aquella era la caja en la que estos últimos días había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que debían ser olvidados. Pero por lo visto, aquella caja se estaba quedando pequeña.

Era una caja de granito negra. Casualidad o no, se parecía en sobremanera a la idea de “caja de Pandora” que tenía en mi mente cada vez que escuchaba aquel épico y magistral relato. La base era rectangular, de unos 20 centímetros de ancho, 30 de largo y 15 de alto. Sobre esta base, una cubierta semicircular en forma de media punta de cañón que cerraba con un cerrojo clásico plateado.

Sé que la caja en sí no era demasiado grande, pero en su momento pensé que era lo suficientemente grande como para guardar todo aquello que quería olvidar.

Al principio, cogí todo aquello de gran tamaño y que quería olvidar y lo quemé. Recogí las cenizas, y las coloqué en una vasija de cerámica que fue directamente a la esquina superior derecha de la caja. Y después, las cosas pequeñas y aquellas que no podía eliminar de otro modo, las recopilé y guardé en aquella caja de forma ordenada, para poder optimizar al máximo el poco espacio del que disponía. Pero poco a poco, conforme pasaban los días, iba recopilando más y más material a olvidar, todas aquellas cosas que me rememoraban a aquel ser humano fatal que me había destrozado la vida, tantas, que no pasó mucho tiempo hasta que tuve la caja llena.

Cuando creí tenerlo todo guardado, coloqué la caja en el desván de mi vieja casa de estilo victoriano, olvidada entre trastos inútiles y viejos, tan inútiles y viejos como aquellos recuerdos.

¿Por qué no podía sencillamente tirar aquellas cosas? Pues al igual que aquellos trastos inútiles y viejos con los que compartía estancia, aquella caja llena de recuerdos formaban parte de mi historia, y algo en mi interior me impedía sencillamente despojarme de aquellos recuerdos.

“¿Quién sabe si más adelante me servirán?”, me preguntaba. Pero no quiero malgastar más líneas sobre el por qué y la razón de existir de aquella caja llenar de recuerdos a olvidar. Sencillamente estaba allí y sentía que se estaba quedando pequeña.

El verdadero problema era el por qué se estaba quedando pequeña. Como si se tratase de una mortal tarta, los recuerdos habían fermentado en el interior de aquella caja y habían empezado a ocupar todo el espacio. Estaban a punto de reventar y por ende, la caja se había quedado pequeña. Es curioso, pero cuanto más quería olvidar aquellos recuerdos más espacio ocupaban en mi mente, más difícil me era conciliar el sueño y adaptarme a mi nueva vida. Mi vida sin aquella persona funesta y de crueles intenciones que me lo dio todo en primera instancia y que a continuación me lo quitó todo.

¿Qué había en aquella caja? Pues las cenizas de ropa y otros utensilios como ya dije antes, además de fotografías, cartas, recuerdos, dibujos… “Chorradas” dirán muchos. Pero para mí eran las 10000 piezas de mi puzzle personal, un puzzle complejo de armar y que una vez formado, mereció ser relegado a las tinieblas.

Me iba asfixiando en mi propia existencia. Por las noches aquella caja se me aparecía en sueños (o pesadillas, mejor dicho). De su interior salía un rugido atroz que me obligaba a regresar a por ella y abrirla. ¡A regresar a aquellos recuerdos!

La angustia de mi ser aumentaba día a día y era consciente de que si seguía así, acabaría loco. Así que mi disyuntiva apareció bien pronto: “¿Abrir la caja y volverme loco o volverme loco y no abrir la caja?”.

Dejé de salir de casa. Dejé de comunicarme con otras personas. Mi vieja casa empezó a llenarse de mierda. Las paredes se encogieron y la luz dejó de entrar a través de mis ventanas. Y yo pasé de leer libros, ver películas y cultivar mi cerebro con mil temas a encerrarme en mí mismo con una única pregunta: “¿Abrir la caja y volverme loco o volverme loco y no abrir la caja?”.

Pero cosas del destino (o de una siniestra mano que a todos nos empuja hacia el abismo), aquel día 1 de noviembre a las 17:22, la diluviana tormenta que azotaba la región inundó mi casa y al calar la vieja madera del desván, la pudrió y rompió, dejando un feo boquete en el techo de mi salón a través del cual cayeron varios litros de agua y trastos polvorientos, entre ellos, la fatídica caja.

No me lo podía creer, pero ahí estaba, ante mí, una caja que me miraba como mira el lobo antes de atacar, que me reclamaba como aquellas sirenas reclamaban a Ulises y que me obligaba a actuar. No podía resistirme, pero quería resistirme pues aún no había contestado a aquella pregunta atormentadora que en las últimas semanas me había apesadumbrado.

Y cuando todo parecía que mi tentación permanecería ante mí hasta que pudiese aclararme, el cerrojo de la caja, seguramente fruto de la humedad, cedió y permitió que todos aquellos recuerdos que debían ser olvidados se fugasen. ¡Se había abierto la caja de Pandora!

Mi cuestión metafísica y existencial ya no tenía sentido, pues al final, la caja se quedó pequeña y reventaron los recuerdos. Uno a uno, todos volvieron a mi mente con mayor presencia si cabe que cuando los encerré. Aquella persona de la que tanto tiempo había intentado huir, volvió a mi mundo y seguramente, ya no podría escapar.

Sus ojos volvieron a mirarme, su sonrisa era más malévola que nunca, su rubio cabello era suave como el de un gato y sus manos… ¡ay sus manos! Sus manos seguían llenas de sangre.

Lloré desconsoladamente aquella tarde, y aquella noche, y aquella mañana… Por suerte, siempre fui una persona lúcida, una persona capaz de planearlo todo hasta el más mínimo detalle. Mi inteligencia (perdonen mi falta de humildad) estaba por encima de la media, así que en un arrebato de lucidez recurrí a ella y filosofando me di cuenta de que la solución no era encerrar los recuerdos, pues estos tarde o temprano, regresarían a mí tal y como quedó demostrado. ¿Mi solución? La muerte. Matar a aquella persona era la cruel pero única salida a mi problema. Matarle, mi nueva obsesión.

Puede que el haberme hecho daño y el formar parte de mi pasado no fuese motivo justificable para muchos para cometer un asesinato, pero en mi situación, créanme, era la única solución. La única vía de escape. Eso sí, todo tenía que salir bien.

Pasé las siguientes semanas elaborando un plan. No era capaz de salir de casa, así que tuve que apañarme con lo que había por ahí.

Al final lo tuve todo bien atado: el arma, la hora, la fecha y el lugar. Y por supuesto, la coartada.

El arma: utilizaría una espada. Mi vieja katana, un peligroso fetiche que me regaló aquella persona que ahora sería la víctima de su propio regalo.

La hora: las 17:22, en honor a la hora que marcaba en mi antiguo reloj de pared desde que la inundación destrozó mi casa y me abrió la caja de los recuerdos a olvidar.

La fecha: el 14 de enero, en honor a la fecha en la que según el calendario azteca, moría el pájaro sagrado.

El lugar: evidentemente, mi casa. Tendría que atraer a mi víctima hasta aquí pues yo ya no era capaz de salir, pero lo tenía todo calculado. Mi víctima, aparecería el día y a la hora indicados.

A penas faltaban unos días para que culminase mi plan y pudiese librarme definitivamente de aquella persona y de todos los aterradores recuerdos que me reportaba. Así que me puse manos a la obra y lo preparé todo bien.

Finalmente, llegó el día. Subí corriendo al desván. Estaba destrozado. El olor a podrido fruto de la inundación era asqueroso. Pronto descubrí el agujero a través del que semanas atrás cayeron sobre mí todos aquellos trastos viejos e inútiles. Miré detenidamente hacia abajo a través de aquel boquete de madera podrida, hasta que en los cristales de espejo que detenidamente había colocado debajo, aprecié la figura de aquel ser diabólico, mi víctima. Justo a tiempo: las 17:22. Justo en el lugar determinado. El día del juicio. Y por supuesto, la katana en mi mano.

En cuanto la katana reflejó su rostro, caí a través del agujero y lancé mi más certero ataque, atravesando su pecho.

Sangre, mucha sangre. Todo estaba salpicado de sangre. Sangre en el suelo, sangre en la espada, sangre en mis manos, sangre en mi cara y sangre en mi pecho. ¿Sangre en mi pecho? Sí, sangre en mi pecho…Dígame doctor, ¿murió finalmente?”





- ¿Qué opina usted? –le preguntó didácticamente el doctor.
- Pues… creo que este tipo esta zumbado.
- ¡¿Zumbado?! ¿Qué está zumbado? –recriminó enérgicamente el doctor a su joven ayudante- No creo que “zumbado” sea un término que aparezca en las lecturas recomendadas por la cátedra de psiquiatría.
- Discúlpeme –dijo el joven ayudante encogiéndose de orejas- Ha sido una desafortunada broma. Ahora en serio, yo creo que el paciente es un claro ejemplo de personalidad esquizotípica con aparentes signos de esquizofrenia catatoide. No podemos estar 100% seguros hasta que no le hagamos las pruebas pertinentes, pero eso explicaría su paranoia, conducta agresiva y antisocial y aquellos aletargamientos que el sujeto relata como fases de inactividad motriz. Eso unido a sus antecedentes por homicidio…
- Veo que ha hecho los deberes. Diría yo que se encuentra en un estado avanzado de la degeneración, aunque si ha sobrevivido a esa perforación en el pecho, quién sabe si se recuperará de esto también…-dijo el doctor al tiempo que premiaba al joven ayudante con una palmadita en la espalda- Bueno, y ahora ¿vamos a tomar un café? Creo que nos lo hemos ganado.

"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN GRIS CENIZA



Aquella era la caja en la que estos últimos días había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que debían ser olvidados. En ella metió todas sus debilidades, todos aquellos detalles que le podían hacer echarse atrás. Tenía que ser fuerte si quería consumar su obra maestra. Pero seguía mirándola de reojo, incapaz de olvidar la tentación de abrirla.

Se levantó (ya iban tres noches sin apenas dormir en aquel estrecho sofá), y corrió la persiana permitiendo que unos pocos rayos de luz exterior entrasen en aquella habitación. La estancia, enorme y espaciosa, era en realidad un sótano destartalado. Una única ventana situada en lo más alto de la pared daba al exterior. Subiendo a una silla, se podía mirar a través de ella y tener una visión del desértico paisaje desde el nivel del suelo.

Descuidadamente se pasó los dedos por el pelo, alisándoselo, mas por costumbre que por arreglarse. Ni tan siquiera se le pasó por la cabeza la idea de tomar un baño, de mirarse en un espejo, o cambiarse de ropa.
Una de sus manos se perdió en un bolsillo buscando un cigarrillo, lo encendió y se quedó así varios minutos, con aquel veneno colgando de los labios y observando sus manos con infinita paciencia.
Aquellas manchas resecas nunca se despegarían de él. Puede que con algún producto químico salieran de su cuerpo, pero nunca podría borrarlas de su alma. Serían el testigo perfecto de su éxito, o de su fracaso…
Además, notaba que estaba envejeciendo a una velocidad alarmante. Pero no le preocupaba en exceso. Aquellos días todo había cambiado tanto que las cosas normales le parecían lejanas, los actos extraños eran vulgares, y a las acciones atroces las miraba con aburrimiento. Nada le importaba ya, solo aquel nuevo reto, aquel inmenso placer; como un desafío del que crees tener la respuesta incluso cuándo no han terminado de planteártelo.

Un chisporreteo eléctrico acudió al rescate de los pocos rayos de sol. Un par de flashes, y los fluorescentes quedaron encendidos. Justo en el centro de las cuatro paredes, una gran silla de dentista le daba la espalda, pero no necesitaba ver más. Conocía la escena de memoria; era todo lo que había visto en tres días.
Se acercó despacio, casi con temor a aquel bulto que ocupaba la silla. Una moqueta de desorden cubría el suelo. Montones de libros, recortes de periódicos, y revistas de fotografía esparcidos al azar. Por el camino sorteó algunos cd´s musicales y varias latas de coca-cola vacías.

De la silla provenían unos gemidos apagados, como un ronroneo suave y monótono. Una canción de cuna con quejidos por versos.

A tres pasos de allí el hedor era insoportable. Debería estar toda la habitación impregnada, pero después del tiempo que llevaba ahí metido, casi no lo notaba. Era parte de su obra y había aprendido a convivir con aquel olor, a respetarlo, a entender su mensaje. Solo al acercarse tanto le asaltó violentamente en su olfato, y le golpeó en su memoria; reviviéndole con mayor exigencia el recuerdo de las prácticas de los últimos días.

Estaba tal como la había dejado la noche anterior, aunque poco podía haber hecho; una gruesa cinta de color plateado le ataba muñecas y tobillos a la silla. Posiblemente el refuerzo de cinta en el cuello fue necesario al principio, cuando ella empezó a entender que todo aquello iba en serio y no dejaba de contorsionarse, pero ahora bien podía habérselo quitado, ya que toda resistencia hacía tiempo había desaparecido. Simplemente estaba seguro que así trabajaría más cómodo.

Encendió un flexo de luz blanca que daba directo al cuerpo desnudo de la mujer, dónde el sudor y varios productos que le había aplicado le daban un aspecto brillante.
Aun quedaba algo de sangre reseca en su pubis, de las heridas de la rasuración que durante la noche se habían vuelto a abrir.

Al lado de la silla, en una amplia mesa de largas patas, un montoncito de polaroids mostraban el paso del tiempo de esos tres días.
Cogió las de la noche anterior y las repasó una a una. La primera foto marcaba las 17.22h. La última las 03.56h. Una larga sesión en la que tenía que haber sido la puesta a punto final.

Ahora veía el rostro de aquella chica y le resultaba casi irreconocible. Rozaba la treintena. De su aspecto vigoroso y atlético poco quedaba; y si todavía conservaba algo, estaba muy bien oculto debajo de las horas de cansancio y abatimiento.
Desde que se conocieron siempre había lucido una larga cabellera rubia. Después de pasarle la navaja por la cabeza aquel era otro rostro, pero no para él. Seguía siendo el de su amor, pero la estaba cambiando. La convertiría en perfecta, y eso no se lograba con un poco de silicona aquí y un poco menos de carne por allá. La perfección se encontraba en el alma, y solo conocía una manera de hacer asomarse al alma, mediante el dolor.
En las fotografías se veía muy bien el dolor que había producido. Por eso había usado una navaja, porque con unas tijeras todo hubiese sido mucho mas limpio. Esa era su obra, el dolor en estado puro. Y claro, él también tenía que sufrir, por eso escogió al ser que más amaba.

En ese instante ella parecía recobrar el conocimiento.
-Mmmmm- no lograba articular palabras.
-Oh. ¿Así que ya despiertas? Que perezosa eres, siempre lo has sido -cogió una de las cheringuillas que estaban preparadas en la mesilla, le quitó el capuchón y se la clavó, insertándole otra buena dosis de tranquilizante en sus venas-. Verás amor, creo que ha llegado el momento de darte una explicación. No creas que esto ha sido un capricho. Hace tiempo que lo tenía en mi cabeza, pero hasta hace unos días no lo he visto claro.
Ya sabes que siempre me he considerado un artista, un ser especial. En realidad siempre he dicho que todos somos especiales, pero hay gente que no siente interés en mostrarse, y se empeña en seguir al resto. Yo no.
Desde pequeño me he sentido atraído por temas como el arte y la muerte. Cuando aparece la palabra “morbo” se me acelera el corazón, y el significado de “dolor” para mi se mezcla con el de “placer”.
Supongo que después de seis años casados todo esto ya lo sabes, pero es para que entiendas como hemos llegado hasta aquí.
Mis fotos han sido mi mundo, pero nunca han conseguido saciarme del todo. He pensado mil veces que es lo que me gustaría fotografiar, aquello por lo que pagaría por ver, una visión que me diera placer de verdad…
Y vino a mi mente la muerte.
Es imposible fotografiarla, lo se. Y también se que ya se han hecho cientos de fotos de gente muerta. Incluso, supongo, de gente muriendo. Pero pocas veces hemos visto lo que yo quiero mostrar cariño.
Por eso necesito que mueras.
Tu muerte traerá al mundo una serie de imágenes nunca vistas. ¿Tenemos en nuestra memoria los rostros de asesinos mientras mataban? Yo no lo se… Esa cara de placer sádico fuera de toda moralidad; esa parcela enterrada en la locura; esa línea que no podemos visitar todos. Porque nosotros no estamos locos, ¿verdad? Entonces no sabemos lo que ellos sentían. Empiezas a entender ¿no?
Pero quiero ir más allá. Y esta parte no te va a gustar, lo siento. Necesito tu sacrificio, pero tú no eres la estrella de mi obra. Como no podía ser de otra forma, el centro sobre el que todo esto gira soy yo. Ya te dije que soy muy especial. ¡Vamos, vamos! No te lo tomes tan mal. Total, tu ya estabas muerta, lo dijiste el otro día: “estoy muerta desde que me dijiste que ya no me quieres”. La verdad es que solo lo dije para ver la reacción en tu cara, me encanta verte triste, y eso es porque te quiero muchísimo.
Pero eso no es todo, como digo, quiero ir más allá. Imagino el dolor que voy a sentir mientras te mato; veo mi rostro roto de dolor, y creo que quedará grabado todo ese sentimiento en la fotografía. Pura magia. Talento. Vida y muerte.
Mi cara mientras arranco los últimos suspiros de tu cuerpo. Y ahí estará tu parte de culpa en esta obra, tú estarás perfecta. Dolorida, rendida, muerta. Yo en un plano más cercano a la cámara, todo lo contrario: imperfecto, roto de dolor, desesperado, vivo. Esa es mi gran obra. Mi legado al mundo, a la historia, al ser humano, a la vida.

Ella se adormeció de nuevo. Él se rascó la barba de varios días y suspiró. Algunas lágrimas luchaban por salir de sus ojos. Tras un último vistazo a su mujer, se apartó de allí pisando los cúmulos de orín que se deslizaba desde la silla y cubrían el suelo debajo de la víctima, creando un enorme charco.

Ahora que estaba tan cerca de conseguirlo le estaba llegando una extraña sensación a su cerebro. ¿Miedo? No. Era como… como si todo hubiese sido demasiado fácil, y todo lo que tanto le había excitado estos días quedara muy lejano. Resultaba demasiado sencillo matar a alguien. Demasiado aburrido incluso siendo un ser tan querido.

Instintivamente volvió a mirar la caja que descansaba en el sofá. La caja en dónde había escondido todas sus debilidades. Era tan sencillo como abrirla, entender todo por lo que había sufrido para llegar asta ahí, todo lo que iba a perder; entender como le iba a cambiar la vida, y recuperar la fe en su proyecto, la ilusión.

La abrió. Dentro había varios sobres con retales de ropa, anotaciones en papeles mal recortados, viejas fotografías, un certificado médico, varios recibos, y algunos mini botes de muestra de perfumes en los que había intentado encerrar otro tipo de recuerdos. Algunos objetos personales descansaban en el fondo de la caja de cartón. Unas chapas, una pluma estilográfica, un pañuelo femenino, dos anillos y varios pendientes.

Todo aquello no tenía sentido. No le motivaba suficiente. En realidad ella ya estaba muerta, porque hacía tiempo que realmente había dejado de quererla. Eso le entristeció aun más. No le sorprendió darse cuenta que ya no la quería, le sorprendió la rapidez con que aquel proyecto tan osado se desvanecía entre sus dedos.

Volvió al punto de partida; su mujer, su amor, su víctima.

Le pasó la mano por el pelo rapado completamente, rozando algunas costras de sangre reseca. Lo hizo con cariño. Como si quisiera calmar a un niño atemorizado. Sus pechos caían separados, uno hacia cada lado; sus brazos tenían un color amoratado, frío. Los labios habían adquirido una nueva cicatriz, pero nada que ver con la nariz. Se la había partido por tres partes distintas, lo que le costó por lo menos el triple de golpes, porque no quería darlos muy fuertes y destrozársela. Únicamente por el placer de escuchar un hueso roto, para saber que se sentía haciéndolo. Luego le miró la vagina. Visto así, con la mente más tranquila, la falta de labios exteriores no le favorecía nada. Tampoco sería demasiado estética una barriga sin ombligo. Para ser exactos, una barriga con ocho ombligos, ocho agujeros hechos a mano minuciosamente con un destornillador.

Le vino a la mente algo nuevo. Fue de repente, cuándo ya no esperaba nada digno de sorprenderle.
¡Podía crear otro tipo de arte! Claro que si. A aquella mujer, (¿la conocía de algo?), podía regalarle la vida.
Era capaz de dejarla vivir, de que recompusiera su vida. Y todo gracias a él. Gracias a su piedad, a su inspiración fugaz.
El mayor regalo de todos, una nueva vida cuándo has creído que lo has perdido todo. Siempre había sabido que era un genio, pero nunca había entendido que tenía esa clase de don, hacer feliz a la gente. Eso le hacía feliz a él también. Se había sorprendido a si mismo y eso no tenía precio.

Empezó a desatar a la pobre chica que tanto había sufrido, ¡cuánto se lo iba a agradecer! Él la había rescatado, era su salvador y su dios. Se sentó en el suelo, entre el río de orín y apoyó la cabeza en la base de un pequeño armario. Y así se quedó dormido.

Cuándo despertó, comprobó que aquella extraña se encontrase bien y luego cogió su cámara. Recordó todo el bien que había hecho ese día y sonrió. Se tiró una foto. Luego otra, y otra más, con aquella sonrisa de felicidad. Feliz de hacer el bien.
Cambió el extraño carrete de la polaroid y tomó asiento en el suelo, sin dejar de sonreir. Era feliz. Posiblemente nunca lo había sido asta ahora y quería inmortalizar ese momento.

Una foto tras otra con aquella sonrisa angelical.

Estaba viviendo su momento celestial cuando una extraña sensación se apoderó de él. En su campo de visión, en un plano por detrás de la cámara apareció su obra benéfica.
El final sucedió muy deprisa.

Lo último que sus ojos vieron fue el rostro de aquella mujer lleno de rabia que se abalanzaba sobre él, y cómo una gruesa barra de hierro se dirigía hacia su cara.

La última fotografía que calló al suelo mostraba el rostro descompuesto, mudo de terror, de incomprensión e indignación de aquel ser.

"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN FUCSIA ANORAK



Aquella era la caja, en la que estos últimos días, había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que debían ser olvidados. Tanto, que era necesario abrirla para recordar porqué me había asesinado a mi mismo.
Intenté encajar las piezas que tenía. Un tal Barney Mayerson había viajado desde el futuro para contratarme. Quería que asesinase al Señor Larll, un dragón altivo y azulado que vivía en Pallarstown. Me enseñó Mayerson la acreditación v-piuk ( la cual aportaba pruebas fehacientes y supervisadas de que Larll el Dragón podía ser asesinado) y me dio los datos necesarios para encontrar y finiquitar su vida.
El problema es que media hora antes, había recibido la visita del Señor Larll, el cual también venía del futuro y llevaba la acreditación v-piuk para matar al señor Barney Mayerson.
Le dije a este último que aceptaría el trabajo, como también lo hice con el dragón azulado.
Estaba confuso, pero ese aliciente de intentar saber la verdad acerca de este caso (bueno, de estos casos)
era suficiente como para aceptar el riesgo de los viajes temporales. Los odiaba, pero entendía que eran útiles.

Decidí viajar al futuro para saber un poco más acerca de cada uno. Saber porqué el uno quería matar al otro. Pero antes de empezar, me picó la curiosidad y me informé acerca de mi vida futura. Fue un error estrepitoso. Me enteré de que había sido asesinado. Realmente, si hubiese sido de muerte natural no me habría importado. Hubiera averiguado cómo fue, pero sin mucha pasión. Pero de esta manera, muerto de manera violenta...no era pasión, era rabia y frustración.

Matar a alguien, fuese quien fuese, ya era para mi una costumbre más. Desde luego, las acreditaciones v-piuk habían allanado sobradamente los remordimientos y la angustia por asesinar a alguien. Aunque siempre , después de la primera vez, uno no podía dejar de recordar lo hijo de puta y mal nacido que era.
Y una vez que uno se acostumbra a algo, pues...ni siquiera se para a pensar en ello.
Pero esto no era lo mismo, no sé que hacía justificando los actos de mis matarifes.
Conseguí los archivos y datos acerca de mis asesinato. Muerto por envenenamiento. Mistrislaica, un mineral que disuelto con sulfatos sódicos era letal. Al menos mi verdugo era pulcro.

Y ahora tocaba pensar. ¿Por dónde empezaba a buscar a mi asesino? Decidí volver al pasado para esclarecer los hechos. Y el asunto se complicó más: estaba muerto. Alguien se había encargado de borrarme del mapa, pero ¿cómo era posible que yo estuviese vivo si no tenía pasado?

Todo me superaba. Y, entonces, pensé en Barney Mayerson y el señor Larll. Investigué. el primero era el dueño de una empresa de transporte espacial privado. El segundo, era director de una empresa encargada de fabricar naves espaciales. Hice más averiguaciones. El problema surgido entre ambos era simple: Barney compraba naves espaciales al segundo y las despiezaba, sacando una jugosa tajada: con las piezas sobrantes se sacaba bastante dinero, pero las naves perdían seguridad. Y sí surgía algún problema, echaría la culpa al dragón azulado por venderle material defectuoso.

Y ya que no tenía pasado, tuve que apañármelas para conseguir mi material de trabajo. Menos mal que el mercado negro siempre estaba dispuesto a acoger a todo tipo de clientela. Compré una pistola de nano-fotones y decidí que primero mataría Barney. Lo mejor es cazarlos por sorpresa, sin que tengan tiempo a reaccionar. Pues si hablan las víctimas, el detective siempre comete errores

Me introduje en su casa, un piso bastante amplio y con un estilo neo-barroco situado en un barrio selecto de la ciudad, y cuando llegó y abrió la puerta, le disparé. El gritó: “Espe...” pero no le di tiempo a nada más.¿ Para qué?

Y ahora le tocaba al señor Larll. Cuesta creer, pero vivía en una parte de la ciudad no muy selecta, teniendo en cuenta que debía ganar mucho dinero. Así que, a priori, entrar no iba a suponer mucha dificultad. Vivía en la puerta 453-z , y forcé la cerradura electrónica. pero nada más entrar, alguien me golpeó en la cabeza con la suficiente fuerza para que me atasen y yo no ofreciese mucha resistencia. Era el jodido...

Sr. Larll- Vaya, tenía razón, señor...

Joder, joder, joder...Era yo. Bueno, mi otro yo.¿Era mi yo pasado, el qué estaba muerto?

“Sí, ya le dije que soy bueno en lo mío” comentó mi otro yo. “Si nos deja a solas, señor Larll”
El dragón azulado sonrió y se marchó.
“¿ Qué demonios?” dije yo enfurecido. “Mira, eso mismo me pregunto yo. Te explicaré, más o menos todo. En algún momento, hubo una ruptura debido a los viajes por el tiempo. La guerra entre Próxima y el Viejo Planeta tierra estalló justo en uno de nuestros viajes Tan sólo fue un ataque preventivo. No, no estamos en guerra. Nos desdoblamos. Mejor dicho, nos triplicamos. Antes que diga nadas nada, ya maté al tercero de nosotros. El muy capullo guardó en una caja los pasos a seguir para que sobreviviésemos. Por suerte, fui más rápido con la pistola” dijo mi otro yo.

Yo estaba aturdido. mucho. ¿ Por qué quieres matarme ahora?, le dije. “Ya lo hice en el futuro. Envenenamiento. ¿ Por qué? Bueno, tú te posicionaste a favor de Barney y yo a favor del señor Larll. Aunque lo hayas matado, escaparás de ésta, y volverás al pasado. Y descubrirás que en realidad el señor Larll no es el que fabrica naves espaciales, sino un espía de Próxima.”dijo mi otro yo fríamente y de una manera altiva.

En ese momento, el edificio estalló. Me solté como pude y huí velozmente. Otro ataque preventivo.

Bien, intentaba unir las piezas. Según mi otro yo, volvía otra vez al pasado y no asesinaba a Barney Mayerson. pero esto era sólo una posibilidad. Las acciones en el tiempo no indicaban exactamente que eso era lo que realmente iba a pasar, sino una posibilidad. Pero yo sabía que estaba en el limbo del tiempo. Por mucho que retrocediese, mi otro yo me habría matado. Así que decidí viajar al futuro.
Y el panorama fue desolador. Próxima había vencido a la Vieja Tierra en la guerra.

Volví al pasado, justo en el momento antes de asesinar a Mayerson. “Espera” dijo él. “Me dijiste que te encargarías de...” pero antes de que acabará de hablar, empecé a hacerlo yo. Le conté todo lo sucedido.

“Ajá..Verá, yo soy un espía de la Vieja Tierra. Descubrí que mi homólogo de Próxima era el señor Larll. Tantos años trabajando con él y luego resulta que es un espía. Me ha contado que estallará una guerra y que ganará Próxima: eso no es bueno”. Juntos, ideamos un plan para asesinar al señor Larll.

La nave favorita del dragón azulado era la 17:22 y me extrañó que mi otro yo no lo hubiese predicho. Efectivamente, fue fácil colocar una bomba de plasma y asesinar al señor Larll.

Y viajé al futuro, Vieja Tierra era la vencedora de la guerra pero...Casi todo estaba destruido. Y la crueldad mostrada por mis compatriotas era paupérrima y asquerosa. Vi mi nombre en una hoja de diario rasgada en la cual me trataban como el gran traidor de toda la historia. Hiciese lo que hiciese, la guerra salía ganando.

Entonces pensé en la vieja caja de mi tercer yo. Viajé al pasado, al futuro y no la encontraba. Pero fue ella la que me encontró a mi. Más bien, mi tercer yo. Sonrió “ Sí, estoy vivo. y sí, nos hemos de matar mutuamente” dijo. “¿ Por qué?” le comenté dubitativo. “ Somos una variable que debe ser eliminada del tiempo. Somos la variable que causa la sangrienta guerra entre Próxima y Vieja Tierra y en esta caja”, dijo sin sorpresa mi tercer yo.


Estaba yo un poco resignado, pero no había que pensar. Nos disparamos mutuamente. Y morimos.

Pero yo no estaba muerto, estaba vivo. Y tenía delante de mí la caja, en la que estos últimos días, había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que debían ser olvidados mi tercer yo. Pero, ¿olvidados o recordados? ¿Qué debía hacer yo? Pues yo ya sabía...Pero no mis otros dobles.

"MATAR A ALGUIEN" SEGÚN NEGRO ÍNDIGO


Aquella era la caja, en la que estos últimos días, había estado guardando cuidadosamente los recuerdos que debían ser olvidados. Era una caja pequeña, de madera, con un pequeño dragón grabado en el cierre. La encantaba esa caja. La había adquirido tiempo atrás en una pequeña tienda que en la actualidad ya ni existía. Una de esas tiendas en las que se encuentran cosas únicas, antiguas, si uno sabe remover bien el polvo. Una de esas tiendas que tanto la gustaban.

Ahí mantenía todo lo que no debía encontrar. Sin embargo, a pesar de que ella era algo desordenada, se había preocupado de guardar todo aquello. En lugar de haberlo tirado, lo había colocado cuidadosamente en aquella cajita, donde tarde o temprano sabía que volvería a encontrarlo.

Miró a su alrededor. El mobiliario idéntico al de cualquier otra habitación de motel barato la devolvió la mirada. La horrorizaba la posibilidad de morir allí. Como cualquier ser humano repetido. Día tras día cientos de personas pasan un espacio temporal de su vida en una habitación no muy diferente a esa. Incluso en esa misma. Y al día siguiente todo rastro de esas personas ha desaparecido. Los restos en las sábanas, las toallas en el suelo, el vaso de agua sin plástico precintado, el cenicero rebosante de colillas.

En cambio, era el escenario perfecto para su propósito. Si todo salía bien. Se merecía agonizar allí. Si ella estaba segura de algo, sin duda alguna era de eso.

Sentada en una butaca de color ya indefinido por el uso, repasaba todos sus errores. Cuando lo conoció, ella se encontraba vulnerable. Puede que incluso algo desesperada por encontrar a esa persona especial, esa que le hiciera volver a creer en el amor. Y él, desde lejos, sin conocerla de nada, había conseguido más que ningún otro.

Abrió la caja. Allí estaban sus fotos. En su cartera guardaba algunas más recientes. Él se preocupaba mucho por su aspecto. Cuando lo conoció era moreno, con unas cejas finas y bien definidas que enmarcaban unos grandes ojos verdes. La boca en su justa medida, los labios gruesos. La cara ovalada. Lo que la había fascinado era su mirada. Denotaba una gran seguridad en sí mismo. Vaya que si la tenía.

En la foto sonreía. Una sonrisa postiza, que mostraba una dentadura perfecta. ¿Cómo podía ella haber tenido tanta suerte? Desde luego él era perfecto, sus sueños eran perfectos, su vida empezaba a ser perfecta. Al fin y al cabo, todos merecemos ser felices.

Notó que el cuarto se estaba oscureciendo. La colcha de color verde oliva comenzaba a mezclarse con el entorno. A duras penas podía definir su contorno. Eso la convenía. Echó un vistazo al reloj. Marcaba las 17:22. No quedaba mucho.

Se había informado bien. Sabía dónde trabajaba. Qué hacía ahora. Cuáles eran sus nuevos hobbies. A quién estaba rondando.

Sintió su cuerpo en tensión. Repentinamente había empezado a mover la pierna con impaciencia. Eso no estaba bien, un cazador siempre está en posición de superioridad a su presa. Sobre todo cuando la presa no sabe que lo es.

Echó un vistazo a la nueva foto que llevaba en su cartera. Pelo rubio, ojos azules (posiblemente lentillas). El resto de su cara no había podido ser modificada, si bien ahora se le veía un poco más moreno. Seguía dedicándose a los negocios. Y pasaba mucho tiempo fuera de casa, como entonces, sin ver a su ahora nueva esposa.

No la había costado gran esfuerzo seguirle hasta el motel. Ni tampoco alquilar la habitación de al lado. Las paredes de papel la hicieron saber a qué hora regresaría. Eso la daba el margen suficiente para prepararse.
Aguarda atenta junto a la puerta, minutos que parecen horas. El cuchillo en una mano, el cloroformo en la otra. Unos pasos en el pasillo casi la hacen abrir la puerta y salir precipitadamente. Hubiese sido un error, los pasos continúan hasta perderse. Transcurren más minutos, y está a punto de echarse atrás. Tampoco merece la pena, y en el fondo no sabe si será capaz de hacerlo. O no quiere saberlo.

Nuevos pasos llegan desde el otro lado del pasillo. Coge el cuchillo con fuerza, y abre un milímetro la puerta de su habitación. La luz del pasillo casi la ciega, pero no lo suficiente como para que pueda verlo. Allí está él, dirigiéndose a su habitación. El corazón la late con fuerza y el mango del cuchillo casi la hace daño en la mano. Echa bastante cloroformo en un pañuelo.

Apenas oye la llave en la cerradura sale de su habitación y se asegura de que no hay nadie más en el pasillo. Él ni siquiera se ha fijado en ella, y si lo ha hecho parece que no la ha reconocido. Se coloca rápidamente detrás de él. El mango del cuchillo en la cabeza, aunque el golpe no es lo suficientemente fuerte. Vuelve a golpearlo, y casi se corta a ella misma. Está nerviosa, no puede negarlo. Cubre su boca y nariz con el pañuelo, y deja que el cloroformo haga su trabajo. Él no puede evitarlo, está atontado por los golpes.

Cae al suelo, y ella lo coge por los pies y lo arrastra hasta su habitación. Esa habitación repetida, idéntica a la de cualquier lugar. Ahí quiere que ocurra. Donde mañana entrará otra persona repetida. Y nadie se acordará de él. Nadie excepto ella.

Lo mira mientras permanece inconsciente, y no puede evitar sentir algo. Aún lo quiere. Ha llegado hasta ahí, y resulta que aún lo quiere. ¿La quería él cuándo la abandonó? ¿Le importó acaso la situación en la que ella se quedaría? No, no, no. Había roto su promesa. Esa que se hace cuando dos personas se prometen estar siempre juntos. Cuando se prometen amor eterno. Amor eterno mientras dura.

Parece que ha pasado más tiempo del que debía, porque él comienza a balbucear. Debe dejarse de tonterías. Coge el cuchillo, y sin más dilación lo hunde sobre su pecho. Justo en ese momento él abre los ojos. Y la mira, sabiendo quién es. No la había reconocido antes, pero ahora sabe quién es.

Ahora por fin podrá olvidar su cara. Un tiempo al menos. Aunque siempre la quedarán sus fotos.

Y lo apuñala, una vez tras otra, hasta que el suelo queda teñido de rojo. Sólo para cuando empieza a sentirse agotada por el esfuerzo. Y sonríe. ¿Quién tiene el corazón roto ahora? ¿Quién?

¿Quién?...

Abre los ojos y mira a su alrededor. El mobiliario idéntico al de cualquier otra habitación de motel barato la devuelve la mirada. Se ha quedado dormida. La había pasado lo mismo las últimas dos veces. Se está volviendo descuidada. La caja se le ha caído al suelo. Todas las fotos desparramadas. Todas aquellas caras que la miran en sueños. Todas la miran ahora desde la alfombra.

Echa un vistazo al reloj, que marca las 17:22. No queda mucho. Nunca queda mucho.

"DESPEDIDA DE UN INFIEL" SEGÚN ROJO PASIÓN

A ti:

He dudado antes de decidirme a escribir esta misiva porque queria evitarte un sufrimiento innecesario. Pero no había otra forma de hacerlo, y decírtelo en persona hubiera sido mucho más doloroso. Imagino que a estas alturas no te cogerá de sorpresa, más, cuando nuestra relación pasa por un periodo de desinterés compartido, de deterioro sentimental y hastío anímico.

Quien puede decir cuánto ama es que poco amor siente y tu me lo has medido tantas veces que la balanza ha cedido por exceso de peso. Te empeñaste en desterrar mis sueños, en filtrar mis deseos, en anular mis anhelos. Te convertiste en el centro de mi universo, desdeñando todo lo demás a la par que me empequeñecias a mí, no pedir permiso, tomando posesión de mi espíritu navegante en mares de ensueño que no era mas que mi mundo de libertad. No es un reproche, es una confirmación.

Me cogiste desvalido y te apoderaste de mi voluntad en un momento de flaqueza. Reaccioné halagado por tu interés, anonadado por tus atenciones, sobrepasado por tu voluntad. No imaginé que era un táctica para anular mi entereza y apoderarte de mi espíritu. Te amé tanto como fui capaz de amar, sin sobreentendidos, sin postizos, pero tú me obligabas a recordar constantemente que habías sido mi salvavidas en un momento que iba a la deriva en un mar porcelanoso y adusto. Te lo agradecía como uno agradece el amor, desinteresado, sin saber que el tiempo era premeditado en la seguridad de ser o convertirte en el único amor recibido, en el único y verdadero. Habías desterrado todo lo demás: mi familia, mis amigos, mi gente... tú, solo tú. Yo y tú; pero hoy he despertado de un sueño ingrato que me ha mantenido sedado todo este tiempo. Hoy el sol brilla desde el firmamento con los rayos de esperanza inyectándome vitalidad desbordada para enfrentarme a la verdad: no te amo.

No te amo por tu altivez, por tu preponderancia, por tu ridícula y axfixiante posesión. No te amo porque mi sometimiento me envenena las entrañas, me enmaraña el alma de sumisión. No te amo porque no te quiero lo suficiente como para hipotecar el resto de mi vida con cheques de gratitud y porque ahora sí me siento grande para enfrentarme a mi error y confesarte que he encontrado a alguien como yo, a la deriba y sin tiempo, sorteando las olas del desengaño emitiendo SOS de salvación y yo la he socorrido, la he ayudado, la he arrastrado hacia tierra firme... y me he enamorado. No, no te rias, me he enamorado; y me voy, dejándote, o mejor, huyendo de esa atmósfera irrespirable que tu llamas Amor. Ójala seas capaz de despertar del sueño de los prepotentes y encontrar el amor sin condiciones.

"Amor" según Negro Índigo

Te abandoné tirado en el suelo
Y tardaste en volver a mí.
Amor en silencio
No necesita palabras.
Llegó para rescatarme
Siendo yo mi propia amenaza.
Amor que pende de un hilo.
Miedo porque se pueda romper.
Felicidad por tener tanto que perder.
Amor que me ha vencido,
Pues lentamente
He dejado de matar a cupido.
Una vez tuve sueños
Que ahora son realidad.
Quédate conmigo
Y yo me quedaré contigo.

"Despedida de un infiel" según Negro Índigo

Sé que lo sabes. Lo siento. No podía esperarte aquí. No podía dejar que mis ojos viesen la decepción en los tuyos. He sido cobarde. Soy cobarde. No puedo enfrentarme a ti. Porque nunca volverás a verme de la misma manera. Y eso me está matando…

He conocido el origen de la felicidad más absoluta que pueda existir. ¿Y qué es lo que he hecho? Lo siento. Por las lágrimas negras que empañan este papel. Son de tristeza. Son de culpa. Por la letra borrosa. Por las cosas que he hecho. Por haber enfriado tu corazón. Por haber roto el mío…

Si pudiera regresar al pasado, ten por seguro que nunca haría lo mismo. No rompería todo lo que era nuestro y sólo nuestro. Pero lo cierto es que no puedo hacerlo. Y las mentiras y los secretos me están ahogando. Apenas puedo respirar…

Lo he recogido todo. No te preocupes por eso. No queda nada más que este humilde trozo de papel como muestra de que alguna vez ocupé ese espacio en el que ahora te encuentras. Quería decorarlo contigo. Quería llenarlo de historias. Lo deseaba tanto… Quería saber cómo iba a terminar todo. O mejor dicho, no quería que terminase. Yo sólo quería estar contigo. Ser feliz contigo. Y lo he estropeado…

Lo siento. Porque te he hecho daño. Porque he sido tu verdugo. Porque me he hecho daño. Porque he sido mi verdugo. Lo siento…